Darío Villanueva (Villalba, 1950), destacado intelectual exdirector de la Real Academia Española, es autor de “Morderse la lengua” (Espasa 2021) ensayo en que se denuncia a la corrección política “como la forma contemporánea más perversa de la censura” No es éste el único autor que ha alertado sobre el tema que penetró sutilmente en el mundo occidental como una nueva modalidad de totalitarismo, capaz de llegar, cuando alcanza los poderes públicos, a extremos peligrosos, o al menos ridículos y demenciales.
Una nueva Inquisición
En España el actual gobierno ha creado el Ministerio de Igualdad. En este se atienden asuntos de tanta gravedad como denuncias a una fábrica de juguetes por ofrecer entre sus productos plaquetas para puertas de habitaciones infantiles con las leyendas “Aquí duerme un pirata” o “Aquí duerme una princesa” o a promover la sustitución de señales de tránsito cercanas a un paso escolar, que muestran las figuras esquemáticas de dos niños saliendo del colegio, un varón corriendo delante y una niña algo más atrás.
Cabe señalar que cuando la ministra en sus discursos dice cosas como “hijos, hijas e hijes”, no logra la aceptación social que tiene el uso de eufemismos. Expresiones como “Interrupción voluntaria del embarazo”, en lugar de “aborto”, o “privado de libertad”, en vez de “preso”, ya se han hecho frecuentes en el habla de los políticos. Pero los esfuerzos por imponer ese lenguaje se sostienen a muy alto nivel.
En el año 2018, la señora Carmen Calvo, vicepresidente del gobierno recientemente asumido, le solicitó a la Real Academia Española, de la cual el profesor Darío Villanueva era entonces director, que reformara la Constitución Española utilizando el lenguaje inclusivo. El director encomendó a cuatro académicos (dos hombres y dos mujeres) la elaboración de un extenso informe que fue dado a conocer en el año 2020, con una fundamentada negativa. Uno de los miembros de la Academia, el escritor Arturo Pérez Reverte, quien ha denunciado el uso del lenguaje inclusivo en textos escolares, expresó que de haberse accedido a la reforma solicitada habría renunciado a su plaza.
En su libro “Morderse la lengua”, Darío Villanueva explica cómo se ha originado esta suerte de ideología a principios de los setenta en campus universitarios y ámbitos de la izquierda norteamericana, como forma de dar visibilidad a las minorías, replantear supuestos básicos de la Historia, y promover la igualdad sexual y racial por medio de la discriminación positiva, poniendo el lenguaje al servicio de esas causas. Y es justamente en el uso del lenguaje que Villanueva, filólogo y catedrático de literatura comparada, centra su ensayo de más de 400 páginas, en donde también trata el fenómeno de la “posverdad”, tan característico de nuestro tiempo. La distorsión deliberada de la realidad, y toda la consecuente sarta de “pos”: Poshumanismo, Poslengua, Posdemocracia, son analizados por Darío Villanueva con certitud y cierta dosis de humor, mostrando una sociedad dominada por las más sutiles formas de mentira.
El proceso por el cual, la intención de rescate de las minorías, tras su seducción inicial ha derivado hacia la callada imposición del pensamiento único tiene sus causas. Por un lado, el “victimismo” de los que se sienten vulnerados por un pasado histórico a menudo desconocido o intencionalmente tergiversado y en respuesta a ello la culpa gratuita asumida por colectivos, sin posibilidad de redención, como puede ser la de los hombres blancos, los heterosexuales y los cristianos. Aún la intención inicial de la defensa se ha visto desvirtuada. Medidas como la fijación de “cuotas” que les permite acceder a las mujeres a cargos, tengan o no tengan la capacitación, hace a todas pasibles de sospecha y aún desconoce la natural inclinación que puede tener la generalidad de ellas hacia determinados trabajos.
Otras voces de alerta
Decía George Orwell en su prólogo de “Rebelión en la granja” (1945): “en un momento dado se crea una ortodoxia, una serie de ideas que son asumidas por las personas bien pensantes y aceptadas sin discusión alguna. (…) Y cualquiera que ose desafiar aquella ortodoxia se encontrará silenciado con sorprendente eficacia”. Si bien la novela de Orwell se inspira en la tiranía del régimen soviético, asombra por lo adecuado que podría ser este prólogo para describir el veneno invisible que hoy mina la libertad de pensamiento.
El reconocido filósofo francés Jean Francois Braunstein, autor de “La filosofía se ha vuelto loca” (Ariel, 2019), aborda no sólo el tema de la ideología de género sino también los derechos de los animales y la eutanasia, y demuestra que a través de sentimientos que pueden tener cierta apariencia de bondad, se puede llegar fácilmente a lo absurdo o aberrante. Sus conclusiones son aún más inquietantes, porque ahonda en el total relativismo del “género”, señalando de la nueva ideología la pérdida total de límites no sólo en cuanto a lo que se considera natural y lícito, sino en la negación de sexos, razas y diferencia entre humanos y animales. La sana conclusión de Braunstein es que la filosofía se vuelve totalmente loca cuando olvida lo intrínsecamente humano.
La realidad que no importa
Si revisamos la mayor parte de los postulados del pensamiento único que trata de imponerse veremos que está siempre presente la desconexión total con la realidad. El sexo se entiende como construcción cultural y se desprende totalmente, no sólo de la anatomía humana sino de la existencia misma de los cromosomas. La manipulación llega al pasado, que se reinventa como se quiere, y muchas veces se plasma en leyes como la ley de la Memoria Histórica española, que fija un relato oficial con el que nadie puede disentir.
Todos los días asistimos a noticias que muestran una tendencia al desmedro o mismo a la destrucción de la civilización occidental. Noticias que pueden ir desde la furia iconoclasta que derribó incluso algunas estatuas de quienes fueron grandes defensores de los indios, hasta la censura o propuesta “reescritura” de célebres obras maestras, o la de universidades británicas que reclaman evaluaciones “inclusivas” que no penalicen faltas de ortografía, ya que consideran un buen nivel de inglés como “blanco, masculino y elitista”
¿Llegará el día en que prime la cordura?
*Columnista especial para La Mañana desde Madrid
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