El género policial, una especie que alude a las zonas oscuras y muchas veces sórdidas del alma humana, hace su irrupción, se asevera generalmente, con el magnífico Los crímenes de la calle Morgue de Edgar Allan Poe, en el siglo XIX. Conviene precisar que esa cronología indiscutida no tiene en cuenta un libro precursor del género, de Tomás de Quincey, titulado Del asesinato como una de las bellas artes, de siglo XVIII, que explora los aspectos estéticos y aún artísticos de esa dimensión del alma humana y da cuenta de una asociación creada con el fin de que un grupo que diletantes aborden la temática.
Pero dejando de lado esta aclaración liminar fue el cuento de Poe el que da inicio al género y en él se da la figura del investigador hiper lúcido que transforma las observaciones en razonamientos brillantes en deducciones inexorables, en un ejercicio de la racionalidad que permite el esclarecimiento de los hechos.
Hasta aquí Poe y sus seguidores Arthur Conan Doyle, Agatha Christie, se manejan con juna dilucidación que tiene por objeto descubrir al autor y recomponer el orden social vulnerado, sin otro dividendo para el investigador, que la fruición de la lógica cartesiana aplicada a la resolución de los enigmas.
Así el género policial de Sherlock Holmes y su fiel escudero, el Dr. Watson, (a propósito de Holme y Watson en ninguna novela aparece la híper famosa frase “Elemental Watson”, sino que es una creación extra literaria) se basa en el riguroso análisis de los indicios, en la observación genial de Holmes, en sus deducciones brillantes, y en un cierto vedetismo del personaje, del investigador, que pauta las noveles.
Del mismo modo, Ágata Christie, con un ensamblaje impecable de las piezas de la trama, de la que es ejemplo paradigmático Los diez negritos maneja el suspenso, la lógica, la descripción de personajes y situaciones, siempre todo con el signo de la actividad racional.
Black Mask
Pero ese género “de salón” se preocupaba –dice bien Milton Fornaro- de ubicar al autor del crimen pero no las causas ni los porqué del crimen. Y es aquí que hace su irrupción la novela negra norteamericana a partir de la emblemática publicación Black Mask, regenteada por el arquetípico Capitán Shaw, editor muy aficionado al póker y a los tragos, quien comienza a publicar a partir de la década de 1920, y hasta 1953, que coincide con el formidable El largo adiós de Raymond Chandler, los cuentos y novelas policiales populares, con una proverbial recomendación y algo más del Capitán Shaw en el sentido de que quería para su publicación obras con mucha acción y personajes de carne y hueso.
Se nota aquí claramente el aspecto diferencial con la novela de enigma, ahora el policial pasó del salón a los callejones oscuros de las calles norteamericanas, en la época de la gran depresión, de la ley seca, de la eclosión mafiosa, y la indagatoria no fue tanto en el terreno de la abstracción intelectual sino de la crítica social, de la indagatoria psicológica, con algunos atisbos de costumbrismo, conformando todo un nuevo género del que es símbolo y epítome Dashiell Hammet, con su inolvidable El halcón maltés.
Este itinerario del género policial nos indica que nada de lo humano le es ajeno y que aun las porciones más oscuras de éste constituyen fértil patrimonio literario
El autor, de filiación comunista, y que fue investigado en la época del macartismo, cree que el crimen es un subproducto de la sociedad capitalista y su icónico investigador, Sam Spade, que tiene la característica compartida con Philipe Marlow, de Raymond Chandler, de tener una moral personal en materia económica insobornable, cristalina, pura, intachable, pero que en el decurso de las investigaciones muchas debe –conociendo la corrupción policial imperante- adaptarse a esas reglas.
Ambos investigadores, con características disímiles, Spade y Marlow, tienen un sesgo romántico tardío que contrasta con la realidad lacerante en la que deben moverse.
Así, estas dos cumbres del género negro, uno el fundador, Hammet, y otro su seguidor y figura culminante del género, Raymond Chandler, sientan las bases de un género que recoge el nombre de policial negro, en virtud de que cuando estos autores fueron descubiertos por André Malreaux y André Gide, quienes decidieron a la prestigiosa editorial Gallimad, que las publicaran por sus ingentes valores literarios, Gallimad lo tituló “serie negra” y de ahí quedó policial negro.
El policial negro norteamericano
Haciendo una apretada enumeración de autores cumbres del policial negro norteamericano debemos aludir a James M. Caine (1892-1977); Ernest Gardner, Horace Mc Coy (1897-1955); el autor de la inolvidable Acaso no matan los caballos, que describe una maratón de baile que culmina con el suicido de una de las participantes y denuncia la sordidez que se esconde detrás del glamour de Hollywood, al que conocía profundamente.
Pero no podemos terminar esta brevísima reseña del género negro norteamericano sin aludir a uno de los pilares del género: Jim Thompson, autor de 1280 almas, que alude a un pueblo del mismo nombre que tenía esa población, sin contar negros, “pues estos no tienen alma”. Se trata de la insólita experiencia de un sheriff amoral, delincuente, sórdido, cruel, que hace su ley en un pueblo y que configura el primer caso de un policía signado o caracterizado por la más galopante vesanía y corrupción, todo muy bien descripto por el autor con su brillante pluma.
Un exponente del género, para terminar, a través del cual se puede seguir la evolución del mismo en sus postrimerías, un escritor con altibajos, Ross Mc Donald, constituye un autor ineludible a la hora de seguir y visualizar las transformaciones y cambios de la sociedad norteamericana a través del género policial.
Del enigma al callejón oscuro; de los ambientes aristocráticos a la sordidez del bajomjundo; ese itinerario del género policial nos indica que nada de lo humano le es ajeno y que aun las porciones más oscuras de éste constituyen fértil patrimonio literario.
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