El pasado 24 de julio se cumplieron ochenta y dos años del fallecimiento de Pedro Figari. Los que tenemos algunos años seguramente recordaremos a Ben Matlock y a Perry Mason. Esos brillantes abogados que lograban exculpar a sus injustamente acusados clientes. Al parecer, todos sus defendidos eran inocentes, porque generalmente Matlock obtenía sus éxitos ante el jurado y Mason antes del juicio. Claro que eran personajes ficticios aunque toda creación literaria tiene una base real. De haber contado con los recursos de las producciones norteamericanas tal vez hubiéramos visto una serie basada en el Dr. Pedro Figari. A la enumeración leonardesca que hace Javier Lancero (La Mañana 10/06/2020) deberíamos agregar: defensor de pobres.
Por lo menos si tenemos en cuenta lo que fue su actuación en el caso conocido como «Crimen de la calle Chaná». Un sórdido asunto con todos los ingredientes de novela policial. Una historia de equívocos ya desde el comienzo del relato: el crimen sucedió en la calle Arenal Grande. Es cierto que una y otra calle se cruzan, y que asesinado y acusados, habían estado juntos en una casa de la calle Chaná, poco antes del trágico suceso.
Los hechos, además, fueron contemporáneos al «asunto Dreyfus», aquel militar francés de origen judío acusado de espiar a favor de los alemanes. De ese proceso tomó Figari debida nota.
El crimen
El lunes 14 de octubre de 1895 en la calle Arenal Grande frente al 116, yace Tomás E. Butler, muerto aproximadamente a las 23:30 de un disparo en la cabeza efectuado por alguien más alto que la víctima. Debajo del cuerpo se encuentra un revólver. Tal el informe forense.
El crimen se asoció a la colocación de un cartel con la leyenda «11 de octubre» y que mostraba un puñal ensangrentado al que, según el médico e historiador Silvestre Pérez, el joven Butler había manchado con su propia sangre. Tres días después el cadáver, yacía sobre la vereda frente al portón del almacén Africano, propiedad de Carlos Castiglioni.
La impresión de asesinato político o policial, motivó el retraimiento de testigos, que no declararon o falsearon sus deposiciones por temor a represalias.
Por esa fecha habían transcurrido un año y siete meses del gobierno de Idiarte Borda y el fantasma de la revolución volvía estremecer a la República.
La noche de su muerte, Butler había ido a la casa de los Fernández Fisterra en la calle Chaná a visitar a su novia Ernestina. Coincidió que también concurrieran el alférez Enrique Almeida y el teniente Usher. Almeida y su amigo Joaquín Fernández Fisterra, hermano de Ernestina, se retiraron hacia el café Oriental en 18 de Julio y Gaboto. Sobre las 23:30 Almeida volvió al cuartel. Fisterra caminaba por Arenal Grande cuando se topó con el cadáver de Butler. Junto al cuerpo estaban el teniente Usher y un policía.
Acusados
El sangriento episodio había causado profunda indignación en la opinión pública. Tal vez por esa presión, y por la prisa en aventar la idea del asesinato político, se detiene a Joaquín y a Almeida. Después de cinco días incomunicado, Joaquín «confiesa» que el asesino es Almeida. Los abogados intervendrán después.
Todo el procedimiento está viciado de nulidad. Figari argumentará «error judicial». Se trata de «cargos desatinados obtenidos a fuerza de monstruosas ilegalidades, de verdaderas confabulaciones, de evidentes atentados. […] el señor Fiscal […] ha tenido que aducir referencias y rumores, en vez de pruebas […] el error, en tal caso, tendría todos los caracteres de un delito», dice Figari.
Joaquín, en la cárcel, se confiesa ante el capellán y se retracta. Culpa al Jefe de Investigaciones y al Jefe Político. Dice que lo presionaron para acusar a Almeida, que de otro modo, cargaría él con el crimen. Pero su nueva declaración no es tenida en cuenta.
En 1896 Figari publica «Causa célebre. El crimen de la calle Chaná, vindicación del Alférez Enrique Almeida, donde recoge la información que tiene sobre el caso y sus impresiones.
En agosto de 1897 el presidente Idiarte Borda había sido asesinado. Ahora estaba en funciones Juan Lindolfo Cuestas. Dos meses después se condena en primera instancia a Joaquín Fernández Fisterra a cinco años de penitenciaría. Intervino como cómplice aunque no se sepa de quién ni por qué. El fiscal no encuentra el móvil. Almeida es absuelto al no haberse probado que fuera suya el arma homicida y nadie lo hubiera visto cometer el delito.
Peor
Emile Zola publica su famoso J’accuse en enero de 1898. Quiere traer el tema a la discusión pública.
En Montevideo, la sentencia en segunda instancia condena a los dos acusados, a veinticinco años de prisión. Son los jurados que firman discordes los que encuentran un nuevo testimonio. Uno de ellos, don Antonio Piria -hermano del fundador de Piriápolis-, que perecerá en el hundimiento del Colombia.
Figari era diputado desde 1897 y en el gobierno de facto de Cuestas, consejero de estado, de modo que no resulta extraña la aparición de un testigo que había callado prudentemente hasta la fecha. En 1899, ya con Cuestas presidente constitucional, Figari publica su nuevo texto: Un error judicial. Al modo de Zola, quiere contrarrestar a una prensa, cuya campaña adversa influía sobre jurados y jueces.
Absuelto
La estrategia de Figari da resultado y el fallo de tercera instancia culmina con la libertad de Almeida y Fernández Fisterra. ¿Un happy end? Comparado con los veinticinco años en perspectiva, sin duda. De todos modos absuelto no quiere decir exactamente inocente.
Y aquí es donde la historia toma su giro más novelesco. Un exsargento de policía internado en el Hospital Maciel y en trance de morir, confiesa a una monja y al practicante Florentino Fernández, ser el autor de la muerte de Butler. Figari lo supo en 1915 por un hijo suyo que tuvo que ser operado en la clínica del Dr. Navarro y a quien un practicante le informó del hecho. La rehabilitación de Almeida se logró en 1922.
Don Enrique Almeida Barrera, falleció a los cincuenta y ocho años, en enero de 1926. Una hemorragia cerebral lo sorprendió en su lugar de trabajo en la empresa Frigorífica Uruguaya. Dice Da. María Delia Figari que Almeida: «fundó su hogar en el que nacieron varios hijos, y vivió una vida de lineamientos puros y correctos». No puede haber mejor epitafio.
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