En junio de 1882 Giuseppe Garibaldi había muerto en su isla de Caprera.
Cuarenta y cuatro años más tarde, el argentino Juan Velich en complicidad con el uruguayo Francisco Brancatti, perpetrarán la letra de un shimmy -que mi padre solía cantarme a mediados del siglo pasado-. Garibaldi será ahora el nombre de un perrito fiero y prepotente, que «hasta mordía al patrón» y su muerte debe ser celebrada: «Se le vero que le morto Garibaldi…/¡Pum!… ¡Garibaldi!…/¡Pum!… ¡Garibaldi!…».
En ese mismo 1926 en que el tema se populariza gracias a las versiones de Ignacio Corsini y Rosita Quiroga, nace Elisabeth Kübler-Ross conocida por su identificación de las etapas del duelo. La combinación de estos datos parece confirmar que el concepto de «identificación» es aplicable. La conocida psiquiatra no inventó nada, sino que observó, y describió con acierto, lo que no es poco.
La muerte de Garibaldi, como la de cualquier personaje que haya tenido una actuación similar, propició reacciones distintas. Algunos lloraron la muerte del «héroe de dos mundos», otros festejaron con el espíritu del shimmy de Brancatti.
En Uruguay
Oficialmente el gobierno uruguayo lamentó el fallecimiento del condottiero italiano. Cumplido un año el presidente Santos dispuso la realización de homenajes. Con ese motivo invitó a la Iglesia a adherirse encontrando una cerrada negativa.
A la vez, remitió al Parlamento un proyecto de ley para la erección de un monumento al «ilustre general de la nación».
Entre los opositores a la iniciativa estaban dos diputados blancos: Abdón Arosteguy (Canelones) y David Buchelli (Florida). Sobre todo Buchelli hace una encendida defensa de la negativa. Reafirma su posición de católico, recuerda que Garibaldi «tiró balas al Papa», justifica la posición de la Curia, alega que el monumento equivaldría a pisotear el Art.5 de la Constitución, y en medio de su oratoria -bastante interrumpida, como atestiguan los diarios de Sesiones-, pronuncia una frase que da que pensar. «Mi opinión […] va a estrellarse contra […] esta H. Cámara [y también contra] otras Corporaciones, cuyas opiniones respeto aunque disienta con ellas…».
Dejaremos para una próxima ocasión la continuación de esta historia, para volver a los días inmediatos a la muerte de Garibaldi.
Otras Corporaciones
En la «logia Garibaldi», sita en la calle San José, se organizaron honras fúnebres cuya ceremonia final estaba prevista en esa sede el día 11 de junio. Se trataba de un lugar demasiado pequeño e incómodo para la cantidad de personas que asistieron (el diario A Patria habla de 500 personas). Según parece, un principio de incendio provocó pánico. La gente se precipitó por una angosta escalera hacia la no más amplia puerta. Derrumbes, personas aplastadas… Los diarios consignan 19 muertos: 13 hombres, 3 mujeres y 3 niños.
Uno de los niños fallecidos no pudo ser identificado; nadie lo reclamó. En uno de sus gestos de grandeza Santos lo hace sepultar en su panteón familiar. «No aparece la familia de esa criatura y yo quiero que repose al lado de los míos», escribe el presidente al general Felipe Fraga al día siguiente del insuceso.
Hombre de saco gris
Replicando noticias de la prensa uruguaya un periódico valenciano reporta:
«Una de las causas que más contribuyeron a la confusión, fué el haberse apagado el mechero de gas que iluminaba la escalera. ¿Quién lo apagó o cómo se apagó? Nadie lo sabe […] Otra persona que ha estado […] asegura que vio a un hombre de saco gris apagar el gas las dos veces, […] fue quien volcó la lámpara, causa del incendio, y el mismo que dio el primero la voz cavernosa de ¡fuego! […] Veinte cadáveres fueron recogidos al pie de aquella escalera siniestra […] He ahí lo que cuestan los gorigori de la secta revolucionaria. ¡Las vueltas y revueltas de sus adeptos en la sala de Los pasos perdidos!».
Otro periódico español, bajo el título de El diablo en la masonería, ya había contestado algunos de los términos de la misma comunicación aparecida en otro diario hispánico. Entendiendo que la mención al «hombre de saco gris» no podía sino referirse a una aparición del diablo de íncubo, etiqueta el texto como «Un cuento que hará gran efecto en las aldeas, entre las comadres de plazuela». Con relación a la presunta intervención maléfica dice: «Saco gris, enemigo de la luz y voz de sochantre … No hay duda; fue algún cura, de esos cuya sotana tiene el color indefinible entre las manchas de grasa y el polvo del rapé».
El mismo medio, en su edición del 03/08/1882, traduce, para criticarla, una nota de Il Secolo de Milán sobre «un hombre vestido de saco gris, [que] según testimonio de varios testigos oculares, derramó una lámpara de petróleo, de propósito y con dañada intención, causando la muerte de 20 personas, sin que él, que debió perecer inevitablemente, apareciese entre los cadáveres e ignorándose su paradero […]».
Llama la atención cómo este incidente uruguayo, es recogido en Europa y usado por la prensa de un lado o de otro.
Como de habitual, hay más de una mirada sobre un hecho concreto. Por encima de la controversia, la coincidencia: ninguno quiere jugar el rol del malo.