El retorno de la antigüedad. La política de los guerreros. Robert D. Kaplan. ED. B. 2002.
Un texto erudito y polémico que apunta a debatir la política real, no la del “deber ser”. La tesis central es simple y contundente: nuestro tiempo, que se asume como único y excepcional por los logros filosóficos y tecnológicos, es demasiado semejante a la antigüedad. Más que una visión del eterno retorno del pasado, lo que se plantea es un proceso de muy larga duración. Las pasiones humanas, sus vicios y virtudes son inherentes a nuestra condición. Son básicamente atemporales.
Kaplan, un periodista norteamericano con una extensa experiencia en contextos bélicos, ha desarrollado un sólido perfil como especialista en geopolítica. El subtítulo en inglés Warrior Politics: Why Leadership Demands a Pagan Ethos, nos remite directamente al cuestionamiento central de la práctica política de Occidente, donde las hipotéticas buenas intenciones conducen a los desastres subsiguientes. Esto es, Kaplan plantea la recuperación del pensamiento maquiavélico, el cual sostiene una moralidad de resultados y no de intenciones. Dicho de otro modo: “Puesto que el cristianismo alaba a los dóciles, permitía que el mundo fuese dominado por los malvados: prefería una ética pagana que elevara el instinto de conservación a la ética cristiana de sacrificio, que consideraba hipócrita. Sin embargo, hay que tener cuidado con Maquiavelo. Comoquiera que reduce a menudo la política a simple técnica y astucia, resulta fácil encontrar en sus escritos una justificación para casi todas las opciones políticas”.
Kaplan asume que la fuente de inspiración más certera es el estudio sistemático de la Historia, el mundo no es “moderno” ni “postmoderno”, sino una mera continuación del antiguo; un mundo que, a pesar de su tecnología, los mejores filósofos chinos, griegos y romanos habrían comprendido. Y lo pasa a demostrar de la mano de Tucídides, Tito Livio, Séneca, Sun Zu, Maquivelo, Hobbes, Malthus y su héroe por antonomasia: Winston Churchill.
Churchill el archicolonialista es indisociable del Churchill que se enfrentó solo a Hitler. El belicismo impenitente suyo emanaba no de la preferencia por la guerra, sino de un emotivo sentido victoriano del destino imperial, amplificado por lo que Isaiah Berlin llama una rica imaginación histórica. Churchill sabe que si una nación es próspera, siempre tiene algo por lo que luchar: “Porque , como en el estado romano, cuando ya no hay mundos que conquistar ni rivales que destruir, las naciones cambian el deseo de poder por el amor al arte, y así, por medio de una debilitación y un declive graduales pero continuos, pasan de las vigorosas bellezas de los desnudos a los atractivos más sutiles de los vestidos, y entonces se sumen en el verdadero erotismo y la máxima decadencia” (The River War). Ya Salustio, en la antigua Roma, escribía: “La división del Estado romano en facciones guerreras se había originado unos años antes, como consecuencia de la paz y de esa prosperidad material que los hombres consideran como la mayor dicha, por cuanto los vicios predilectos de la prosperidad son libertinaje y orgullo”.
Kaplan analiza a Churchill, entonces, como ejemplo de líder capaz de establecer prioridades morales. Los contemporizadores consideraban moralmente repugnante pretender una alianza con Stalin o apoyar un golpe militar contra Hitler, puesto que había accedido al poder democráticamente. Los contemporizadores eran “más amables que sensatos. Al negarse a cometer el más mínimo pecado, incurrieron en un error mucho más grave”.
El Retorno de la antigüedad se devora en un día, su lectura es hipnótica. El hecho que Kaplan participe en algunos de los think-tanks conservadores claves de EE.UU. refuerza su interés. Quizás en pocos textos logremos a una exposición tan clara de los presupuestos de la política inspirada por Kissinger, con todo lo que ello implica.
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