Cosa divertida son los apelativos o sobrenombres que se dan en los pueblos o los barrios.
Están los que dan pistas de nacionalidad o descendencia -gallego, vasco, tano, judío o turco- o los que describen una particularidad física -el “oreja”, el “tuerto”, el “ñato”-, y también están los sobrenombres tipo el “rengo”, el “manco” o el “tarta”.
Hay muchos que se ven rebautizados por cierta similitud física con algún animal o por su desempeño en los deportes: el “perro” si es mal jugador, “el gato” si es ágil o puede ser el “oveja” si tiene frondosa y enrulada cabellera. Hace poco a uno que era corto de entendimiento y medio sordo le pusieron el “tueco”.
A veces después de años, por algún motivo, se les cambia por otro. Eso le pasó al “zorro” Sierra, líder político del pueblo, hombre con muchas lides políticas encima y en descenso en el aprecio popular.
El sobrenombre o apelativo, como dirían en mis pagos, era más que bien colocado. Todos los que hemos vivido en el campo sabemos de la astucia de tal cánido.
Tenía el pelo de color marrón rojizo, salpicado de canas y nariz muy larga. Acostumbrado siempre a llevar agua para su molino, aprovechaba toda circunstancia para tratar de dejar mal parado a su oponente.
Era de los que aprovechaba una seca para echarle la culpa al gobierno. Las inundaciones, la humedad, el granizo o las langostas eran culpa del candidato a Intendente oficialista.
—Estos muestran la hilacha, traen calamidades, vean y voten bien —decía con sonora voz en sus alocuciones de barricada.
En pleno proceso de campaña andaba la gente, de uno y otro bando, afirmados en sus quehaceres militantes. Un grupo pintaba muros, otro pegaba la cartelería, y el “zorro” iba recorriendo los barrios marginados, prometiendo una mejor vida y denostando al rival electoral.
Estaba en la plenitud de un encendido y pasional discurso cuando le avisan desde abajo del improvisado escenario que el “pescado” Vitrubio había sido agredido en plena militancia.
“Aprovechando la oportunidad que me brinda Radio Sport”, diría el entrevistado eterno, el “zorro” se extendió en ataques a los rivales, tratándoles de enemigos de la democracia, fascistas y no faltó la acusación de torturadores.
Agregó, sin medirse, que el agresor sin duda iba a ser salvado por los jueces.
—En este pueblo, sin garantías, no tengo ninguna duda acerca de la parcialidad de la Justicia a favor de los enemigos del conjunto del proletariado, sano, honesto y de altos valores que el “pescado” Vitrubio y nuestra colectividad representan —dijo muy rojo de cara y con ojos saltones.
Pero el papelón estaba a la vuelta de la esquina. El “pescado” no estaba militando, estaba con la “flaca” María Ester, la mujer de Cornelio el zapatero, que llegó temprano a la casa y los pescó in fraganti, y por eso le dio una buena tunda, por “pata de bolsa”.
A medida que se fue conociendo el motivo de la agresión, el “zorro” pasó a ser el blanco de las burlas del pueblo. Quedó verde de bronca y pelado por las deudas que provocó la debacle electoral.
Y para peor de sus males, se ganó el cambio de sobrenombre.
De zorro paso a sapo, por bocón.
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