Llegará el día, había dicho el Dr. Carlos María Ramírez en que «los niños, el ejército y el pueblo se inclinarán ante la estatua del gran calumniado de la Historia de América, del héroe infortunado cuya póstuma glorificación ha de ser perdurable estímulo de las abnegaciones patrióticas, que solo reciben de sus contemporáneos la ingratitud, el insulto y el martirio». Estos conceptos instruyen el decreto firmado por el presidente Williman el 10 de mayo de 1907 por el que se dispone erigir un monumento «a la inmortal memoria del General José Artigas, precursor de la nacionalidad oriental, prócer insigne de la emancipación americana». Se cumplía así lo ordenado por la Ley de 5 de julio de 1884, pero más que eso, con «un anhelo del alma nacional». El concepto de alma todavía no se había extirpado de la Constitución. Los pueblos se agrupaban por cientos o miles de almas y por encima de las individualidades se cernía aglutinante el alma de la nación. El alma común que invocamos desde el Himno: ese voto que el alma pronuncia y que heroico sabremos cumplir, hoy casi relegado al futbol en el imaginario colectivo. Pocas veces se escucha el «sabremos cumplir» con más unción patriótica que en la antesala de un partido del antiguamente llamado «viril deporte».
El diccionario de la RAE define monumento como «Obra pública y patente, en memoria de alguien o de algo». Pública por cuanto es realizada con fondos estatales y patente porque está a la vista de todos. Pretende ser una contribución a la memoria colectiva y reforzar los lazos entre las personas a través de un símbolo.
Por ello debe representar a una porción significativa de la ciudadanía y servir, a la vez, de «premio, estímulo y ejemplo».
Artigas, a esos propósitos, parece estar claramente indicado, aunque no siempre fue así. De ahí, la adjetivación de «gran calumniado» y de «héroe infortunado». No siempre los héroes resultan bien ponderados y exitosos. El héroe también, o mejor, preferentemente, es aquel que da la vida por sus amigos. Ese es el héroe por antonomasia. En el proceso de secularización del Estado, aun en curso, Artigas será «para la historia un genio / para la Patria un dios», al decir de Ovidio Fernández Ríos en su Himno a Artigas estrenado en 1910.
Orientales
¿Cuándo comenzó Artigas su largo camino hacia el bronce? Podría decirse que con sus acciones. Con los resultados vistos, es fácil opinar, pero no fue sino en junio de 1862 cuando el diputado Tomás Diago propuso erigir el monumento a prócer en la Plaza Independencia que, aunque aprobado por la Cámara, no se concretó: eran tiempos turbulentos. Según consigna el historiador Jorge Pelfort, el presidente Berro hizo colocar una placa en la tumba del patriarca con la leyenda: «Artigas Fundador de la Nacionalidad Oriental».
Veinte años después, el general Santos remitió al Parlamento un proyecto de ley para erigir un monumento a Garibaldi, un tema que ya hemos abordado en otras ocasiones. La mayoría de la Cámara apoyó la iniciativa. El diputado Buchelli emprendió furibunda diatriba contra el monumento, contra Garibaldi y contra «otras corporaciones», reclamando que primero que Garibaldi estaba Artigas. Moderado, pero firme, el diputado Monseñor Estrázulas y Lamas manifestó que: «La estatua del General Garibaldi erigida en una de nuestras plazas públicas siempre sería un parangón de injusticia con los que las merecieron mejor que él». El 5 de julio de 1884 se aprobó otra Ley por la que se disponía la erección de un monumento a Artigas. Ninguna de las dos leyes se llevó a la práctica en ese momento.
No obstante, el Senado encargó a Juan Manuel Blanes (1830-1901) y al italiano Giovanni Maraschini (1839-1900 ca.) sendos retratos de Artigas. El de Blanes se transformó en el retrato oficial.
Casi veinte años después, el intelectual Luis Melián Lafinur –abogado del asesino de Idiarte Borda y de quien Borges deducía parentesco– escribía cosas como estas: Artigas no alcanzó la presidencia «porque el despecho hizo que en él se cumpliese la segunda hipótesis de la profecía del general Rufino Bauzá de que “vencedor barbarizaría al país y vencido lo abandonaría”». Agrega más abajo que la invasión portuguesa fue «pedida en defensa de la sociedad, y en horror al caudillo bárbaro y violento por vecinos desesperados…» (Exégesis de banderías, 1893).
100 años atrás
Recién el decreto de Williman se hará realidad dieciséis años después y en un caluroso 28 de febrero, del que el penúltimo día de este mes se cumplirán 100 años, el presidente saliente Baltasar Brum y el entrante José Serrato descubrirán la estatua ecuestre del general.
Los diputados Buchelli y Estrázulas descansarán tranquilos sabiendo que las cosas sucedieron en el debido orden. Aunque a ninguno de los dos les caía muy simpático el «León de Caprera», por lo menos, fue primero el monumento a Artigas y años después le tocó a Garibaldi.
Los monumentos se vacían al bronce porque se entiende como material más adecuado, pero tienen el inconveniente de que el bronce es reciclable. Los amigos de lo ajeno arrasan con cuanto bronce se encuentre cerca de sus ávidas manos. Esto no sucede con la estatua del prócer en la Plaza porque está sobre un basamento alto y sobre todo porque se encuentra a la vista de la Casa de Gobierno. En cambio, el monumento a Rodó en el parque que lleva su nombre está al alcance de cualquier depredador.
No solo los atentados contra los monumentos obedecen a razones monetarias, sino también al simple vandalismo o a motivaciones ideológicas.
Uno pensaría que los Artigas accesibles estarían protegidos por la aureola del Fundador, por lo menos, del vandalismo.
Hechos recientes contradicen esas expectativas. A un Artigas de hormigón «primero le habían quebrado el sable y quedó un tiempo así, y ahora le rompieron nuevamente la nariz y hace unos 15 días le arrancaron un brazo al monumento», informaba el alcalde de Tambores en julio de 2021.
En octubre de 2022, el medio laguardia.uy daba cuenta de la vandalización del monumento a Garibaldi en Salto: inadaptados «rompieron el osario donde se encuentran los restos de los que lucharon en la Batalla de San Antonio junto a Garibaldi y esparcieron los huesos humanos por todo el lugar».
Son hechos aislados, pero no dejan de ser preocupantes.
Y una reflexión final: no todos los monumentos son dignos de adhesión. Basta mirar hacia la hoz y el martillo en Treinta y Tres y recordar las palabras de don Juan Zorrilla de San Martín: Y siempre piensa en que tu heroico suelo / No mide un palmo que valor no emane; / Pisas tumbas de héroes… / ¡Ay del que las profane!
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