El dinero se ha convertido en un elemento indispensable en nuestras sociedades actuales, siendo quizá el elemento globalizador más importante, después del desarrollo de las tecnologías de la información, la comunicación y el transporte. Sin embargo el dinero no siempre ha existido como lo conocemos hoy, como un objeto de intercambio y valor específicamente asignado, sino que ha ido evolucionando en el tiempo, pasando de la acuñación de metales preciosos al extremo de las actuales monedas electrónicas.
Ahora bien, el problema principal del dinero, la constante cuestión en su historia ha sido: ¿cuánto vale el dinero? El valor del dinero, como bien decía Aristóteles en la Política, responde más a la confianza que deposita una sociedad determinada en un objeto específico para usarlo como elemento de intercambio que del valor en sí del objeto, en este caso una moneda.
De ese modo, la pregunta sobre el valor del dinero ha estado sobre el tapete tras la crisis financiera del 2008, tras la crisis griega que tuvo en vilo a toda la Unión Europea a partir del 2009, y vuelve a surgir hoy cuando la inflación –no ya regional sino global, causada por la guerra en Ucrania en un mundo pospandémico– provoca un aumento de los precios y constituye un factor creciente de desestabilización de los mercados financieros. Esto genera que el valor de las monedas, principalmente de aquellas que tienen más confianza de los mercados y que son las que se usan como referencia (el dólar estadounidense, el euro, etc.), tengan una fluctuación en sus correspondencias de valor y que, ante esa volatilidad, vuelvan como elementos seguros de ahorro: el oro, las propiedades inmuebles, entre otros objetos.
Esta situación no es nueva en la historia y se puede decir que con la caída del Imperio romano y durante casi toda la Edad Media, sucedió lo mismo. Ante la poca estabilidad financiera la gente tendió a refugiarse en una economía rural, o sea retornó al elemento indispensable de valor y de generación de valor, a saber, la tierra. El feudalismo basó toda su economía en la producción agropecuaria y de hecho el comercio medieval fue más un intercambio de ciertos productos, como carne, cereales y vino, que la acumulación de dinero como un fin en sí mismo. Cabe aclarar que en la Edad Media la riqueza y la acumulación de moneda no eran sinónimas y es importante saber que las tribus góticas que invadieron Europa al final del imperio no tenían la costumbre de acuñar moneda.
El dinero: producto de la modernidad
“El dinero”, como bien afirma J. Le Goff, es un producto de la modernidad; sin embargo, los vocablos comunes que se utilizaron para nombrarlo en la Edad Media –tanto en latín como en las lenguas vernáculas– fueron: moneda, pecunia (lat. “pecunia”), denario (lat. “denarii”). Es interesante observar que el “denario” era una moneda de origen romano acuñada por primera vez por Tito Livio hacia el año 268 a.C. Con la caída del Imperio romano, bajó la circulación del dinero y escaseaba el oro en casi toda Europa occidental, ya que el poco que había era utilizado para comprar artículos de lujo que se importaban de Oriente. Esta situación provocó que Carlomagno estimulara la primera reforma monetaria de la Edad Media, acuñando el llamado “denario franco”. La acuñación de moneda se comenzó a llevar a cabo nuevamente por los poderes públicos, sin embargo, la acuñación solo se realizaba en plata abandonando el oro, y lo hacían tanto talleres monásticos y episcopales como monederos particulares, provocando que hubiese una gran variedad y diferentes calidades del “denario franco” (Monedas de las Cruzadas, Laura Montemurro).
Carlomagno, como bien es sabido, quería volver a restaurar el Imperio romano de Occidente, quería restablecer sus rutas, reunificar y homologar el culto cristiano católico, establecer en el reino centros educativos y exitosos centros comerciales, pero con su muerte, y tras las desavenencias de sus hijos en la sucesión, el proceso se vio truncado. Y habría que esperar un poco más de dos siglos para que el dinero recuperase su lugar en la sociedad con el crecimiento de las ciudades.
