La verdad simbólica es aquella en que lo particular representa a lo más general, no como sueño y sombra sino cual viva y actual revelación de lo inescrutable.
J. W. Goethe, Maximen und Reflexionen
Mujer profeta, mujer escritora
Desde nuestros arcaicos orígenes hay enigmas que rodean o han rodeado ciertos acontecimientos o fenómenos, como también a ciertas personas que han pasado por este mundo. En ese sentido, las experiencias visionarias y los milagros siempre han sido un misterio.
En el año 1141, en el monasterio de Disibodenberg, una mujer proveniente de una familia noble de Renania que había sido consagrada a Dios desde niña –por ser la menor de diez hermanos– y que había ingresado a ese monasterio con solo catorce años, experimentó en el día de Todos los Santos un acontecimiento sobrenatural y extraordinario, aún para la época.
Mientras meditaba leyendo las Santas Escrituras en el empedrado patio de su celda, vio venir desde el cielo el espíritu llameante del verbo. Y como si de un río de fuego se tratase, se derramó sobre su rostro pálido, dejándole marcada para siempre. Porque desde ese insólito instante recibió el don que la convertiría no solo en la visionaria más famosa de Europa de su tiempo sino también en una prolífica escritora, como no había existido otra hasta ese momento en la Edad Media.
Victoria Cirlot explica que se puede considerar a Hildegarda como una profeta desde el aspecto religioso y, desde las órbitas seculares, como una escritora. Aunque se pueden considerar a ambas categorías en muchísimos casos, como dos caras del mismo fenómeno. Además, Hildegarda se convirtió también en una intelectual polímata, capaz de adentrarse en las sutiles armonías de la música y también en el apolíneo oficio de la medicina, escribiendo varias composiciones musicales a la vez que específicos tratados de medicina. También desarrolló una lengua artificial del tipo del esperanto, llamada: Lingua Ignota.
Pero como todo en la vida, un gran poder requiere una gran responsabilidad yn en su caso, ella tuvo primero que enfrentar el temor que le produjeron aquellas visiones. Luego padeció la imperiosa necesidad, por no decir, el deber, de escribir cuanto había visto y oído. Porque como ella misma explicó después, desde aquella experiencia sus sentidos se transformaron y fueron purificados. Liberados de la niebla que los cubrían, pudieron percibir desde entonces aquello que antes le estaba oculto. Su nombre era Hildegarda von Bermersheim, pero una década más tarde fundaría un monasterio en el viejo castillo de Rupertsberg en Bingen, a orillas del Rin, y adoptaría el título de Hildegarda von Bingen.
A la edad de cuarenta y dos años y siete meses, vino del cielo abierto una luz ígnea que se derramó como una llama en todo mi cerebro, en todo mi corazón y en todo mi pecho. No ardía, solo era caliente, del mismo modo que calienta el sol todo aquello sobre lo que pone sus rayos. Y de pronto comprendí el sentido de los libros, de los salterios, de los evangelios y de otros volúmenes católicos, tanto del antiguo como del nuevo testamento, aun sin conocer la explicación de cada una de las palabras del texto, ni la división de las sílabas, ni los casos, ni los tiempos (Hildegarda von Bingen, Scivias). Pero también compuse cantos y melodías en alabanza a Dios y a los santos sin enseñanza de ningún hombre, y los cantaba, sin haber estudiado nunca ni neumas ni canto (Vida, Libro II, Visión primera, pag. 52).
La visión es un enigma
Este inusitado fenómeno de carácter sobrenatural y divino que Hildegarda narra tiene un aspecto que me parece fundamental para considerar y es justamente el que refiere a una forma de aprendizaje extrahumana, que podríamos llamar mística o divina, mediante la cual le fue posible adquirir no solo los secretos del lenguaje, sino también de la música y el canto. Sin embargo, en principio, Hildegarda siente angustia y no comprende la voluntad de Dios en este asunto. De hecho, fue Bernardo de Claraval (de quien hemos escrito hace un par de semanas), quien fue decisivo para legitimar frente al papa Eugenio III a esta mujer que se había convertido en un instrumento divino.
