Entre 1926 y 1929, se libró «la guerra religiosa más dramática, sangrienta y desconocida de la historia de América… prácticamente borrada de los libros de Historia. Su grito de lucha: ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!», dice la españolísima historiadora María Fidalgo Casares.
Otros vientos trajeron esas tempestades. En 1917, tanto la Carta uruguaya surgida de la Constituyente de ese año, como la mexicana, separaron las iglesias del Estado. Pero mientras la uruguaya mantenía para la Iglesia católica «el dominio de todos los templos» construidos con fondos estatales y establecía exenciones impositivas para los templos de todas las religiones, la mexicana no era precisamente tan benigna. Impregnada de un fuerte jacobinismo, la Carta azteca establecía condiciones extremas. Los edificios de la Iglesia habían sido declarados propiedad del Estado. Las iglesias ya no podrían poseer propiedades de tipo alguno. Ni siquiera se permitía a los sacerdotes heredar bienes, salvo de personas con las que tuvieran vínculos de sangre. Estaban prohibidos los actos religiosos de culto público fuera del recinto de los templos. Sacerdotes y religiosos tendrían prohibido abrir o dirigir escuelas primarias. No estaría permitido enseñar religión a los alumnos en establecimientos de enseñanza privada. Los sacerdotes carecerían de derechos políticos: no podrían ser electores ni elegibles. Los estados federales fijarían la cantidad de ministros que podía haber por culto religioso…
La religiosidad popular no decreció por la norma y en 1925 accedió a la primera magistratura Plutarco Elías Calles. Decidido a cumplir la máxima voltaireana de écrasez l’infâme, propició una norma conocida como «Ley Calles». Para enfrentarla se constituyó una asociación denominada Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa. Se produjeron protestas públicas y suscribieron peticiones, pero todo fue en vano. La respuesta gubernamental fue la violencia.
El papa Pío XI dictó su bula Iniquis Afflictisque dando a conocer el problema a un mundo ocupado en sus propios asuntos, pero a fines de julio 1926 ya la norma había comenzado a regir. La ley fijaba las penas para los incumplimientos no solamente de los actores sino de las autoridades omisas en la represión. En algunos lugares se exige «que los sacerdotes tengan una edad determinada; que hayan contraído matrimonio civil; que no bauticen sino con agua corriente», denuncia la encíclica papal. Y agrega: «sacerdotes y otros del pueblo han sido muertos sin misericordia alguna en los caminos, en las plazas, frente a los templos».
La resistencia
La lucha armada comenzó en Jalisco en enero de 1927 y rápidamente se produjeron alzamientos por todo el país. Esa guerrilla campesina se transformó en un ejército disciplinado a las órdenes del jalisciense general Enrique Gorostieta (1890-1929). La Cristiada fue apoyada por los Caballeros de Colón –una organización de beneficencia católica– y, según Fidalgo, contradicha por el Ku Klux Klan que ofreció apoyo económico al gobierno de Calles. También la historiadora destaca el papel femenino en la lucha. Las «Brigadas Bonitas» aglutinaron a unas veinticinco mil mujeres que se ocupaban en suministrar municiones, pertrechos y dinero, provisiones, informes, refugio, cura y protección a los combatientes cristeros, con algunas actividades muy similares a las de las mujeres falangistas y margaritas carlistas en la Guerra Civil española», dice.
Pero no es a las alternativas de la contienda a lo que nos interesa referirnos, sino a un insumo histórico que muchas veces no se tiene en cuenta, pero al que el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México le adjudica valor documental: el corrido. Un género musical popularizado por estos lares por las series netflixianas de narcos. No es este el caso.
Producido justamente en Jalisco y en otros estados como Michoacán, Zacatecas y Colima, «su importancia como testimonio histórico y popular es incuestionable».
Tomaremos dos ejemplos: el titulado «El martes me fusilan» y el «Corrido del Padre Pedroza».
El primero está referido a una situación habitual de la rebelión: el destino del cristero capturado por los federales, el mismo que ilustra la foto.
El martes me fusilan/ a las 6 de la mañana,/por creer en Dios eterno/y en la gran Guadalupana.
Me encontraron una estampa/de Jesús en el sombrero./Por eso me sentenciaron:/porque yo soy un cristero.
Es por eso me fusilan/el martes por la mañana./Matarán mi cuerpo inútil/pero ¡nunca, nunca! mi alma.
Yo les digo a mis verdugos/que quiero me crucifiquen./Y una vez crucificado,/entonces, usen sus rifles.
Adiós sierras de Jalisco,/ Michoacán y Guanajuato./Donde combatí al Gobierno/que siempre salió corriendo.
Me agarraron de rodillas,/adorando a Jesucristo./Sabían que no había defensa/en ese santo recinto.
Soy labriego por herencia,/jalisciense de nasciencia./No tengo más Dios que Cristo,/porque me dio la existencia.
Con matarme no se acaba/la creencia en Dios eterno./Muchos quedan en la lucha,/y otros, que vienen naciendo.
Es por eso me fusilan/el martes por la mañana./¡Pelotón! ¡Preparen! ¡Apunten!/¡Viva Cristo Rey! y ¡Fuego!
El Padre Pedroza
Es el caso de un sacerdote guerrero. El general Gorostieta lo había nombrado jefe de operaciones militares en la región de Los Altos. En esa zona había nacido Aristeo Pedroza en 1900. Ordenado sacerdote en 1923, no podía prever que unos años después se iba a ver envuelto en un conflicto bélico que le costaría la vida. Compartió con el general Gorostieta su calidad jaliscience y el año de su muerte. La diferencia es que el general fue asesinado por los federales pocos días antes de la llamada «tregua» entre el gobierno y la Iglesia y el sacerdote lo fue durante su vigencia. Es que el acuerdo no fue respetado por el gobierno que aprovechó la buena fe de los rebeldes deponiendo sus armas para descabezar el movimiento eliminando a sus dirigentes.
Esta es la versión del corrido como figura en la página oficial del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México:
Toda la gente lloraba, con sus miradas tan tristes a todos los adoraba. Lo pasaron por la calle, por la calle del hotel, lo tiraron de a caballo y lo pasaron al cuartel. El general le decía: -Padre, yo no lo afusilo, voy a poner en la prensa que en Arandas fue rendido. El verdugo le decía: -Padre yo no lo afusilo para poner en la prensa que en Arandas fue rendido. El Padre le contestó con una voz muy humilde: -afusilame al momento ¡qué esperanzas de rendirme! A las tres de la mañana lo sacaron al panteón, de verlo tan noble se le movía el corazón. A las tres de la mañana lo tenían en el panteón, le dieron tres balazos al lado del corazón. Ya con esta ahí me despido con una muy bella rosa, aquí termina el corrido de Jesús y Aristeo Pedroza.
La situación mexicana se ha ido suavizando. En 1992 el Vaticano y México reestablecieron relaciones diplomáticas. En el lugar donde murió el general Gorostieta hay un monumento alusivo a su sacrificio y memoria.
La Constitución azteca sigue manteniendo disposiciones como: «Los ministros de cultos no podrán desempeñar cargos públicos. Como ciudadanos tendrán derecho a votar, pero no a ser votados»; o «Los ministros de cultos, sus ascendientes, descendientes, hermanos y cónyuges, así como las asociaciones religiosas a que aquellos pertenezcan, serán incapaces para heredar por testamento, de las personas a quienes los propios ministros hayan dirigido o auxiliado espiritualmente y no tengan parentesco dentro del cuarto grado». Pero por lo menos a nadie matan por ello.
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