En muchos lugares del mundo se conocen las ferias de antigüedades callejeras. En Europa forman parte de un circuito al que van los más avezados buscadores de objetos insólitos. Son muy nombradas la de Portobello Road en Londres, “El Rastro” en Madrid, “La Bastilla” en Paris y en varias localidades en el sur de Francia donde articulan las fechas cada año los mismos días para que el turista acuda a la cita y así se facilite un mejor recorrido. Tanto es así que las agencias de viaje programan la visita. Montevideo tiene dos ferias ya en el circuito turístico: Tristan Narvaja y la Plaza Matriz. Son dos ferias atractivas por sí mismas y también por sus diferencias.
La Plaza Matriz se encuentra en el barrio Ciudad Vieja de Montevideo y forma parte del corazón del casco histórico de la ciudad. Desde 1726 el predio fue la Plaza Mayor de la Ciudad Fortaleza de San Felipe y Santiago de Montevideo y hoy es una de las plazas emblemáticas de la ciudad. Conforman este espacio edificios de importancia relevante para la historia de Montevideo, como el Cabildo, la Catedral y el Club Uruguay. Cada uno de ellos tiene su particular aportación a la vida de la ciudad. La plaza en sí atrae a visitantes propios y ajenos durante todo el año y particularmente en la temporada de verano con el arribo de los cruceros. Este protagonismo ha desarrollado un comercio diverso dentro del ramo. Hay ferias espaciales de anticuarios y artesanos que tradicionalmente exponen los sábados por la mañana, sin limitación a extenderlo a otros días según los eventos que puedan atraer visitantes a la ciudad.
Originariamente, hacia 1990 un grupo de comerciantes expuso en la Plaza Zabala pequeños objetos para vender. Al poco tiempo y dado que la plaza no es muy transitada se trasladaron a la Plaza Matriz cuya afluencia de público era constatable. A partir del año 2000, su actividad fue regulada por la IMM, a la que pagan un canon mensual según el espacio que ocupen, además de pagar BPS y declarar a la DGI. Llegaron a ocupar el perímetro total de la plaza con casi 200 expositores. Actualmente no son más de veinte. La pandemia del Covid supuso un paro forzoso de difícil rehabilitación de la actividad.
Forma de trabajo
Su forma de trabajo es a través del desplazamiento a domicilios particulares, a los que compran al contado o les ofrecen la venta a consignación. También se nutren de las subastas y la modalidad online les ha facilitado el acceso a más objetos, y especialmente de la gente que a través de unos y otros se recomiendan por la seriedad y honestidad que han tenido en relaciones comerciales anteriores.
Acuden a la Plaza Matriz y a Tristan Narvaja, pero no ofrecen los mismos artículos, ya que cada feria tiene su público. Es una estrategia versátil que hace posible vivir de este trabajo, que por lo general es su medio de vida, aunque también algunos complementan con otra actividad para tener más ingresos.
No es un público homogéneo el que va a estas ferias. Son coleccionistas, pero cada uno en su línea. A la Plaza Matriz acude un coleccionista más interesado por el objeto más intimista de la vida diaria… El coleccionismo va unido a la cultura de un pueblo y está vinculado al instinto de la posesión. No hay que obviar que, en la obtención del objeto, está el placer por los productos tangibles de un arte o una artesanía que se transmite de generación en generación. Algo que es propio del ser humano y que suele ser un impulso, no confesado pero perentorio e ineludible, obsesivo y lúcido, que en algunos casos adquiere una sublimación espiritual. El verdadero coleccionista es fruto de la pasión y no solo quiere poseer, también investiga para acercarse a una explicación del objeto, es un buscador infatigable de piezas excepcionales, que encuentra en la rareza la culminación de su deseo.
Los expositores
Montan tenderetes y mesas en los que exponen múltiples objetos pequeños procedentes del uso diario de la vida de antaño. La variedad de todo lo expuesto, garantiza un éxito seguro de la venta.
Herramientas, llaves antiguas, juegos de café o té, cubiertos con sus múltiples características, que actualmente no se usan ni existen, objetos de adorno, copas, máquinas de fotografiar, bisutería, joyas etc…
Se puede encontrar ropa antigua, piezas únicas irrepetibles de época que se usaban en la primera mitad del siglo XX. Sombreros, guantes, carteras enaguas, camisones, que son de difícil logro ya que hay que encontrarlos en el mejor estado… especialista en estas piezas es Ana Rey.
Estos expositores están enamorados de su trabajo. “Esta profesión me eligió a mí”, dice Gonzalo Rocha, un vendedor de anticuarios. Es un trabajo arduo, duro y sacrificado. Es un trabajo de mucho recorrer en busca de objetos atractivos durante la semana, y los sábados y domingos de montar y desmontar las mesas con una cantidad de objetos, cuidando cómo están expuestos, con un orden que resulte atractivo para el visitante. Muchos de ellos, casi sin apercibirse, a fuerza de ver objetos interesantes y estudiarlos, se convierten en coleccionistas.