Al desconfiar y dudar del don recibido, Hildegarda cayó enferma y fueron dos compañeros suyos, el monje Volmar y Rochardis von Stade quienes –siendo testigos de sus experiencias visionarias–, colaboraron abnegadamente en su obra, la cual le llevó diez años redactar. Fue un año antes de concluir este libro: Scivias (Las vías del saber) que recibió la llamada divina que la instaba a fundar un monasterio para monjas en Bingen donde estaba la tumba de San Rupert.
Las dudas o la curiosidad que suscitaba la capacidad visionaria de Hildegarda fueron moneda corriente y en muchas ocasiones se vio en la necesidad de expresar y de describir sus propios lapsos místicos.
En 1175 escribió una carta a Guibert de Gembloux como respuesta a las preguntas que éste le planteara en una anterior acerca del modo en que sucedían sus visiones. La carta de Hildegarda es uno de los mejores testimonios que se han conservado acerca de la experiencia visionaria. En ella repitió que las visiones y audiciones no eran recibidas «ni con los oídos corporales», «ni con los pensamientos del corazón», «ni por el encuentro de los cinco sentidos», sino en el alma, «con los ojos exteriores abiertos» y sin «éxtasis», para seguidamente hablar de la visión de la luz (Victoria Cirlot, Hildegarda von Bingen y la tradición visionaria de Occidente).
Lenguaje y alegoría
El carácter profético de Hildegarda iba acompañado por la construcción imaginaria de un mundo alegórico. Hay que tener presente que la alegoría y los símbolos ocupaban un lugar fundamental no solo en la escritura y el arte medieval, sino también en la cosmovisión y la mentalidad de la época. Así, se consideraba que el texto siempre decía algo diferente de lo que parecía decir.
El hombre medieval vivía efectivamente en un mundo poblado de significados, remisiones, sobresentidos, manifestaciones de Dios en las cosas, en una naturaleza que hablaba sin cesar un lenguaje heráldico, en la que un león no era sólo un león, una nuez no era solo una nuez, un hipogrifo era tan real como un león porque al igual que éste era signo, existencialmente prescindible, de una verdad superior. (Umberto Eco, Arte y belleza en la estética medieval)
Por ejemplo, la Divina Comedia es una inmensa alegoría poética quizás de las más importantes del medioevo, heredera del arte trovadoresco de Occitania que basaba sus composiciones empleando una lectura alegórica del amor platónico y divino, a través del poeta y la Dama. El Cantar de los cantares del Antiguo Testamento puede ser leído del mismo modo, y así también las visiones de Hildegarda.
La riqueza de la Edad Media en cuanto a la significación simbólica y alegórica es maravillosa y quizá, irrepetible en la historia: Por ejemplo, el blanco, el rojo, el verde son colores benévolos, mientras que el amarillo y el negro significan dolor y penitencia; o el blanco es símbolo de la luz y de la eternidad, de la pureza y de la virginidad. El avestruz se convierte en el símbolo de la justicia porque sus plumas perfectamente iguales y despiertan la idea de unidad. Y una vez aceptada la información tradicional por la que el pelicano alimenta a sus hijos arrancándose con el pico jirones de carne del pecho, este se convierte en símbolo de Cristo que ofrece su propia sangre a la humanidad, y su propia carne como comida eucarística (Ibidem).
Además de tener visiones, Hildegarda von Bingen, también realizó milagros, como curar a los enfermos con oraciones, con la imposición de sus manos o con agua bendita según el caso. Esta cualidad suya hizo que muy pronto acudieran a ella personas enfermas y agonizantes que venían desde muy lejos a pedir su ayuda.
Hasta el día de hoy filólogos, exégetas, filósofos e historiadores estudian a esta mujer que fue canonizada por el papa Benedicto XVI el 10 de mayo de 2012. El 7 de octubre de ese mismo año fue proclamada oficialmente “Doctor de la Iglesia”, título que solo se ha aplicado a 35 cristianos.
Sus reliquias todavía se conservan en la parroquia que lleva su nombre en Eibingen.
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