No debe confundirse el totalitarismo comunista con lo que ha dado en llamarse damnatio memoriae (condena de la memoria) de los romanos, dice el profesor de la Universidad de Barcelona Edgar Straehle. Y le asiste razón. La diferencia es sutil, pero existe. En la brillante descripción de Orwell en su 1984 se ve con claridad. Su personaje Winston, funcionario del Ministerio de la Verdad, colaboraba desganadamente con el propósito de la organización: convertir la historia en “un palimpsesto, borrado y reescrito tantas veces como fuese necesario”. El uso romano de la damnatio era mucho más modesto y reducido. Lo que es obvio, dado los dos mil años de diferencia entre las dos situaciones. El control que existía sobre el vasto territorio del imperio romano era muy inferior al que ejercía el imperio soviético sobre el suyo. Y, si se quiere, mucho menos estricto.
Más que entrar en estas disquisiciones de laboratorio, la intención de esta nota apunta a una pregunta: ¿creemos que esa práctica de confundir historia con política ha caído en desuso? Y si no, ¿consideramos que nos es ajena?
Decía Rodó que muchas veces los relatos históricos obedecen a procurar “armas y pertrechos para las escaramuzas del presente”. Para el maestro, la historia era un “santuario augusto” al que había que acercarse con serenidad, sinceridad y empatía para “transportarse en espíritu al de los tiempos sobre que ha de juzgar”. Si como, reza la expresión popular, es fácil acertar con el diario del lunes, mucho más lo es con el diario de cientos de años después. ¿Habrá existido esa sinceridad que exige Rodó en los historiógrafos antiguos? ¿Cuánto de lo que se ha escrito sobre tal o cual emperador romano es verídico? La damnatio memoriae romana no funcionaba como en el sistema soviético, insiste Straehle, y en verdad, ni siquiera se designaba a esa práctica con tal nombre. Tampoco la habían inventado los romanos. Admitamos que es así, pero más allá de asignar un nombre, como en este caso sucedió en el siglo XVII, lo que vale es la intención. La quinceañera que recortaba la figura de su ex en la fotografía pegada en el álbum tampoco sabía que estaba aplicando una forma de damnatio memoriae.
¿Para qué la historia?
¿Para qué sirve recordar el pasado? Según George Santayana, para evitar reiterarlo, porque “aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Aunque también se ha dicho que “todo tiempo pasado fue mejor”. ¿De qué pasado estamos hablando? La respuesta debería ser: del que no queremos repetir, lo que abre un gran abanico entre los que no quieren y los que quieren, con sus gradaciones intermedias. No parece necesario poner ejemplos. Conocer el pasado requiere un don especial que nos permita viajar en el tiempo (tema que la literatura ha explotado hasta el cansancio) o desenterrarlo como Schliemann. La mayoría de los mortales nos contentamos con leer lo que han escrito otros.
Un caso de esa damnatio memoriae a la romana parece ser el de Nerón. Sobre ese controversial personaje han corrido ríos de tinta. Del prontuario de este caballero, que vivió entre los años 37 y 68 DC, hay versiones de algunos de sus contemporáneos como Tácito (55-120), Plutarco (46-127), Plinio el Viejo (24-79), Séneca (4-65). Suetonio en su De Vita Caesarum señala algunas facetas positivas. Con la intención de prolongar en el tiempo su imagen negativa se citarán solo estos. Dice Suetonio que Nerón ofreció muchos entretenimientos de diferentes tipos: carreras de carros en el circo, obras de teatro y espectáculos de gladiadores [gratuitos]. Todos los días se arrojaban al pueblo toda clase de regalos. Pensaba que no había otra manera de disfrutar de las riquezas y del dinero que mediante la extravagancia desenfrenada, declarando que solo los tipos tacaños y mezquinos llevaban una cuenta correcta de lo que gastaban, mientras que los caballeros finos y genuinamente magníficos derrochaban y desperdiciaban. Desperdiciaba dinero sin escatimar, enriqueció al usurero Panerotes con propiedades en el campo y en la ciudad. Jugaba a los dados por cuatrocientos mil sestercios el punto.
Con el dinero de la sociedad
Sin embargo, no hubo nada en lo que fuera más ruinosamente pródigo que en la construcción. Hizo un palacio, que fue quemado poco después de su terminación y reconstruido: Domus Aurea. Construyó un estanque, desde Miseno hasta el lago Averno, intentó un canal desde el Averno hasta Ostia. Había dado órdenes de que los prisioneros de todo el imperio fueran transportados a Italia, y que aquellos que fueran condenados incluso por delitos capitales no fueran castigados de otra manera que con la pena de este trabajo.
A tan loca extravagancia lo llevó, además de su confianza en los recursos del imperio, la esperanza de encontrar un vasto tesoro. Cuando resultó frustrada, recurrió a acusaciones falsas y al robo. Agotado y empobrecido, aplazó el pago de los soldados y ordenó que las propiedades de aquellos que eran ingratos con su emperador debían pertenecer al tesoro privado.
Nunca nombraba a nadie para un cargo sin decir: “Tú sabes cuáles son mis necesidades” y “Procuremos que nadie posea nada”. Un adelantado.
Dice un personaje de Shakespeare que: “El más cercano a nuestra sangre es el más cercano a verterla”. Nerón no lo había leído, tampoco lo precisaba. Según Suetonio, aunque al principio sus actos de desenfreno, lujuria, extravagancia, avaricia y crueldad fueron graduales y secretos, y podían ser tolerados como locuras de juventud, su naturaleza era tal que nadie dudaba de que eran defectos de su carácter y no debidos a sus actos. A medida que sus vicios se hicieron más fuertes, abandonó el secretismo y, sin ningún intento de disfrazarse, cometió abiertamente delitos peores.
Serial
Suetonio acusa a Nerón de envenenamientos, falsas acusaciones seguidas de condenas a muerte, parricidio, matricidio, cainismo, uxoricidio, infanticidio…
Comenzó su carrera con Claudio, porque, aunque no fue instigador de su muerte, sino su madre, Agripina, al menos estaba al tanto. Hizo envenenar a Británico, hijo de Claudio, en un banquete y declaró que había sufrido la enfermedad de las caídas. Recompensó a la sicaria Locusta con grandes propiedades en el campo. Su madre lo ofendió con una vigilancia y una crítica demasiado estrictas de sus palabras y actos. Decidió quitarle la vida. Después de intentos fallidos, envió soldados a darle muerte y lo presentó como un suicidio. Al matricidio añadió el asesinato de su tía. La visitó estando enferma, ordenó a los médicos que le dieran una sobredosis de medicamento y se apoderó de sus bienes.
Además de Octavia, tomó más tarde dos esposas: Popea Sabina, hija de un excuestor y anteriormente casada con un eques (caballero) romano, y luego Estatilia Mesalina. Pronto se cansó de vivir con Octavia, se divorció de ella por esterilidad, la desterró y la hizo ejecutar bajo un cargo de adulterio descarado e infundado. Amaba a Popea, con quien se casó doce días después de divorciarse de Octavia, pero también le causó la muerte, pateándola cuando estaba embarazada. Ejecutó a Antonia, hija de Claudio, por negarse a casarse con él después de la muerte de Popea. A Rufrio Crispino, su hijastro, un niño hijo de Popea, mandó matarlo por sus propios esclavos. Llevó a su tutor Séneca al suicidio… Pero esta es la parte buena de la historia.
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