En el entendido de que una orquesta pública que tiene un alto costo de mantenimiento no puede dirigir su actividad a un nicho restringido, desde hace tres décadas Méndez Bonomi dedica sus esfuerzos a la creación de proyectos para diversos públicos. Así ha cosechado varios éxitos en obras que fusionan la sinfonía con el tango, la murga, el candombe y tantos otros. En entrevista con La Mañana, el músico y compositor conversó acerca de sus inicios en la profesión y relató los hechos que dejaron huella en la Filarmónica de Montevideo. “Podría estar retirado hace años y no lo hago porque disfruto cada día”, aseguró.
¿Cómo empezó su trabajo formal en la música?
Yo gané un concurso en la Orquesta del Sodre como archivista, como responsable de la música, y eso me permitió el contacto con grandes artistas cotidianamente, estar viendo cómo se arma una música, cómo se van sumando los instrumentos, las dificultades. Fue una posibilidad de estudiar orquestación y formas musicales de manera cotidiana e intercambiar con artistas de nivel internacional. Yo empecé a estudiar la viola un poco antes de eso y llegué a tocar en las orquestas como músico eventual, y comencé a componer pequeñas obras sinfónicas.
Me vinculé con las dos sociedades de música, la de intérpretes y compositores que es el Núcleo Música Nueva, y la Sociedad Uruguaya de Música Contemporánea, que es de compositores, donde se discute y se ven las nuevas tendencias y las posibilidades de interpretar y difundir las obras. Allí fui desarrollando la capacidad de organización, de gestión –que en aquellos momentos no estaba profesionalizada–, no solo de hacer espectáculos musicales, sino de toda la logística, organización, comunicación.
Tuve un gran maestro, Eric Simon, un alemán con el que trabajé, organicé su biblioteca y aprendí la previsión, es decir, cómo organizar un festival de coros con mucha anticipación –un año antes–. Eso permitió que me contrataran en el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) a cargo de la Biblioteca Nacional Coral, y luego como director nacional de Coros. Ahí la exigencia de organización y temporadas de conciertos de cámara en la sala Vaz Ferreira desde la Dirección de Cultura del MEC me dio una gran solvencia en logística artística.
Hace 30 años que se desempeña como coordinador general de la Filarmónica. ¿Cómo ingresó?
En el 93 la Filarmónica estaba en gran crisis porque no tenía público, tenía grandes conflictos y la discusión en ese momento era si se disolvía, se la volvía una orquesta pequeña o se apostaba a una gran transformación. Optaron por esto último y trajeron al maestro García Vigil, que estaba viviendo en Colombia; a Roberto García, que era su asistente; y me contrataron a mí como coordinador general.
¿Qué generó ese cambio en la gestión?
Rápidamente, ese trío dio grandes resultados, con credibilidad ante el público, campañas de comunicación muy importantes. Empezamos a llenar los teatros, desbordarlos, y comenzamos con el desarrollo de proyectos de gestión de mediano y largo plazo, más allá de una orquesta que hace conciertos. Así se fue conquistando una inserción de la orquesta tendiendo puentes con músicas populares. Lo primero fue el tango y luego otros. Eso dio un nivel de proyección, de estar al borde de la disolución, a una gran orquesta que aumentó en cantidad de músicos, en su calidad, y en la interpretación de obras de autores nacionales históricos y actuales, promoviendo la creación y difusión y estableciendo proyectos nuevos, fusionando con otros artistas, con la danza, el folclore.
¿Sus composiciones propias eran interpretadas?
En realidad, no me he preocupado mucho, hasta estos últimos tres años, de que mi música sinfónica se interpretara, por una cuestión de ética. Muchas veces he estado solo en la dirección, sin un director musical, por lo que de mí dependían las contrataciones de todos los artistas, y no me parecía bueno que pidiera a directores invitados que interpretaran mis obras. Tengo unas 15 obras sinfónicas, de las cuales hay unas cinco o seis que fueron interpretadas. La maestra Ligia Amadio me dijo: “Soy yo la directora artística y quiero que se toquen obras tuyas”, y así sucedió. Y también he empezado a compartir con otros directores del mundo y se han tocado algunas cosas en Europa, en Argentina.
¿Hoy sigue componiendo?
Sí, en pandemia escribí cuatro obras sinfónicas, el año pasado escribí un concierto para viola y orquesta, y terminé hace dos semanas una obra sinfónica. En las últimas obras me ha dado por incorporar el ritmo del candombe, que es una riqueza muy grande desde el punto de vista rítmico. Hay antecedentes de Lamarque Pons en la historia de la música uruguaya. Como pasa en la historia de la música universal, cuando uno escucha a Bach y otros, tomaban músicas populares del momento y las estilizaban, las elaboraban, y así ha pasado en todas partes del mundo. Nosotros, con el tango, la murga y el candombe, podemos tomar elementos de esos lenguajes que tienen grandes posibilidades de desarrollo a nivel sinfónico y sin dudas van a llegar a algunas fibras que tenemos todos, más allá de las aficiones por estos géneros musicales.
¿Un coordinador debe tener esa formación y ser un compositor o no necesariamente?
