NACIONALES
24 de octubre de 1930
“Día señalado será siempre, en la vida cívica de la República, el 24 de octubre de 1830, cuando el voto casi unánime de la Asamblea General, en uso de una prerrogativa que estableció la carta magna, ungió a la primera magistratura de la Nación, al general Rivera. Aquel sufragio del parlamento, no llevaba solo el cumplimiento de un mandato constitucional. Significaba al propio tiempo que la voluntad del legislador, el consenso del país que quiso llevar a la primera presidencia que regiría los destinos del nuevo Estado, al ciudadano que en esa hora se identificaba en más perfecta y honda armonía con el sentimiento de la Nación”, comenzaba recordando La Mañana a José Fructuoso Rivera y Toscana, militar y político uruguayo, que participó en las luchas independentistas, y fue el primer presidente constitucional del país recientemente independizado, además de fundador del Partido Colorado.
“Surgida la nacionalidad a la vida de pleno ejercicio, después de veinte años de luchas; vibrante todavía la nota de guerra que consumó su libertad, no cerrada la herida que dejó la lucha contra la opresión, sintiendo en consecuencia la plenitud del prestigio del soldado que defendiera sus derechos y encarnara sus más nobles sentimientos de pueblo libre, era natural y humano que la democracia naciente buscara al predestinado, entre todos los hombres de armas que habían forjado la República y la habían amparado con su brazo de hierro en las contiendas de la libertad.
Y era igualmente justo que la voluntad nacional sintiera sin vacilaciones su predilección por el soldado y ciudadano que había corrido su suerte, en la mala y en la buena ventura, y había sido su guía y había sentido en todas las horas sus mismas palpitaciones generosas”.
La acción revolucionaria y la independencia
“El verbo revolucionario, tuvo sus propagandistas y realizadores en el pueblo anónimo de los campos, y sus más decididos sostenedores en los caudillos que orientaban, como fuerza primitiva, aquel magnífico movimiento cuya complejidad quizá no todos midieron con plena responsabilidad. El país dio entonces lo único que tenía: pueblos con ansias de libertad y caudillos que los condujeran con corazón palpitante de patriotismo. Así nació el prestigio de Artigas, y así nació el prestigio de Rivera, y como uno y el otro identificaron en su recia figura de caudillo y soldado, el ideal de una gran colectividad, fueron sus elegidos en la hora en que era necesario colocar un gran nombre, como emblema en la lucha de la democracia”.
“No llegaba, pues, Rivera a la Presidencia de la República, por el favor de circunstancias de suerte. Con su vida había conquistado el más alto timbre a que puede aspirar hombre alguno: ‘El primero en el corazón de sus conciudadanos’. Las jornadas iniciales de 1811, le encontraron de pie, sirviendo una causa que unió a los hombres libres de todo el continente. Las Piedras, el Éxodo, la vuelta a la patria, los grandes cuadros de nuestra primera independencia retienen su figura que se perfilaba con caracteres de pujanza y señorío. Y la larga y sangrienta lucha contra la invasión portuguesa, registra treinta veces su nombre, para afirmar siempre su lealtad a la Independencia”.
Los dos candidatos
Las elecciones de 1830 fueron los primeros comicios que tuvieron lugar en el naciente Estado Oriental del Uruguay, y se llevaron a cabo en el mes de agosto de 1830. El día 1 de agosto de 1830 tuvo lugar la elección de los integrantes de la primera legislatura de la cámara de representantes. Por su parte, el 8 de agosto se eligieron los miembros de un organismo llamado “Colegio Elector de Senador” cuyo cometido a su vez era elegir a los senadores que integraron la primera legislatura de la cámara de senadores. Una vez instaladas ambas cámaras, uno de sus cometidos fue elegir al primer presidente constitucional del Uruguay, responsabilidad que recayó en Fructuoso Rivera, que pujaba por el cargo con Lavalleja.
“Sus antecedentes le habían dado a Rivera sitio prominente en la opinión pública, en cuyas simpatías el general Lavalleja tenía también una situación inquietante para su adversario. Era el uno y en ellos estaba afincado su mayor prestigio, el soldado más brillante de la época artiguista, y era para complemento del volumen político, el ciudadano más allegado a los hombres de campo, que le vieron triunfante en la primera y en la última de las grandes acciones contra el Imperio”.
El Jefe de los Treinta y Tres Orientales
NACIONALES
22 de octubre de 1953
“Autoridades, Pueblo y Ejército rendirán Guardia Oficial en emotiva ceremonia en memoria de Juan Antonio Lavalleja” decía La Mañana recordando el centenario de la muerte del político y militar, jefe de los Treinta y Tres Orientales y presidente de la República en el Triunvirato de Gobierno de 1853. “Una tocante ceremonia dará lugar hoy al retiro de los restos del general Lavalleja, para recibir el testimonio de la veneración pública. Es uno de los actos de mayor contenido emocional, para tributar el reconocimiento de la ciudadanía al prócer, que contribuyó con su esfuerzo y valentía a darnos patria y, que culminará mañana, en la fecha luctuosa de su desaparición de la vida pública nacional”.
“La contribución de heroísmo que hizo a la gesta emancipadora el soldado y ciudadano cuya excelsa figura se recuerda en estos días, a través de una centuria, durante la cual se ha acentuado el perfil magnífico de Lavalleja , concita al pueblo, al gobierno y las instituciones del país, a continuar inspirándose en la tradición gloriosa de varonía y sacrificio, que creó la nacionalidad, para fortalecerla con el trabajo y consolidarla con la virtud”, con esas palabras adhería la Asociación Rural del Uruguay a través de las páginas de La Mañana a las celebraciones del centenario de quien fuera insigne Jefe de la Cruzada Libertadora del año 1825. Juan Antonio Lavalleja fue capitán de Artigas, jefe de los Treinta y Tres y general de Sarandí, ha inscrito su nombre en la Lista de los Grandes del Uruguay, consagrándose como uno de nuestros próceres.
Recuerdos de Delmira Agustini
CULTURA
24 de octubre de 1933
“Algunos recuerdos interesantes de la excelsa poetisa trágicamente desaparecida hace 19 años. Una calle de Montevideo llevará el nombre de Delmira Agustini”, anunciaba La Mañana, sobre el “reconocimiento de la Junta Deliberante de la ciudad a la poetisa, homenaje desde luego merecido y que se había demorado demasiado si tenemos en cuenta que en la plenitud de su capacidad había desaparecido en forma trágica hace 19 años”. Delmira, poetisa modernista uruguaya, nació en 1886, y comenzó a incursionar en la escritura desde muy joven. A los 21 publicó su primer libro, El libro blanco, aunque desde los dieciséis escribía columnas en La Alborada bajo un seudónimo.
En 1912 Rubén Darío, el creador del Modernismo, llegó a Montevideo y fue a visitar a la poetisa y la visita lo maravilló. Prologó su libro Los cálices vacíos con la siguientes palabras: «De todas las mujeres que hoy escriben en verso ninguna ha impresionado mi ánimo como Delmira Agustini… es la primera vez que en lengua castellana aparece un alma femenina en el orgullo de su inocencia y de su amor, a no ser Santa Teresa en su exaltación… si esta niña bella continúa en la lírica revelación de su espíritu como hasta ahora, va a asombrar a nuestro mundo de habla española… pues por ser muy mujer dice cosas exquisitas que nunca se han dicho». Agustini fue trágicamente asesinada por su antiguo esposo Enrique Job Reyes con quien estuvo casada menos de un año, a sus 27 años, poco después de recibir el fallo de la disolución del matrimonio.
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