Revolución comercial medieval
En definitiva, las ciudades necesitaban dinero tanto como el dinero necesitaba a la ciudad para expandirse, y a este proceso histórico Le Goff le llamó la revolución comercial medieval. Las causas de este desarrollo fueron la “paz” y el “orden” que imperaba en las rutas de comunicación, de ese modo pudiendo los mercaderes de aquel entonces mejorar sus condiciones de transporte. Así, desde los hostiles reinos nórdicos hasta los confines bizantinos del cercano Oriente, se establecieron rutas seguras de comunicación que permitieron mayor fluidez al comercio. Este progreso económico tuvo como efecto inmediato un aumento demográfico, quizás el más acentuado de toda la Edad Media, y que recién se vería comprometido ya entrado el siglo XIV. Durante este período la orden del Temple jugó un papel fundamental, no solo como proveedores de orden en los caminos a Oriente, sino también como acuñadores de moneda, imitando el tipo de monedas que se acuñaban en Bizancio; y fue mediante su influencia que el oro volvió a circular en Europa.
Además, hacia el siglo XIII, los distintos reinos de la medievalidad se fueron convirtiendo de a poco en una suerte de “Estado”, y comenzaron a tener una gran necesidad de dinero para efectivizar su cada vez más compleja institucionalidad en la que requerían la contratación de cada vez más funcionarios. Esto provocó que hubiera más dinero en circulación pero al mismo tiempo generó un mayor endeudamiento de reyes y príncipes. La motivación principal de este fortalecimiento del “Estado” era que, desde el siglo XI, los reyes habían perdido poder económico y real sobre la población, teniendo en muchos casos condes, marqueses o duques con mayores riquezas que el propio rey. Esta competencia hizo que los reyes propulsaran sus propios emprendimientos y fundaran sus propios mercados para así garantizar la estabilidad económica de la corona.
Economía rural
Pero en el siglo XIV la burbuja financiera de la Edad Media explota y la crisis se hace presente. Las causas fueron varias, entre ellas se pueden destacar los préstamos impagos de los señores feudales, el descenso en la curva demográfica en las ciudades a causa de la peste negra (lo que determinó una menor cantidad de consumidores), la Guerra de los Cien años, la devaluación de las monedas circulantes y un nuevo éxodo poblacional de las ciudades al mundo rural. En definitiva, podemos decir que la economía monetaria de la Edad Media fue funcional y efectiva por el lapso de poco más de dos siglos. Luego en casi todo el Medioevo funcionó una economía rural, basada en el intercambio de bienes, y hubo que esperar hasta el inicio de la globalización (conquista de América) y la modernidad tecnológica para que el dinero volviera a ser fundamental para la sociedad.
Para concluir, cabe destacar que la principal enseñanza que nos deja la Edad Media en cuanto a la volatilidad del valor del dinero que amenaza la estabilidad económica global en la actualidad es que el verdadero valor no se halla en un trozo de papel ni en un metal precioso sino en la tierra. La tierra ha sido siempre el factor decisivo de una economía, sea por tenerla o por carecer de ella. También podemos considerar ante un escenario de este tipo que una economía agropecuaria es más estable que una economía basada en el comercio de objetos manufacturados. De hecho, una de las mayores hambrunas del siglo XIV sucedió en los actuales Países Bajos, el mayor centro industrial medieval de productos textiles. Así, el siglo XXI ha significado para Occidente el fin de una etapa de crecimiento económico que parecía ilimitado (iniciado en la década del 60 del siglo pasado) y los efectos de esta recesión son cada vez más visibles y palpables. En estas circunstancias para nuestro país es importante e imprescindible tener una efectiva política para presente y futuro acerca de nuestro más importante recurso y fuente de valor, ya que como hemos visto, cuando los sistemas financieros y monetarios caen, o cuando la guerra pone en vilo a los Estados, la tierra vuelve a ser el centro de la economía y del poder.
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