En un recorrido por los restos visibles -y aún los invisibles- de la cantidad de barcos hundidos a lo largo de nuestras costas atlántica como platense y aún de las riberas del Río Uruguay nos permite un encuentro con nuestra historia durante esta temporada.
Se acerca el verano y los uruguayos nos disponemos a recorrer nuestras costas.
Se va a cumplir, pandemia mediante, la sabia y verdadera máxima de que debemos empezar
por conocer nuestra tierra antes de hacerlo con las lejanas. Recuerdo haber comenzado
una conferencia asegurando que en nuestros 187.000 kilómetros cuadrados de
superficie es posible encontrar paisajes tan hermosos e historias tan
interesantes como las que promocionan los folletos de viajes hacia mundos
lejanos. El problema es saber buscar, mirar con ojo inquisitivo y poner la
curiosidad en investigar los rincones y los acontecimientos.
Uno de los tantos temas en que hemos sido pródigos es en la cantidad de barcos hundidos a lo largo de nuestra costa, tanto atlántica como platense y aún de las riberas del Río Uruguay. Podemos decir, después de estudiar el tema y conocer las historias locales, que ha habido más de 2000 naufragios desde la época colonial hasta el presente. Claro que no todos tienen el mismo interés desde el punto de vista histórico o arqueológico; ni en la influencia regional como la toponimia o las historias locales. Ni tampoco todos han dejado rastros visibles sobre la playa, antes bien la mayoría ha caído en el olvido.
Un naufragio representa una “situación límite”
Además de la lectura de artículos y libros, sugerimos un recorrido por los restos visibles -y aún los invisibles- para recorrer algunos aspectos de nuestra historia. Porque hasta un pequeño trozo de hierro o una astilla de madera seguramente esconde un pasado cargado de tormentas y peligros, de maldiciones y juramentos, de actos heroicos y cobardías manifiestas, ya que según los sicólogos un naufragio representa una típica “situación límite”, en la que los seres humanos dejamos traslucir nuestros sentimientos y pasiones más primitivas y aún sublimes. Al punto debemos hacer la aclaración entre lo que técnicamente se llama “pecio” y el que no lo es. Para transformarse en ello debe tener una antigüedad superior a los 100 años, lo cual no quiere decir que algunos restos, como el mascarón o espolón del Graf Spee, rescatado de las aguas cerca de la bahía de Montevideo, no presenten gran valor histórico y puedan representar símbolos discutidos o a discutir.
Desde nuestra visión de escritor muchos naufragios revisten importancia, sus restos siguen allí, carcomidos por el tiempo, escondidos bajo la arena o bajo las aguas.
Frente a la costa montevideanos poco podemos ver, salvo al oeste del Cerro, los restos de la caldera del vapor Zabala, muy cerca de la rompiente. Dicho sea de paso, las calderas son lo último que queda a flote de los barcos hundidos. Y hasta pocos años atrás se podía observar sobre el horizonte lejano uno de los mástiles del carguero inglés Calpean Star, varado hacia 1960 en las cercanías del canal de acceso al puerto. El desguace, como sucede siempre, fue el primero en llevarse todo lo aprovechable, y después el simple paso del tiempo lo hizo desaparecer bajo la superficie.
En la costa del departamento de Canelones son pocos los restos que se ven. Tan
solo un maderamen sobre la arena en las inmediaciones frente al Fortín de Santa
Rosa y otro que resulta visible en la playa mansa de Atlántida. No podemos
decir de qué barco se trata, tal vez lo fuera de la fragata Santa Rosa que dio
nombre a la zona, cuya tradición se mantiene en la memoria colectiva y ha sido
estudiado en profundidad por arqueólogos de la Comisión del Patrimonio. (Y,
como novedad, dentro de poco se revelará la historia de un barco hundido en las
inmediaciones de la isla de la Sirena, también frente a Atlántida). También sobre
el arroyo del Bagre, en las inmediaciones del balneario San Luis, hay restos en
la desembocadura del arroyo que han inspirado a jóvenes buscadores apasionados
por encontrarle una historia.
En la costa
del departamento de Maldonado los restos son más notables. Frente a la playa de
Solís, con suerte, y sobre todo después de las sudestadas, aparecen trozos de azulejos
y tejas sobre la playa que los lugareños recogen y conservan como trofeos o
souvenirs en alguna vitrina. Se trata de la carga de un buque francés hundido
en las cercanías, que según nuestra investigación se trataría del Saint François.
Hemos visto en muchas casas de la zona algunas tejas de la fábrica francesa
Marseille, también encontradas en la playa.
Más hacia el Este, por las inmediaciones de Chihuahua, bajo el deck de un parador
yace el maderamen de una antigua embarcación, seguramente no tan antigua como
sugieren los lugareños.
Naufragios en la bahía de Maldonado
Al llegar a Punta del Este, a la altura de la Parada 10 de la Mansa, muy cerca de la orilla, hay que tener suerte para ver los vestigios de la fragata rusa Medora, encallada en 1874. Antes se veía mejor, hoy queda poco, dicen los pescadores. Dependerá de las corrientes y de la bajamar para verlos.
En la bahía de Maldonado se conservan, celosamente cubiertos por metros de agua, los restos de tres pecios de gran valor histórico y documental: el Agamemnon, barco de Nelson, el Salvador y el buque negrero Sea Horse.
En plena península puntaesteña, frente a la punta del Vapor y la playa El Emir,
podemos ver los restos del vapor argentino Santa María del Luján, encallado con
cargamento de madera en el invierno de 1965. Atrás del mínimo trazo de caldera
que asoma de las olas se esconden historias del robo de la carga, de la
vigilancia policial y de los remates posteriores.
Durante algún tiempo, el casco resistió contra las olas. Se habló de aprovechar
su cercanía de la costa para instalar un local nocturno (lo que entonces se
llamaba boite), al cual se podría llegar por un puente de cuerda, pero la idea
no se concretó. Finalmente, el barco se partió y fue desguazado. Su esqueleto
se mantiene bajo la superficie, muy cerca de los surfistas que llegan a El Emir
ignorantes del peligro que se esconde bajo las aguas.
Si el veraneante prosigue su camino rumbo a la Brava, frente a la torre de L´Auberge
puede descubrir los restos de la draga Lauro Müller, encallada en medio de un
temporal en el año 1911, mientras era remolcada al Puerto de Montevideo. La
draga que se mantuvo armada por muchos años se convirtió en un punto de
referencia. Era común decir: Voy caminando hasta la draga. También dio origen a
un parador y local bailable con el mismo nombre. Pero el tiempo y la venta de
su chatarra fueron reduciendo los restos. En el presente es un sitio muy
peligroso para bañarse, porque hay filosas piezas metálicas bajo la orilla,
semicubiertas por la arena. Un letrero sobre la playa, que advertimos colocar,
señala el lugar.
Los naufragios a veces persisten más allá de la memoria de quienes los vieron. La playa y la zona de San Rafael, por ejemplo, deben su nombre a una fragata naufragada durante el año 1765.
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