Lidian con las inclemencias del tiempo, haga frio o calor están allí, solo la lluvia les impide desarrollar su trabajo.
Conviven con estos expositores, otros en el que mezclan souvenirs, y artesanos actuales, algunos de ellos, desarrollan su oficio mientras esperan un posible comprador. Trabajan el metal haciendo anillos, collares, plaquetas…y también trabajos de lana, actividad tradicional del país, que tejen con maestría ante el curioso visitante.
Importancia de la actividad
Hay que reconocer el importante papel de estos expositores que a través de su ingente valor de búsqueda se han convertido en protagonistas al dar a conocer, a través de los objetos, el refinamiento del país y de sus habitantes. Este pequeño comercio revela al turista/coleccionista el pasado del país. Son guardianes de los aspectos culturales que se derivan de la parcela más íntima de las personas, que están presentes en los objetos que se exponen. Ejemplo son las Joyas y la bisutería que muestran la complejidad de la riqueza ornamental con que se complementaba la vestimenta de la época.
Los vendedores de antigüedades en la Plaza Matriz de Ciudad Vieja en Montevideo desempeñan un papel cultural importante al preservar y compartir la historia de la ciudad y la región a través de objetos del pasado. Actúan como guardianes del patrimonio, permitiendo a las personas conectarse con momentos históricos y tradiciones pasadas. Estos vendedores ayudan a mantener vivas las historias y costumbres de generaciones anteriores, creando un puente entre el pasado y el presente para que las futuras generaciones puedan apreciar y comprender la evolución de la cultura y la sociedad uruguaya.
Cuatro vendedores
Para tener un conocimiento más cercano de esta profesión y de su desarrollo se entrevistan a los más asiduos actualmente: Ana Rey, Maria Celia Cat, Gonzalo Rocha, y Ligia Fernandez.
Gonzalo Rocha: “Empecé trabajando con mi abuelo”
“Empecé trabajando con mi abuelo, ayudándole. Él que fue el que inicio este trabajo en la familia y de a poco fui aprendiendo hasta que generé mi propio espacio y seguido se sumaron mis padres, pero ellos se dedican más al souvenir”, cuenta Gonzalo Rocha. “No colecciono nada en particular, pero me gustan mucho los trabajos tallados en madera y mi casa tiene un tinte de decoración vintage”.
“Creo que soy reconocido por mis colegas, y mis clientes suelen tener buenos comentarios para conmigo siempre vuelven aunque sea a compartir una charla”, agrega.
Ana (María Alves) Rey: “La confianza y la honestidad son los pilares en los que se basa esta profesión”
Por su parte, Ana (Maria Alves) Rey, conoce al anticuario Julio Rey y al convertirse en su esposo comienza a interesarse en el mundo de los objetos antiguos. Su primer lugar de trabajo fue en Villa Biarritz en los años 80 y en 1990 comienza en la Plaza Zabala, continuando en la Plaza Matriz y Tristan Narvaja.
“La confianza y la honestidad son los pilares en los que se basa esta profesión…si esto no figura en la actuación diaria, se rompe la cadena de transmisión del trabajo”, cuenta.
Fue muy conocida su colección de 6000 muñecas que expuso junto con su esposo en varias salas de la ciudad y que finalmente vendieron en Europa.
Lleva 40 años en este trabajo, le apasiona su profesión, y además es su medio de vida. “Me encanta lo que hago”, dice, “me siento muy reconocida, y por el momento no pienso jubilarme…y sí continuar”.
Maria Celia Cat: “Me gusta mi trabajo es muy especial”
“Este trabajo fue por iniciativa propia. No hay gente en mi familia que se dedique a esto”, cuenta María Celia, que a su vez es una coleccionista de barcos. “Empecé a ir a Tristán Narvaja a comprar cosas y luego inevitablemente tuve que empezar a vender ya que no podía almacenar más”.
“Me gusta mi trabajo es muy especial. Da mucha satisfacción conseguir objetos de colección y cosas raras… Se conoce mucha gente interesante de diferentes países., y con algunos he trabado amistad a través de conseguirles las piezas que buscan… Estoy muy contenta de realizarlo”, cuenta.
Ligia Fernández: “Me gustan las joyas y la bijouterie, porque son reflejo del adorno particular de la persona”
Ligia vivió ya el entorno de las antigüedades en un comercio que tenia su madre y en la plaza a partir de 1999. A partir de 2003 obtiene licencia a su nombre que obtuvo en la última licitación que se hizo por la IMM.
La versatilidad de objetos antiguos y joyas que exhibe Ligia en el estand heredado de su madre en la Plaza Matriz es muy cuidada. Su capacidad para ofrecer una amplia gama de artículos históricos y adornos valiosos demuestra su profundo conocimiento y aprecio por la diversidad de la historia y la estética.
“Me gustan las joyas y la bijouterie, porque son reflejo del adorno particular de la persona, y además son objetos de regalo que se hacen entre las personas con cariño”, explica.
A su lado trabaja su esposo que tiene un estand propio con objetos rústicos y herramientas.
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