Sin arte ni parte el novel presidente Máximo Santos se vio envuelto en un conflicto de proporciones inesperadas. En esos cálidos días del febrero de 1882, que precedió a la toma de posesión, un caso policial había conmocionado a la sociedad. Montevideo estuvo al borde de ser cañoneada… como consecuencia del robo a una casa cambiaria.
La policía había detenido a un hombre apellidado Carbajal, que confesó la participación en el atraco, del cual resultó muerto un joven dependiente del negocio. Pero además, sindicó como coautores a dos ciudadanos italianos: Volpi y Patrone.
El caso ha pasado a ser un clásico de la violencia policial, la xenofobia y la criminalización de la pobreza. Se aduce que no solo se torturó bárbaramente a estos dos hombres, sino que, además, eran inocentes.
El hecho es que aún bajo tortura no confesaron. Intervino el cónsul de Italia y el asunto pasó a categoría de incidente internacional. Para completar, no faltó la amenaza de bombardear la ciudad por parte de un navío de guerra italiano surto en el puerto.
Del voluminoso material escrito sobre el tema surge casi unánime la convicción de inocencia de estos inculpados. Una de esas excepciones, obedece al aporte, de quien se transformaría en pionero de la aviación en nuestro País.
Periodista, aviador
Ángel Salvador Adami (1878-1945), no solo fue el referente de la aviación civil uruguaya, en cuyo honor lleva su nombre el aeropuerto de Melilla. También se destacó como fotógrafo y periodista.
Siendo un adolescente de 12 años, debió sentirse fuertemente impresionado, con el caso Volpi y Patrone. En 1908, corresponsal de la revista Caras y caretas (Buenos Aires), decide entrevistar a Carbajal, único condenado por el horrible crimen. Con ese motivo reconstruye el relato. Muchos lunes habían pasado desde los hechos y la mirada está puesta, sin negar el brutal tratamiento, sobre la inocencia de los acusados. Ese motivo lo lleva hacia Carbajal. Está purgando los últimos años de su condena y mantiene su declaración inicial: Volpi y Patrone eran sus cómplices.
Razones de la sinrazón
¿Entonces, por qué los liberaron? No solo los liberaron, sino que les pagaron una compensación, y el gobierno debió ofrecer varios gestos de reparación hacia las autoridades italianas. Como diría Zorrilla de San Martín en El Bien Público: en «una cuestión de agravio internacional hemos sido derrotados». Y nadie puede atribuir al poeta simpatías santistas…
El 3 de marzo de 1882, había arribado a Montevideo la pirocorbeta Caracciolo, al mando del comandante Carlo de Amezaga. Cuando el tratamiento policial a Volpi y Patrone, se filtra a la colectividad italiana, comienzan las presiones sobre el cónsul. Este se dirige a las autoridades.
Quiere verificar los hechos que le han denunciado. La policía le muestra dos masculinos en perfectas condiciones. Solo que no se trataba de los detenidos sino de otras personas. Cuando el diplomático se entera del engaño la colectividad está que arde. El cónsul recurre al comandante Amezaga para salvar su propio pellejo. Ahí comienza un tira y afloje entre la diplomacia, la cañonera y el gobierno. Se intercambian notas que van subiendo de tono. El cónsul retira el escudo de la legación. Amezaga apunta los cañones hacia la ciudad (después explicará que no tenía intenciones de disparar). Según Adami, es un navío argentino al mando del comandante D. Mariano Cordero que se interpuso al toque de zafarrancho de combate, lo que impide el bombardeo.
La salida política
De pronto el detenido y confeso Carbajal se retracta. Asume la total responsabilidad del robo y el crimen. Los jueces tienen pruebas de la participación de terceros en el homicidio. Pero la declaración de Carbajal destraba el problema. No era cosa de romper relaciones diplomáticas con Italia, con una población capitalina donde los extranjeros sumaban más de la mitad. La culpabilidad de Volpi y Patrone pasa a segundo plano.
Ahora, a disponer los recursos para la indemnización. Los liberados no aceptan el dinero. Seguramente asesorados, disponen su distribución entre distintas sociedades benéficas y religiosas. La emocionada reacción de la colectividad italiana de la región les depara una suma mayor. Todos contribuyen. La pequeña actriz Gemma Cuniberti, la sensación del momento, dedica el fruto de una de sus funciones bonaerenses a la noble causa. El comandante Amezaga adquiere ribetes heroicos. Es el campeón de la italianidad. Volpi y Patrone desaparecen de la escena.
Mientras los responsables del tratamiento a los prisioneros, enfrentan a la justicia, Carbajal se retracta de su retractación. Nada cambia: la sentencia es a muerte.
En capilla
La ejecución está prevista para las siete de la mañana del 29 de setiembre de 1882. A la medianoche el condenado recibe una visita inesperada. El presidente de la República viene a hablar con él. Conversan a solas. Como resultado, el general Santos dispone aplazar la ejecución, y oficia a la Justicia para reabrir el sumario contra Volpi y Patrone. A la una de la mañana el Tribunal le contesta que no es posible dado que los individuos habían sido sobreseídos. La pena de muerte se convierte en prisión.
Adami recoge del prisionero una confirmación. No había otra salida que confesarse único autor para salir del embrollo. Su insistencia le hubiera costado un tratamiento similar al de los italianos, y entre dos males, hay que elegir el menor. Santos lo supo y le perdonó la vida.