José Enrique Rodó no tuvo poder ni fortuna. Vivió sin disponer de grandes medios, especialmente después de la temprana muerte de su padre. Y si bien hizo política y en tres ocasiones fue diputado, sus tensiones con José Batlle y Ordóñez le quitaron capacidad de influencia dentro del gobierno y de su propio partido.
Pese a lo anterior, Rodó fue uno de los hombres más influyentes que ha tenido este país. Esa influencia no solo trascendió límites geográficos (recorrió toda América y llegó hasta Europa) sino que también traspasó límites temporales: a 150 años de su nacimiento, Rodó sigue siendo leído, interpretado, discutido. En particular, las huellas que dejó su obra siguen siendo hasta hoy una clave para entender el proceso intelectual y cultural de no pocas sociedades.
La influencia de Rodó no se debió al dinero ni al poder que no tenía, sino a la calidad de su prosa y a la riqueza de sus ideas. Sobre el primer punto puede haber debates. Para algunos, el estilo rodoniano mantiene casi intacta su capacidad de seducción, mientras que para otros se ha visto afectado por el cambio de sensibilidades que inevitablemente trae el paso del tiempo. En cambio, es muy difícil poner en duda lo segundo. Las ideas de Rodó siguen hablándonos e interpelándonos, así como siguen generando interpretaciones divergentes, que a veces quedan asociadas a posiciones muy distantes dentro del espectro político.
Todos estamos acostumbrados a escuchar que los intereses y las correlaciones de fuerza mueven al mundo. Y desde luego sería ingenuo negar su capacidad de influencia. Pero lo que a veces perdemos de vista es la enorme fuerza transformadora que tienen las ideas. También ellas mueven al mundo, aunque a veces nos cueste percibirlo. Conceptos como los de libertad, justicia, igualdad o derechos vienen modificando nuestras formas de vida, al menos desde los antiguos griegos. Muchos rasgos de nuestra convivencia simplemente no pueden entenderse si no prestamos atención al modo en que esos conceptos han condicionado nuestras decisiones.
Estar celebrando a José Enrique Rodó a un siglo y medio de su nacimiento es también estar celebrando el valor de las ideas como motor de nuestra existencia personal y colectiva. Y es muy bueno hacerlo a la manera de Rodó, es decir, discutiendo, confrontando, buscando significados que están lejos de lo obvio.
En un tiempo en el que estamos demasiado rodeados de debates en los que nadie intenta persuadir a nadie, donde todo se reduce a una sucesión de alineamientos automáticos y de respuestas previsibles, volver a Rodó es rencontrarnos con el encanto de un pensamiento que no se deja encasillar ni instrumentalizar fácilmente. Rodó nos habla y nos interesa, pero no estamos de acuerdo en lo que nos dice. Eso no debe ser visto como un problema sino como una oportunidad de enriquecimiento. El disenso, las divergencias, los matices, no son anomalías que haya que solucionar cuanto antes, sino frutos valiosos de la libertad.
*Ministro de Educación y Cultura de la República Oriental del Uruguay. Dr. en Filosofía por la Universidad de Lovaina (Bélgica). Escritor, profesor e investigador.
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