De regreso de un viaje por los Emiratos Árabes y el Sultanato de Omán, vamos a compartir algunas reflexiones con los lectores. Si bien la visita tuvo lugar durante el mes de agosto de 2017 la experiencia y las reflexiones mantienen plena vigencia. Creemos de interés la referencia a un escenario tan distinto en paisajes, la cultura y la forma de vivir de sociedades tan diferentes de las nuestras.
En los emiratos gobierna una monarquía confederada compuesta por 7 divisiones territoriales (emiratos): Abu Dhabi, Ajmán, Dubai, Fuyaira, Ras al-Jaima, Sarjah y Umm al Qaywayn, pequeños reinos que en total tienen una superficie total de 77.000 kilómetros cuadrados, bastante menos de la mitad del territorio uruguayo.
Los emiratos están ubicados dentro de la gigantesca península arábiga, donde conviven varios países musulmanes: Arabia Saudita, Yemen, Omán, los EAU, Bahrein, Qatar y Kuwait.
La región estuvo habitada desde el 5000 antes de Cristo por la civilización Dilmún, de gran adelanto para la época y en el siglo XVI cayó bajo la influencia de las potencias coloniales europeas, primero de Portugal y luego por la dominación británica.
En 1971 cesó el protectorado inglés lo que significó la oportunidad de que seis jeques de pequeños estados formaron la unión suscribiendo la Constitución de 1971 a la cual se unió el pequeño reino de Ras al-Jaima pocos meses después. Cada emirato conserva una considerable autonomía política, judicial y económica y cada emir cumple un papel determinado en un área de gobierno.
Se trata de territorios tradicionalmente pobres, áridos, desiertos con algunos oasis por donde circulaban caravanas de camellos dedicados al transporte y costas de riqueza pesquera y ostrícola. Y que hasta mediados del siglo XX sus principales producciones y formas de vida eran la pesca y el cultivo de perlas en la costa.
Hasta que en 1958 se descubrieron grandes, inmensas, reservas de petróleo en Abu Dhabi. Y en 1966 se descubrieron cantidades más pequeñas en Sarjah y Ras al-Jaima. Más del 90 por ciento se encuentran en la plataforma de Abu Dhabi, estimándose que las mismas alcanzarán para más de 100 años.
La visión y la sagacidad de los emires los llevó en 1971 a unificarse y aplicar las inmensas ganancias derivadas del oro negro para un destino de desarrollo en la zona. Conscientes de que el petróleo es un bien fungible y de segura desaparición han apostado por un desarrollo futuro basado en el turismo y en la tecnología.
Lo primero que tengo que comentarles es que aterrizar en el aeropuerto de Dubai supone un shock, es como desembarcar de plano en una ciudad del siglo XXII, tal el aspecto modernista de la ciudad. Del más puro y rudo desierto se pasa en contados metros, a veces tan solo en centenares, a un panorama de rascacielos de moderna concepción y altura gigantesca de los más diversos estilos y materiales empleados.
El emirato de Abu Dhabi
En esta nota vamos a referirnos al emirato de Abu Dhabi, el más grande y el más rico y en consecuencia la capital política y administrativa de los EAU. No es el más visitado, por ahora, pero en el futuro será una referencia a nivel mundial en el ámbito de la cultura.
A diferencia del emirato de Dubai, que consciente de que sus reservas petrolíferas más limitadas, optó por un crecimiento meteórico en altura y modernidad, aunque pagando el precio del desorden y caos, en Abu Dhabi las cosas se han mirado y planeado con largo alcance. El crecimiento urbano no es tan fulminante ni impactante como en Dubai pero se ha seguido un trazado urbanístico más ordenado en espacios y siguiendo la línea de la costa con una Corniche, como llaman a una rambla que sirve para disfrute y deporte de la población. Y se han aprovechado islas existentes y creado islas artificiales como la isla Lulu, que visitamos.
La capital administrativa, Abu Dhabi, encaró un desarrollo urbano más ordenado y racional, más planificado y acorde con el futuro. Pero su gran apuesta, aunque lo sea el desarrollo del turismo orienta su foco por el campo de la cultura y mira por un desarrollo de parques temáticos y de grandes y extraordinarios museos. Es decir, una apuesta plena por el desarrollo cultural.
Como nota al margen deseché una visita al Parque temático Ferrari World, un desborde de tecnología referido a la popular marca de automóviles de carrera para visitar otra parte de la ciudad, en especial el armónico centro y la gran mezquita, uno de los edificios más hermosos del mundo que ameritaría una nota de por sí. Claro que lamenté no haber asistido a la pista de carreras donde podría haber manejado un prototipo de Ferrari por un centenar de metros al costo de unos cuantos centenares de dólares…
Bromas aparte, me maravilló Abu Dhabi. Recorrimos la llamada Corniche, una especie de costanera y esperamos que bajara el sol para salir a caminar y recorrer los negocios tan iluminados como en cualquier capital europea y que siguen abiertos hasta altas horas en la noche. En verano, la estación, en que viajamos, la temperatura diaria ronda entre los 40 y los 45 grados y de noche baja un poco. Es increíble la sensación de que cuando salimos del hotel con aire acondicionado al aire libre, los lentes se empañan como por encanto.
Lamentablemente la guía de la excursión, una simpática mejicana, no nos llevó a la isla de la Felicidad, una isla artificial en la que acaba de inaugurarse el museo del Louvre Dubai. Fue inaugurado oficialmente en presencia de autoridades el domingo 11 de noviembre de 2017 fue abierto al público. La entrada ronda los 180 dólares, pero aunque no fuimos, es de lamentar una oportunidad única.
Pero es bueno aclarar que este museo, modelo de integración cultural, no todo el mundo árabe está de acuerdo con esta apuesta del museo del Louvre para exhibir arte de occidente.
Claro que no es oro todo lo que reluce, el progreso y esplendor se mantiene en base a una división social donde todo está previsto en función de beneficiar a los naturales de los emiratos: las familias árabes y sus descendientes quienes se reservan los cargos de gobierno y puestos ejecutivos aún en las empresas extranjeras.
El trabajo lo cumple la gran mayoría de inmigrantes que llegan desde Filipinas, India, Indonesia, Pakistán, Malasia y aún de Europa. Se les paga un muy buen sueldo pero viven hacinados en viviendas colectivas para ahorrar lo suficiente y regresar pocos años después a sus países de origen.
Pero no pueden protestar, ni tienen derecho de huelga porque firman un contrato de trabajo. Si no están conformes son inmediatamente despedidos y regresados a sus países de origen, por supuesto que con el transporte pago.
Algo impensable en las sociedades modernas de occidente pero que explica este esplendor. Que mirado desde nuestro punto de vista resulta inaceptable pero que funciona en otras latitudes. Tan cierto o verdadero que sin los miles de trabajadores extranjeros todo ese imperio edilicio y cultural que apuesta por el turismo se desmoronaría en segundos. Paradojas de nuestro mundo.
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Juan Antonio Varese.net