El sueño chino. Cómo se ve China a sí misma y como nos equivocamos los occidentales al interpretarla. Osvaldo Rosales. Siglo veintiuno editores, 2020. 236 págs. $690
Hace unos cuantos años Henry Kissinger escribió una fascinante historia de China, en la cual uno de los primeros elementos que destacaba era la centralidad de dicha sociedad como potencia económica a través, ya no de los siglos, sino de los milenios. Continuaba desarrollando los argumentos para desmontar gran parte de las mitologías que los occidentales asumimos como verdades irrefutables sobre la tierra de los dragones, del Imperio Celeste y Mao.
Osvaldo Rosales, un economista chileno de la línea cepalina, ha trabajado encabezando las negociaciones de acuerdos de libre comercio de Chile con la UE, los Estados Unidos, Corea del Sur, iniciando también las conversaciones para llegar a un acuerdo con China.
En el ajedrez, el objetivo es el derrumbe del rey. En el juego chino de wei, en cambio, se busca el cerco estratégico que evita el conflicto directo. No es exagerado aplicar ese paralelismo a los modos en que Estados Unidos y China, respectivamente, se posicionan en el conflicto de hegemonías que hoy los tiene como protagonistas, de cuya resolución dependerá en buena medida el mundo que habitaremos en el siglo XXI. A pesar de la centralidad de esta disputa, occidente permanece tercamente aferrado a estereotipos e ideas equivocadas cuando trata de interpretar las ambiciones políticas chinas. Osvaldo Rosales, en esta línea, invita al lector a mirar a dicha nación sin prejuicios pero sin concesiones, y así entender que el “sueño chino” que orienta sus decisiones políticas y económicas desde hace al menos siete décadas representa un objetivo natural, un acto de justicia; es “la reconquista del lugar central que el país tuvo en la civilización y economía mundiales hasta el siglo XV”.
Para los dirigentes chinos mantener la estabilidad social y política y la unidad del partido y de la nación, son objetivos irrenunciables a los que se subordina cualquier política económica. Muestra también que, lejos de ser una institución monolítica y estable, el Partido Comunista Chino ha sido y continúa siendo escenario de desacuerdos y debates intensos sobre el futuro del país. Y que los notables avances en tecnologías, patentes e innovación hacen poco rigurosos seguir pensando a China como un fabricante en serie de productos de bajo costo y escasa calidad.
Una mirada polémica desde Latinoamérica.
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