Poeta, dramaturgo, y novelista, destaca como el más innovador de los autores españoles dentro de la llamada generación del 98. Tuvo una vida intensa, en que su figura singular y sus actitudes extravagantes, a menudo polémicas; llamaban tanto la atención como el indiscutible brillo de su obra, vastísima y variada, muy vinculada también al modernismo.
Actor hasta de sí mismo
Todavía quedan en Madrid ancianos que le han conocido, por lo menos de vista. Solía participar activamente en las famosas tertulias políticas y literarias que tenían lugar en algunos cafés madrileños. Su figura, de sombrero y larga barba, vistiendo capa o poncho mexicano, finas chalinas y polainas blancas, no era menos llamativa que su agudo discurso, donde no faltaban burlas ni vehementes afirmaciones categóricas.
Su verdadero nombre era Ramón José Simón del Valle y Peña, tal como consta en la partida de su nacimiento, que tuvo lugar el 28 de octubre de 1866 en Villanueva de Arosa, provincia de Pontevedra, donde su familia, de raíces carlistas, tenía posesiones en ambos márgenes de la ría.
Su padre, escritor y periodista, era amigo de Manuel Murguía, marido de Rosalía de Castro, por lo que el pequeño Ramón estuvo tempranamente vinculado a la intelectualidad gallega. En Galicia recibió educación primaria y secundaria, inició estudios de Derecho que no prosiguió, y publicó sus primeros escritos en la revista compostelana “Café con gotas” a la edad de 22 años, cuando todavía firmaba con su nombre original.
Utilizó por primera vez el nombre de “Ramón María del Valle-Inclán” en el año 1891 en Madrid, en donde pasó unos meses intentando introducirse en el mundo de la prensa. Un año más tarde viajó a México a trabajar un tiempo como periodista y después de una más breve estancia en Cuba, regresó a Pontevedra barbado y pelilargo, con un aspecto que resultaba contestatario para la sociedad provinciana de la época. Es allí donde, a la edad de 28 años, publicó su primer libro “Femeninas”, prologado por Manuel Murguía.
En esos años de algún modo empieza a generarse la leyenda en torno a su persona, con comentarios sobre ciertas reyertas que protagonizara en México, en cuyo mundo político se había involucrado.
Su segundo libro, “Epitalamio”, publicado en 1897 en Madrid, no tiene éxito, por lo cual su autor decide ensayar la interpretación escénica, en una obra de Jacinto Benavente, con un papel escrito especialmente para él. Al año siguiente volvió a actuar en “Los reyes en el destierro”, basada en una novela de Alphonse Daudet.
Tampoco recibió el beneplácito de la crítica, por lo cual abandonó su carrera actoral. Sus relaciones sociales continuaban siendo intensas y es a través del testimonio de amigos que puede conformarse el verdadero personaje que él de alguna forma se empeñaba en ocultar. De modo que el profuso anecdotario que rodea su vida, puede ser contrastado con el testimonio de sus amistades, artistas e intelectuales, que han sabido retratarle gráfica o literariamente.
Un célebre amigo que lo describió magistralmente en un soneto fue el poeta Rubén Darío. Y algunos hechos comprobados del profuso anecdotario, como la pelea con otro tertuliano a consecuencia de la cual Valle-Inclán perdió un brazo, es versionada en forma original en una de sus mejores biografías, escrita por Ramón Pérez de la Serna.
Otro de sus amigos, Manuel Azaña, presidente de la segunda república española, en un artículo titulado “El secreto de Valle-Inclán”, señala la dificultad de atisbar el verdadero rostro, oculto tras una máscara de anécdotas auténticas o atribuidas, muchas veces potenciadas por el mismo protagonista.
Creación innovadora y sostenida
Al filo de los dos siglos, Valle-Inclán, siempre asiduo protagonista en las tertulias político-literarias donde se vincula con prestigiosos intelectuales y artistas, lleva una vida de bohemia y estrecheces económicas. Subsiste traduciendo a Eca de Queirós y continúa escribiendo para revistas como “La ilustración artística” y “La España moderna” o “Alma española”. Uno de sus cuentos, que había sido presentado a un concurso, aunque no resultara ganador, mereció los elogios de un miembro del jurado, el escritor Juan Valera.
En 1902 publica por entregas “Sonata de otoño”, que sería su primer gran éxito, seguidos por “Sonata de estío”, “Sonata de primavera” y “Sonata de invierno”, consideradas el más notable ejemplo de prosa modernista en la literatura española. En “Flor de santidad”, publicada en 1904 con la misma línea estética, aparece por primera vez el tema de la recreación mítica de una Galicia rural, arcaica y legendaria. En el género narrativo, escribe novelas sobre asuntos históricos, como “Tirano banderas”, precursora de la temática del dictador sudamericano, y una serie de varios títulos sobre la guerra carlista. Muchas de estas novelas, antes de aparecer en libro, fueron publicadas en folletín de entregas semanales, modalidad que también usó el autor para dar a conocer algunas de sus obras de teatro.
En 1907 Valle-Inclán se casó con la actriz Josefina Blanco, a quien acompañó años más tarde en gira por Latinoamérica, y que a su regreso a España estrenará dos obras de su marido, “Voces de gesta” y “La marquesa Rosalinda”.
El conocimiento que tenía del mundo del escenario y sus oficios, le potenció como autor de más de una veintena de piezas teatrales, muchas, como “Divinas palabras”, muy representada también fuera de España. Fue inventor de un nuevo género dramático que llamó “el esperpento”, término del que la Real Academia Española le reconoce la autoría y que define como “una concepción literaria en la que se deforma la realidad acentuando sus rasgos grotescos”.
El primer “esperpento” de Valle-Inclán fue “Luces de Bohemia”, publicada primero en entregas, antes de la edición de1924, pero recién llevada a escena en 1970, lo cual se explica porque la novedad de la propuesta era difícil de asimilar en la sociedad de la época.
La obra poética de Valle-Inclán, de estética modernista, se reúne en “El pasajero” y en la trilogía “Claves líricas”, que abunda en descripciones de su Galicia natal en donde pasa sus últimos meses y muere el 5 de enero de 1936.
Puede que quien se adentre en su obra encuentre en algunos de sus personajes, aunque sea fraccionado, el verdadero rostro de Don Ramón del Valle-Inclán, aunque él nos ha advertido que no será fácil descubrirlo, cuando dice de sí mismo en su ensayo “La lámpara maravillosa”: “Llevo sobre mi rostro cien máscaras de ficción. (…) Acaso mi verdadero gesto no se ha revelado todavía. Acaso no pueda revelarse nunca bajo tantos velos acumulados día a día y tejidos por todas mis horas”.
Madrid, agosto 2023
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