“El carácter científico de la pedagogía no data de mucho tiempo. No hace muchos años que se oye hablar de la ciencia de la educación. Puede decirse cuanto menos, que desde la aparición del darwinismo los estudios pedagógicos han tomado otro giro, en armonía con la revolución operada en las ciencias biológicas”.
Carlos María de Pena
La enseñanza de saberes y técnicas ha sido una constante de la humanidad y, desde la remota antigüedad, fue imprescindible implementar un modo de transmisión de información efectivo que garantizase, generación tras generación, la permanencia del grupo como tal. En definitiva, la enseñanza siempre estuvo ligada a la vida, en el sentido de sostenerla de un modo grupal en el tiempo.
Pero con la aparición de la escritura que fue la primera tecnología de la información, fue necesario aprender un nuevo conocimiento técnico. Desde entonces, la enseñanza se transformó definitivamente y los rollos de papiro o las tablillas de arcilla constituyeron las primeras bibliotecas.
En Occidente fue Platón quien, través de la filosofía, consideró esencial fundar una escuela, la Academia, cuya particularidad radicaba en su criterio universalista y espiritualista, estableciendo la enseñanza a través de una serie de disciplinas que conformarían desde entonces los planes de estudios de todas las escuelas medievales y modernas: aritmética, geometría, armonía (música), astronomía, además obviamente de filosofía que incluía, dialéctica, lógica y metafísica. Lo importante de estas disciplinas era que permitían aprender un lenguaje universal capaz de resolver problemas en cualquier espacio y tiempo, pudiendo a través de este conocimiento establecer una clara diferencia entre lo aparente y lo verdadero, siendo esa en efecto, su principal razón de ser.
Sin embargo, el nacimiento de las escuelas públicas, como parte de una política de Estado, fue algo más bien reciente, que comenzó a incorporarse a partir del siglo XIX.
Civilización y barbarie
La primera reforma educativa en nuestro país fue la desarrollada por José P. Varela. Esta era de carácter positivista y utilitarista, de influencia norteamericana ya que él había viajado a Estados Unidos entre setiembre de 1867 y agosto de 1868. Allí, en compañía de Sarmiento, pudo ver con sus propios ojos el proyecto de escuelas comunes desarrollado por Horace Mann, quien fue un pensador y pedagogo norteamericano creador del modelo de escuelas laicas y normales.
Años antes, en 1865, J. P. Varela había afirmado en un artículo titulado “Los Gauchos”, publicado en la Revista Literaria: “No necesitamos poblaciones excesivas; lo que necesitamos es poblaciones ilustradas. El día en que nuestros gauchos supieran leer y escribir, supieran pensar, nuestras convulsiones políticas desaparecerían quizá. Es por medio de la educación del pueblo que hemos de llegar a la paz, al progreso y a la extinción de los gauchos. Entonces el habitante de la campaña, a quien hoy embrutece la ociosidad, dignificado por el trabajo, convertiría su caballo, hoy elemento de salvajismo, en elemento de progreso…”.
La cosmovisión de J. P. Varela fue netamente “progresista” para la época, y se acoge a la filosofía de la historia de Sarmiento, la cual veía en nuestro continente un devenir dialéctico y en constante oposición, saber: Civilización y barbarie, o bien podríamos decir, Ciudad y Campo. En definitiva, Varela reivindicaba al positivismo como filosofía de Estado en materia de instrucción pública.
El positivismo, para quienes no saben, se trata de un sistema filosófico que fue el padre de la ciencia moderna, el cual sostiene que el conocimiento, para que sea tal, debe poder verificarse empírica y racionalmente. Por lo tanto, el positivismo es de carácter netamente materialista, y a nuestro país llegó principalmente por la vía anglosajona, sobre todo a través de las obras de Spencer.
Así, las ciencias naturales adoptaron el método positivista y, en consonancia con esta moda, las disciplinas humanas, filosofía, filología, historia y pedagogía copiaron este sistema, apareciendo entonces la “ciencia” de la educación.
Julio Herrera y Obes, impulsor de la pedagogía espiritualista
Sin embargo, no todos pensaban igual en nuestro país al momento de realizarse la primera reforma educativa, especialmente en lo que tenía que ver con el enfoque, no solo metodológico del aprendizaje, sino también metafísico. Y en la última década del siglo XIX comienza una disputa dialéctica en Uruguay entre positivistas y espiritualistas, y esta disputa sucede tanto en la Universidad como en el gobierno, siendo motivo de acalorados debates. De hecho, el presidente Julio Herrera y Obes era unos de los mayores representantes del espiritualismo en nuestro país y fue el conductor político de este movimiento que supo congregar a figuras tan relevantes como J. E. Rodó y Carlos Vaz Ferreira.
Ya en 1886, Julio Herrera y Obes se negó a integrar el tribunal que juzgaría si se entregaba la cátedra de Derecho a Daniel Granada, que era espiritualista, o al positivista Federico Acosta y Lara, ya que consideraba que en semejante juicio no podía ser imparcial dadas sus convicciones filosóficas. En aquella ocasión declaró en el Parlamento:
“Por mi parte declaro con toda franqueza que, conceptuando superior la cuestión filosófica a la cuestión pedagógica, no podría ser Juez imparcial entre un materialista y un espiritualista que pretendan la regencia de una cátedra. Espiritualista por arraigada convicción, enemigo decidido del materialismo, que juzgo funesto para la moralidad pública y privada, llegado el momento de decidir como juez, no vería ni podría ver otra cosa, que el mérito de la doctrina que se iba a enseñar, y entonces daría mi voto sin vacilar, sin escrúpulos, al representante del espiritualismo, pues tengo para mí que, en la enseñanza, la bondad del fruto depende de la bondad de la semilla”.
En 1891, ya como presidente de nuestro país, Herrera y Obes dio uno de sus primeros mensajes presidenciales, el cual transcribimos porque es un documento valiosísimo sobre la historia de la educación:
“Los poderes públicos no pueden ser indiferentes a las cuestiones de la instrucción primaria y secundaria, porque tienen el derecho y el deber de cuidar y defender, en los intereses del presente, los intereses del porvenir de la República. A este respecto, el Gobierno se ha sentido seriamente alarmado por el materialismo filosófico que desde hace unos años dominaba en absoluto en la educación escolar. Métodos de enseñanza, textos oficiales, doctrinas morales, maestros y catedráticos, todo respondía en las escuelas primarias y en la Universidad Mayor de la República, al propósito reflexivo y metodizado de entronizar el materialismo, desterrando por completo de las aulas las ideas espiritualistas, que no tenían cabida ya en la enseñanza oficial. La enseñanza de la filosofía, de la moral, de la historia, del derecho, de la ciencia política, eran puramente materialistas, infiltrando insensiblemente en las generaciones que nacen a la vida social, ideas, tendencias, ideales en abierta oposición con la naturaleza de nuestra organización política y con la índole de todas nuestras instituciones, esencialmente espiritualistas. El materialismo filosófico, que no ve en la vida del hombre y del mundo sino combinaciones casuales de la fuerza dinámica; que en moral proclama el principio de la utilidad y del fatalismo; que negando la libertad no reconoce más derecho que el consagrado por el éxito y que ha sido por lo mismo en todo tiempo el compañero inseparable de la usurpación y del despotismo, el materialismo no da solución, o la da aterradora, a todos los grandes problemas del destino humano”.
Los debates filosóficos en torno a la enseñanza pública en nuestro país fueron una constante. Y en algunos momentos de nuestra historia tuvieron grandes actores como los mencionados, argumentando de un lado y de otro.
Sin embargo, en la actual reforma educativa que se quiere implementar, el debate parece despojado sobre todo de filosofía, quedando inmerso en un lodo ideológico que aburre a la sociedad entera. Cuando en el fondo, lo que debería aclararse y debatirse en todos los órdenes es si la reforma educativa actual mantendrá el criterio de una enseñanza que apela a la universalidad, o si adoptará un criterio de enseñanza “globalista”, acorde a las nuevas posturas del movimiento norteamericano woke y de los “europeístas” de Bruselas. La cuestión obviamente no es menor y atañe a la sociedad en su conjunto.
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