Ya en el siglo V a.C., los conflictos entre Asia y Europa venían de tiempos inmemorables. Pocos sabían el origen de la discordia y como en aquel entonces no había ni internet ni archivos ni bibliotecas a las que recurrir para informarse acerca de los acontecimientos pasados, Heródoto, tal como lo haría periodista de hoy, se aventuró por mares, desiertos, estepas, con el fin de hacer el primer reportaje de la historia y saber cómo se inició la desacuerdo entre ambos continentes.
Heródoto se esforzó por derribar prejuicios de sus compatriotas griegos, enseñándoles que la línea divisoria entre la barbarie y la civilización nunca es una frontera geográfica entre diferentes países, sino una frontera moral dentro de cada pueblo; es más, dentro de cada individuo.
Irene Vallejo
En tiempos de incertidumbres geopolíticas, el retorno a las raíces siempre es aconsejable, especialmente para comprender con mayor profundidad la dialéctica histórica: Oriente-Occidente. En noviembre del 2022, con motivo de la celebración del “Foro Baréin para el diálogo: Oriente y Occidente por la coexistencia humana”, el papa Francisco no solo se refirió a la necesidad de hallar un camino de paz en el Donbass, además advirtió que Oriente y Occidente se parecen cada vez más a dos mares contrapuestos, y denunció que algunos poderosos se aprovechan de esta tensión redefiniendo la identidad de ambos bloques.
Por ello algunos de los sucesos más trascendentes del siglo XXI, como los ligados al terrorismo o a las actuales hostilidades en el este de Europa, han dado motivos para que algunos grupos mediáticos y políticos reactualicen la idea de la “identidad europea”, por lo general, en confrontación con el Oriente “fanático”, “totalitario” o simplemente atrasado. Por eso mismo, el papa Francisco opinó sobre este tema al decir “somos una única familia”, insinuando que el cristianismo es tan occidental como oriental, y apelando también a la tolerancia religiosa.
Sin embargo, como hemos dicho anteriormente, este dilema entre ambos continentes es viejo, y hace ya más de 2400 años, los antiguos pobladores que estaban asentados sobre los territorios limítrofes de Asia y Europa mantenían los mismos debates que tenemos el día de hoy, aunque en otro tono y con otro estilo.
Heródoto, el padre de la Historia
En Halicarnaso, Anatolia, sitio de encrucijada de culturas, lugar de encuentro por excelencia de Oriente y Occidente, nació en el siglo V a.C. Heródoto, quien recibiría a la postre el título de “padre de la historia”.
Si bien, desde la historiografía moderna, se critica bastante a Heródoto por su costumbre recurrir a la leyenda y el mito como medio de explicación histórica, también debemos considerar que, en su tiempo, los oráculos, las pesadillas o los sueños podían torcer el destino de un país o un reino. Por otra parte, su forma de hacer historia fue revolucionaria, apelando a un multiperspectivismo, muy similar al empleado por muchos historiadores contemporáneos.
Halicarnaso (hoy en día: Bodrum, Turquía) era una ciudad sobre una hermosa bahía, con un importante puerto emplazado en el recorrido de las principales rutas comerciales de la época. Allí, fondeaban embarcaciones provenientes de Asia, Oriente Medio y Grecia.
Como muchos habitantes de Asia menor, Heródoto era hijo del mestizaje, y puede que ésa sea la razón que lo llevó a tratar de inquirir acerca de los argumentos geopolíticos que provocaron la discordia entre los pueblos de ambos continentes. No obstante, a los 17 años tuvo que huir de su ciudad natal a causa de una rebelión frustrada, protagonizada por su tío, contra Ligdamis, un tirano acusado de ser un títere de los persas.
Lejos de victimizarse, tras el exilio Heródoto ante esa se lanzó a la aventura con el fin de conocer el mundo, averiguando todo lo que pudo sobre pueblos tan distantes como la India, Egipto, Etiopía o aquellos que estaban a las orillas del océano atlántico.
En una época en que la mayoría de las personas no iba más allá de los límites circundantes de su aldea, viajar era un privilegio que ostentaban muy pocas personas, principalmente mercaderes y soldados. Para poder cumplir con su objetivo, Heródoto debió enrolarse en barcos mercantes, seguir la penosa lentitud de las caravanas. Y fue gracias a su intuición y su facilidad de palabra que fue bien recibido en populosas tabernas y rústicos hospedajes, donde la conversación fluía junto con las copas que se llenaban y se vaciaban casi con la misma rapidez.
