Con nuestros hermanos argentinos tenemos tantas cosas en común que a veces discutimos si las inventamos nosotros o ellos, o dónde nació tal o cual personaje, si acá o allá.
Así pasa con Gardel, con el dulce de leche y hasta con el tango. Borges intenta laudar salomónicamente en el asunto y si bien no habla del dulce de leche ni de Gardel, sí se refiere al tango. Le da igual si surgió «en las casas de Junín o en las casas de Yerbal» y no es solo por buscar la rima. Si Gardel nació en Tacuarembó o donde sea es un detalle. Pertenece al bien común rioplatense y del mundo por extensión. Sin embargo, la discusión continúa y todo hace pensar que no tendrá fin.
Exento de polémica, en cambio, está el origen de la revista Caras y Caretas, un insumo constante de mis modestas colaboraciones para estas páginas. Es cierto que se desarrolló y llegó a su máximo esplendor en Buenos Aires. Es cierto también que no fue un uruguayo su fundador sino el periodista español Eustaquio Pellicer en complicidad con el dibujante francés Charles Schütz en 1890. Pero no hay dudas de que fue en Montevideo donde se produjo el alumbramiento.
«Solo yo he pasado las de Caín para la confección del semanario que os ofrezco», se lamenta Pellicer en la presentación del primer número. Queja que los que emprenden aventuras como esa pueden comprender muy bien. Y sigue: «De la litografía a casa del dibujante, de esta a la de los colaboradores (¡mala bomba les caiga sobre su indolencia!) y vuelta a la litografía, y torna a la casa del dibujante, y otra vez a la de los colaboradores, y…». Admirable esfuerzo para producir un hebdomadario con escasos recursos financieros y humanos y sin celulares ni Internet.
No fue esta la publicación que llevó a Rodó a Europa sino su continuación bonaerense, cuando ya la revista despuntaba su vertiginoso crecimiento.
En Montevideo
El primer número montevideano ya es toda una descripción de esa época en que se buscaba por esposa una señorita que supiera coser.
El humor en el tratamiento de los temas no impedía la referencia a asuntos que debían mirarse con seriedad. En una nota firmada por Pellicer se plantea el eterno problema de la inseguridad. Pero de la jugosa redacción se puede obtener mucha tela para cortar. Parece que los robos y asaltos eran tan corrientes que la gente ya no intentaba evitarlos sino prevenir indeseables consecuencias. En el caso, un hombre le dice a su esposa: «“¡Telésfora! Esta noche quiero ir al Politeama; prepárame unos calzoncillos que no estén remendados”. “¿Piensas lucirlos en el teatro?”. “En el teatro no, pero a la salida ya sabes que me asaltarán los ladrones y no quiero que me suceda lo que el otro día… que me desnudaron por completo y tuve que ir hasta la Comisaría con unos calzoncillos”» impresentables.
El ejemplar incluye también una crónica teatral firmada con el seudónimo de Caliban [sic]. El nombre de Calibán nos trae a la mente a Rodó, aunque el personaje sea de Shakespeare. Pero lo asociamos con Ariel no con su opuesto. Además, no parece el estilo del insigne escritor. El artículo de Caliban en el Nº1 termina con un chiste: «En el Politeama: “¡Es preciosa esta romanza!”. “¿Para qué te haces el nudo en el pañuelo?”. “Para que no se me olvide; quisiera tocarla en el piano”».
Y en el Nº4 comentando la partida de la actriz francesa Anna Judic: «…la Judic se ha ido, con gran desesperación de los que ya se habían enamorado de sus cuarenta años, que, entre paréntesis, son muy apetecibles. La Judic ha gustado mucho como artista; pero la verdad es que ha entusiasmado más como jamona». Y en el Nº11 sobre una cantante lírica de apellido Gattini: «La señorita Gattini… no maúlla como podría dar a suponer su apellido».
Sin embargo, es un joven de diecinueve años, José Enrique Rodó, quien se esconde bajo el seudónimo de Caliban. En otras publicaciones firmará como Ariel. ¿Acaso no somos una mezcla de Ariel y Calibán? ¿O al decir de Sto. Tomás «un compuesto de alma y cuerpo»?
Es esta una parte de la obra de Rodó que normalmente no se difunde, pero justamente por eso es interesante una breve excursión por esos parajes poco explorados y que revelan una faceta humorística de un escritor que suele ser visto como siempre grave y sentencioso.
Comentando una versión de la ópera La Gioconda es lapidario: «Yo siento mucho que se haya muerto Ponchielli… pero no dejo de reconocer que hizo muy bien en morirse, porque si hubiera oído el sábado o el domingo su capolavoro en [el teatro] Cibils, se mata como la heroína». Y sigue: «Cuando la cantatriz empuñaba el arma, [alguien comentó] “Quiere fallecer, temorizando que vuelva a cantarle coplas el mocito chillón aquel”».
En la misma nota y a propósito de otro espectáculo dice: «Las producciones romántico-sentimentales son y serán siempre admiradas por el sexo bello (en el caso de que todas las del sexo sean bellas) que las encuentra en perfecta armonía con sus inclinaciones». Una afirmación que en estos tiempos que corren le podría haber costado una denuncia y que solo transcribo para hacer notar su incorrección, conste.
Magos y modas
Sobre el espectáculo de un ilusionista y prestidigitador peruano y su esposa, la norteamericana Eva Koning, con su acto de levitación, dice en el Nº73 del 6/12/1891: «El Gran Enireb (les advierto a Uds. que no es tan grande, estatura regular) dio las tres funciones que anunciadas tenía en el Nuevo Politeama… ¡Vaya con el hombre! ¡Cómo eleva a su mujer en los aires! Yo no me casaría jamás con una mujer tan ligera».
No obstante, la sorpresa aparece en el Nº76. Abandona su columna teatral y se descuelga con una que titula «Para Ellos» que aparece en vez de la habitual «Para Ellas» que firmaba Madame Polisson. Rodó-Caliban ironiza sobre «las tendencias de la moda en materia de trajes masculinos [que] tienden a acercar éstos al modelo femenino, más delicado, más hermoso…». Llega a recomendar «abultar un poquito la parte posterior, para dar buena caída al Jacket». Y en cuanto al peinado: «Dos hermosos bucles deben cubrir las orejas, cosa conveniente a los muchos que entre Uds. las tienen de grandes proporciones. Un rizo largo y juguetón, acariciando perezosamente la nuca, es de un buen gusto adorable. Debe exigirse al modisto que haga abuchadas [sic] las mangas. Respecto al sombrero, debe adornarse con plumas que formen con sus colores el arcoíris». Un clarividente.
La versión original de Caras y caretas editó 85 números entre el 20/07/1890 y el 28/02/1892. A fines de noviembre de 1891 Pellicer abandona la publicación. Schütz le sustituye como director-propietario y como redactor el escritor argentino Arturo Aires Giménez Pastor. El 4 de marzo de 1894, la publicación reaparecerá en su segunda época también dirigida por Giménez Pastor. Ya no será Caliban el encargado de la columna teatral sino el propio Giménez bajo el seudónimo de Re-Bemol. Curiosamente, el último número de esta etapa que culmina en 1897 también corresponderá a un 28 de febrero.
Eustaquio Pellicer se ocupará de refundar su continuidad en Buenos Aires. Pero eso ya es otra historia.
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