El 26 de mayo Uruguay festeja el Día Nacional del Libro. La fecha no es casual, sino que rememora la fundación de nuestra primera Biblioteca Nacional. En diálogo con La Mañana, el escritor, bibliófilo y librero Jorge Artola reflexionó junto a nosotros acerca de la importancia que tuvo este hecho en nuestra historia.
¿Qué significación considera que tiene nuestro Día Nacional del Libro?
Uruguay es uno de los pocos países que tiene un Día Nacional del Libro. El día internacional lo definió la Unesco jugando con las fechas de Shakespeare, Cervantes y Garcilaso. En Uruguay, era algo supuestamente más humilde pero quizá hasta más simbólico en términos reales, ya que Dámaso Antonio Larrañaga, quien había sido secretario de Artigas, donó sus libros para hacer una biblioteca en un país en que no había libros. Esto tiene una fuerza increíble porque estamos hablando del año 1816 y tan solo 10 años antes, en el tiempo de las invasiones inglesas, los invasores al recorrer el Montevideo colonial preguntaron a los habitantes de la ciudad si había librerías. Entonces uno de aquellos montevideanos le responde que sí que hay una librería y le explica al militar inglés dónde encontrarla. Resultó que la librería era una auténtica pulpería en la que había únicamente un estante sobre el que descansaban exactamente 27 libros. Entonces que Damaso A Larrañaga donara miles de libros en un país en el que no había libros es como si alguien donara al día de hoy una gran fortuna, pues en el Uruguay de aquel momento los libros eran piezas inusuales. Por ello, el acto de Larrañaga resultó revolucionario.
La semana pasada Irene Vallejo presentó su libro, “El infinito en un junco”, que trata justamente de las peripecias históricas que debió pasar el libro como objeto para llegar a sus lectores. ¿Cómo cree que se relacionan algunas ideas de esta obra con lo realizado por Larrañaga?
Irene Vallejo habla de varias etapas en el devenir de los libros. Pues la escritura se vivió de distintas maneras. La primera refiere al sentimiento de avidez por la posesión de todos los libros, como lo fue durante la época helenística y de Alejandría. La segunda etapa refiere al peligro o al miedo que generaron los libros en ciertas sociedades o mejor dicho en ciertos grupos sociales, como fue el caso en algún sector de la sociedad romana que durante la república se oponía a la influencia cultural griega por considerarla opuesta a la tradición romana. Y la tercera etapa, que podríamos llamar colaboracionista, iluminista, refiere al proceso por el cual los libros se van abriendo al público en general. Esta última etapa de distribuir y ayudar por medio de los libros a la gestación de un cambio cultural me parece una relectura sobre este acontecimiento.
¿Cree que Larrañaga era consciente de todas las implicaciones que tenía la fundación de una Biblioteca Nacional?
Era una sociedad en que estaban las ganas, pero no había nada, y ese primer paso fue muy importante. Sobre todo, mirado a la luz del mensaje artiguista que expresaba que para construir ciudadanos, estos tenían que ser ilustrados. Porque la famosa reforma agraria, el reglamento de tierra de 1815 no es un plan planero, dicho con todo respeto, de ofrecer tierras al primero que aparece. Es un proyecto de inclusión que solo podía funcionar, cosa curiosa, si había educación. Yo creo que ahí confluyen las dos tradiciones artiguistas, la de los franciscanos y de los jesuitas con esa ética de inclusión, pero también la otra, que fue que la de Félix de Azara. No hay que olvidar que Artigas trabajó con Félix de Azara, quien, por supuesto tenía no solo una mente y una inteligencia enciclopédica, sino que provenía de una familia en la que el racionalismo tenía mucho peso. De hecho, su hermano fue quien le publicó los veinte y pico de tomos en francés de su obra. Por ello es interesante rastrear esas fuentes del artiguismo en esa decisión de armar una biblioteca nacional.