“Heródoto era hijo de la cultura mediterránea de largas y hospitalarias mesas donde, en tardes y noches cálidas, se sientan muchas personas juntas a comer queso y aceitunas, tomar vino fresco y hablar. En esas charlas, cenando junto a una hoguera o al aire libre bajo un árbol milenario, afloraban historias, anécdotas, viejas leyendas, cuentos”. (Irene Vallejo).
Nueve libros de historia para las nueve musas de la memoria
El libro de Heródoto, titulado “Historias”, estaba dividido en nueve capítulos con el nombre de las nueve musas. Sabemos que recitó su obra por primera vez en los juegos de la Olimpíada número 81 (año 456 a.C.), y también sabemos que a esta recitación asistió el pequeño Tucídides, futuro autor de “La guerra del Peloponeso”, quien se emocionó al escuchar el relato. Al ver la impresión que le causó su obra en el pequeño, Heródoto le dijo al padre: “El genio de tu hijo nacido para las letras, exige que en ellas le instruyas”.
Las historias de Heródoto comienzan con el tema que siempre le había intrigado: la vieja enemistad entre Asia y Europa.
El libro inicia así: “La gente más culta de Persia y mejor instruida en la historia, pretende que los fenicios fueron los autores primitivos de todas las discordias que se suscitaron entre los griegos y las demás naciones”.
Los fenicios, que eran los mayores comerciantes y piratas de la época, iban a Argos, entonces la más sobresaliente de las ciudades griegas, a comerciar productos traídos de Asiria y Egipto. Entonces, vino un gran número de mujeres entre las que se encontraba Ío la hija del rey para admirar las mercaderías. Los fenicios, viendo la belleza de algunas de ellas, tramaron secuestrarlas mientras aquellas estaban cerca de las embarcaciones. Pero, aunque muchas de ellas lograron escapar, la hija del rey fue apresada y llevada a Egipto. Esto motivó a que los griegos quedaran resentidos y buscaran venganza.
Así que varias generaciones después, una nave cretense (griega) desembarcó en Tiro, Fenicia, y le arrebataron al rey de la ciudad una hija cuyo nombre era Europa, “pagando a los fenicios la injuria recibida con otra equivalente”.
Versión mítica
Sin embargo, el secuestro de Europa también dispone de su versión mítica. En este relato, el dios Zeus había tenido una de sus acostumbradas rencillas con su esposa Hera y decide dar un pequeño paseo. Así que, descendiendo en las orillas de la playa de Tiro, vio a la atractiva hija del rey que paseaba con su séquito de criadas. Para acercarse a ella, Zeus toma la forma de un imponente toro blanco y Europa, al verlo, siente curiosidad por aquel animal. Sin sospechar se acerca a él y el toro besa sus manos con su hocico, retoza a la orilla del mar y la muchacha despreocupada ríe y juega con él. Las criadas le advierten que tenga cuidado, pero la muchacha desobedece y se monta encima del toro. Ni bien Zeus siente los muslos de la muchacha en sus costados, el toro corre hacia el mar y galopa sobre las aguas hacia la isla de Creta.
Europa nunca más volvería a su casa, no obstante, sus hijos forjarían una de las civilizaciones mediterráneas más refinadas, como lo fue la cultura minoica a la que le debemos, por ejemplo, el palacio laberíntico de Cnosos.
Sobre la palabra “Europa”
Según la teoría de algunos filólogos, la palabra “Europa” es de origen oriental. La influencia lingüística de Oriente sobre Occidente ha sido inmensa, y ya en Homero se podían percibir innumerables préstamos lingüísticos del acadio al griego. Así el vocablo “Europa” se relaciona con el acadio “Erebu” que significa: “país donde muere el sol”. De ese modo el vocablo Europa hace justamente referencia al topónimo Occidente, desde la perspectiva de los pobladores de Asia. Como topónimo, Europa apareció por primera vez en un himno homérico a Apolo, datado alrededor del siglo VIII a.C., en el que se designaba con este nombre a una parte de la Grecia continental para diferenciarla del Peloponeso y de las islas del mar Egeo.
En definitiva, lo que da cuenta Heródoto es que Europa no solo tiene un nombre asiático, sino que también era una mujer asiática. Y tal como expresó el papa Francisco, tanto orientales como occidentales venimos de la misma raíz que es, al final de cuentas, la humanidad.
TE PUEDE INTERESAR: