Situaciones risueñas se suceden a diario en el aula escolar y con el asunto este de trabajo en línea, me trajo recuerdos de diferentes momentos.
Los niños, fuente inagotable de alegría y verdaderos artífices de anécdotas, me han permitido la realización de este cuento.
Como profesor de música, siempre apoyo a los maestros con canciones, con el fin de que puedan aplicar diferentes estímulos y valorar las reacciones ante situaciones de clase y posteriormente ver cómo se van desarrollando en su vida cotidiana. Tengo un variado “arsenal” de respuestas y reacciones de los niños pero me voy a detener en la anécdota de “El pajarito cuentero”.
La maestra del grupo preescolar me contó que los niños le llevaban “muchos chismes”, y quería trabajar en este tema para cortar con esta fea costumbre y así me pidió una “mano”, o sea una canción para cantar en clase acerca de lo desagradable de esta práctica.
Claro está que con niños preescolares no es tarea sencilla. Están aprendiendo a socializar, salen del entorno familiar y muchas cosas van a resultarles como mínimo incómodas. Necesitan de la aprobación del docente de turno ante una situación que no logran aceptar o comprender o lo hacen simplemente por contar algo y así poder ser notorios. La canción en cuestión dice así en su fragmento inicial:
El pajarito cuentero
por aquí vino a volar
quiere saber lo que pasa
para poderlo contar.
Este “pajarito cuentero” trajo muchas preocupaciones a los chicos. Lo veían en la ventana, en el árbol, en el pretil de la casa, en el jardín, en la casa de la abuela y por todos los lugares donde iban.
En algunos casos era de color azul, en otros, marrón con un pico larguísimo, también era chiquito como la palma de sus manos y por otro lado parecido a un pterodáctilo prehistórico.
Cuando yo llegaba al aula, todos tenían una anécdota del pajarito para contar, pero la reacción más temeraria, salió de la boca de “Dieguito”. Este niño era sumamente extrovertido, pícaro, cariñoso, siempre tenía una sonrisa en su boca, pero era “medio peleador” y era claro que tenía baja tolerancia a la frustración, según la maestra.
Un día, Dieguito estaba muy serio.
Normalmente, cuando llegaba al salón de clase, todos los niños me abrazaban y se abalanzaban y Dieguito era el primero, pero hoy no sucedió eso.
Me senté en la silla frente al escritorio, me apronté a sacar la guitarra cuando vi que este dejaba su silla y se acercaba.
—Profe —me dijo muy triste—. Mi papá y mamá están enojados conmigo.
—-¿Por qué Dieguito? ¿Qué hiciste?
—Nada —contestó— Yo no hice nada, es una mentira lo que les dijeron.
—¿Cómo una mentira? Es algo muy feo eso, cuéntame.
—Les dijeron que yo me peleo en clase y que me porto mal.
—¡Ah bueno! Si haces eso, claro que la maestra le va a contar a tus papis.
—¡No fue la maestra! —dijo con los ojos llorosos.
—Bueno no importa quién lo dijo y ¿qué vas a hacer ahora? ¿Te mandaron a pensar?
—Sí, ya pensé mucho rato…
—¿Y qué vas a hacer, te vas a portar mejor?
—¡No! ¡Quiero matar al “pajarito cuentero”! ¡Lo voy a desplumar!
¿Notó, estimado lector, que los humanos desde chiquitos quieren reventar al mensajero y no aceptan errores?