¿Qué otro elemento le parece destacable de este hecho?
Hay otro elemento maravilloso que es el gran exento de todo impuesto a los libros. Esa ley es la única que sobrevivió del proyecto artiguista gracias a que la retomó J. E. Rodó en un proyecto de ley de 1910, en el que expresaba: “La exención de derechos para la circulación internacional del libro, vehículo de civilización y de cultura cuya difusión fácil y amplia es de interés humano. Y si este interés alcanza a las naciones capaces de elaborar por sí mismas la suma de producción intelectual suficiente para satisfacer sus necesidades espirituales, en el orden científico y en el literario, aún más alcanza a aquellos pueblos nuevos que por lo incipiente de su cultura, necesitan indispensablemente la asimilación de los frutos del pensamiento extraño, para formar y estimular su propia capacidad de producción”.
Pero más importante todavía resulta el argumento que esgrime Rodó cuando refiere que a pesar de que no todos libros son de utilidad para la nación y para las personas, la libertad debe primar sobre cualquier tipo de censura. “No todos ellos tienen igual valer educador y útil, ni todos ellos responden a un objeto digno y noble, y los hay que manifiestamente se oponen a esa superior finalidad. Pero si se considera que, en la práctica, sería punto menos que imposible trazar la línea divisoria que separase a unos libros de los otros, y que en esta tarea habrían de intervenir forzosamente las preocupaciones o parcialidades derivadas de las distintas opiniones humanas y que hacen odioso y contraproducente cualquier procedimiento de censura, se llegará a la conclusión de que en esto, como en todas las cosas, debe confiarse en la única eficacia de la libertad para subsanar sus propios inconvenientes y peligros”.
En definitiva, hay algunas tradiciones que nos honran, y otras que son totalmente debatibles. Pero el haber encontrado qué fue lo único que sobrevivió de Artigas y que el único tipo que resultó interpelado por ese mensaje fuera Rodó, resulta maravilloso.
¿Cuál cree que es la función del libro en la sociedad contemporánea?
Hubo un momento de la humanidad en que se comenzó a asumir que los libros son peligrosos y poderosos a la vez. Entonces los libros siguen siendo una parte esencial del proceso de escritura de la historia de la humanidad, del gran proceso civilizatorio. De hecho, desde que yo me dedico a los libros, hace ya cuatro décadas, ha habido cada 10 años más o menos, algún desarrollo tecnológico que en hipótesis afectaba a los libros. Sin embargo, a pesar de la invención de la radio, del cine, del libro electrónico, puedo decir que de estos soportes de información ninguno de ellos pudo superar al libro
¿Cuál sería entonces la magia que tiene un libro que lo hace tan particular?
Es la libertad de vivir una experiencia propia. Pues el acto de leer es un acto privado, que habla mucho de libertad de pensamiento, de desarrollar una elaboración propia a partir de los signos. Y esto, obviamente, no es lo mismo que las experiencias prefabricadas, masificadas y fáciles intelectualmente que produce la industria cultural. Está claro que siempre existieron, y no está mal, distintos productos culturales. Pues la humanidad ha ido generando diversos productos u artificios que interpelan a diversos segmentos. Por eso ciertos escritores como Herman Hesse o Tolkien han tenido la capacidad de interpelar generación tras generación a los jóvenes hasta el día de hoy. Y de alguna forma ciertos arquetipos permanecen en nuestro imaginario desde tiempos inmemoriales, como por ejemplo la idea de que la literatura oral nació alrededor del fuego del hogar. O como bien afirma Irene Vallejo, de que es posible que la escritura surgiera en torno al ámbito textil, y que por esa razón la trama de una narración, el nudo de un cuento, o la mismísima palabra “texto” que etimológicamente refiere a “tejido”, nos lleven a pensar que también pudieron haber existido, en los días arcaicos, hilanderos o hilanderas de historias y sobre todo de palabras.
TE PUEDE INTERESAR: