Grecia en el aire. Herencias y desafíos de la antigua democracia ateniense vistos desde la Atenas actual. Pedro Olalla. ACANTILADO, págs. 192, 2015.
Pedro Olalla (1966), profesor, traductor y cineasta español, ha dedicado su vida al helenismo. Dicha pasión está ejemplificada en más de una veintena de títulos, de los cuales Historia menor de Grecia, Atlas mitológico de Grecia, Arcadia feliz, Los lugares del Mito, son algunos ejemplos. Su vocación lo llevó a radicarse definitivamente en dicho país y el presente ensayo es la expresión de su dolor frente a una Grecia devastada por la impudicia de la clase política y la rapacidad de la tecnocracia globalista.
En un ensayo deslumbrante conjuga un paseo por la Grecia actual para mostrarnos qué había acontecido allí en la Antigüedad. Pero no a la usanza de tour de excursión para turistas adormilados sino como un vibrante panfleto. Porque hay un mensaje que atraviesa los milenios: “La historia de la democracia ateniense no es sino la historia del paso progresivo del poder a manos de los ciudadanos”. El esfuerzo griego por construir un espacio humano donde fuera posible la justicia y donde el destino común estuviese regido por la voluntad de los hombres se vinculó desde el origen a la existencia de los ciudadanos: ellos eran la ciudad y, por tanto, el Estado.
Pero Grecia cayó milenios más tarde en manos de un Imperio distinto, ya no son ni persas ni otomanos. “En términos históricos, podría decirse que lo que está pasando es que quienes controlan en el mundo el poder financiero se están haciendo con el poder político a través de la creación y de la explotación de la deuda; que lo que están haciendo impunemente con la connivencia de muchos gobernantes y ante la pasividad y la incapacidad de reacción organizada por parte de los gobernados, que el poder de facto se está convirtiendo en un poder de iure gracias a gobiernos de tecnócratas y marionetas, que controvertidas teorías económicas han sido elevadas interesadamente a la categoría de dogmas políticos; que todas las acciones de quienes hoy gestionan esta ‘crisis’ no van encaminadas a ponerle fin, sino a sacar de ella el máximo provecho en beneficio propio; que la única evidencia incuestionable es que la riqueza fluye cada vez hacia menos manos, y que todos los sacrificios que se le exigen ahora al pueblo griego no son para combatir un sistema perverso, sino para darle continuidad”.
Y entonces queda claro la pertinencia de retornar a Solón: implicar a todos en las decisiones y recordar que el Estado también nació como un orden destinado a defender el interés común frente a intereses particulares y la arbitrariedad de las familias poderosas. Y que si esto implicaba arrasar con las cadenas de las deudas que esclavizaban a gran parte de los atenienses, no se vacilaría con dicha medida. Solón decretó el “alivio de las cargas”; llamado para conciliar a ricos y pobres en una sociedad amenazada donde los muchos eran esclavos de los pocos, tomó una decisión audaz: sacrificar las ambiciones de los acreedores en favor de la supervivencia de los deudores, situar al hombre por encima de la riqueza en base de su nuevo sistema político. No llevó hasta el final las pretensiones de algunos de una repartición de las tierras, pero dio a todos la posibilidad de ser miembros de derecho en la nueva asamblea y en los nuevos tribunales.
Hoy, cuando las democracias occidentales y el resto del mundo, por medio de la globalización (con su eterna promesa de liberalismo político de la cual sólo cumple a rajatabla el aspecto económico), parecen haber olvidado la épica de la construcción del núcleo de la democracia, pasa a ser ineludible rastrear infatigablemente la tierra en la que un día nacieron los primeros ciudadanos y, con ellos, la política.
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