Para mí, no tiene que ser necesariamente un compositor, pero sí es fundamental que sea un músico y que haya tenido, aunque sea una breve experiencia en orquesta, porque vos trabajás con un colectivo de 100 músicos cotidianamente y todos los artistas necesitan una atención especial, un cuidado, que entiendan sus demandas. Quien tiene un estudio teórico universitario de cómo gestionar y se enfrenta a una orquesta, en general fracasa, porque es primordial haber tenido experiencia en ese ámbito.
¿Qué importancia tiene conocer al público de cada espectáculo?
Uno tiene que pensar qué público lo va a recibir, las características socioculturales, económicas y etarias. Por ejemplo, cuando hacemos con La Triple Nelson, como hicimos en Antel Arena, sabemos que podrá ir gente de 80 años, pero la mayor parte va a ser un nicho joven, y el tipo de lugar donde se presenta el espectáculo, el valor de la entrada, los contenidos, es algo que hay que estudiar. Cuanto más uno conozca a su público y hacia quién va dirigida la obra, el resultado va a ser más exitoso.
Evidentemente, con la propuesta de música sinfónica de Beethoven, Brahms, Chaikovski, hay un público acotado. Una orquesta pública del gobierno de la ciudad que tiene un alto costo de mantenimiento no puede dirigir su actividad a un nicho tan restringido. El desafío en aquel entonces era generar productos artísticos diversos para contemplar distintas expectativas. Así, hemos estado con Zitarrosa, Larbanois & Carrero, propuestas con jazz, entre muchas otras.
Es importante también estar presente con los elementos queridos de la gente en la ciudad, edificios, lugares, costumbres. El logo de la orquesta es la puerta de la Ciudadela, y uno de los grandes espectáculos que hicimos con 700 mil personas fue en el Cerro de Montevideo, “Fantasía en la fortaleza” –la fortaleza está en el escudo nacional–. Otro de los elementos muy respetados es el Palacio Legislativo, donde hemos hecho en reiteradas oportunidades fantásticos espectáculos multitudinarios. Y podría mencionar cantidad de lugares queridos.
Después de tres décadas en la Filarmónica, ¿cómo ha visto su evolución? ¿Cuáles fueron los mayores hitos?
Un hito que marcó fue la ida del maestro García Vigil, y en ese momento yo hice un planteo a las autoridades que lamentablemente no fue tenido en cuenta, que era que se contratara un director nacional, que pudiera continuar con este proyecto de inserción en la sociedad, en sus tradiciones, en sus diversas músicas, y que difícilmente pudiera entender un director internacional. Tuvimos al maestro argentino Javier Logioia, excelente director, pero nunca le interesó ese proyecto. Luego vino un maestro francés excelente, gran amigo, Martin Lebel, cuyo cometido era hacer los repertorios más complejos para la orquesta con el más alto nivel, pero todo lo demás, a qué público se llegaba, nunca lo entendió. La tercera fue Ligia Amadio, que estuvo cinco años y estuvo viviendo aquí mucho tiempo –no como los otros–, y fue a las Llamadas, al Carnaval, tomó un conocimiento importante y fue la que más se acercó a este proyecto institucional con metas de mediano y largo plazo.
Luego llegó el uruguayo Martín García, que es el director actual. ¿Eso cambió en ese sentido que comentaba?
Él fue elegido con mi pedido y el respaldo de la orquesta, y se ve a las claras cómo se reciben compositores, artistas populares y clásicos y se va desarrollando más intensamente. No hay que convencer al director musical de cuál es la misión porque él fue alumno de García Vigil y vivió todo ese proceso y compartió todos estos criterios de desarrollo. Es un digno director como para continuar esta tarea de fortalecer la orquesta de los uruguayos y de los montevideanos especialmente.
¿Qué representa para usted la Filarmónica luego de 30 años?
Un placer inmenso. Podría estar retirado hace años y no lo hago porque disfruto cada día. Mi disfrute está cuando a través de lo que hacemos, de la música, del arte, hay gente que está disfrutando. Incluso, cuando vamos a un barrio, a un concierto en un parque, hay gente que no ha tenido experiencia de una orquesta que disfruta hasta físicamente porque son cosas que nos dicen, que les pasó algo por dentro, que se les erizó la piel, o lo mismo cuando vamos a una escuela muy humilde. Es como probar un plato que nunca comiste y no sabías si te gustaba o no, pero es una experiencia física y vivencial que puede gustarte o no, pero todo el mundo tiene derecho. Es una vivencia que enriquece la calidad de vida como el deporte, el cine, el teatro o la danza.
¿Cómo es la concurrencia y la aceptación de los espectáculos por parte del público?
Este año vamos a cerrar con 70 espectáculos. Hay un público que es el habitué de los conciertos en el formato tradicional, que nos acompaña siempre, que es el mismo que acompaña a la Orquesta del Sodre y al Centro Cultural de Música, que rondará unas 20.000 personas en Montevideo.
Luego, cuando hacemos galas de tango, el público cambia totalmente. O la semana pasada, que hicimos Moulin Rouge, música de Offenbach, de opereta, con danza, el público es muy distinto. Hicimos ballet, “Alicia en el país de las maravillas” con Giovanna Martinatto, y agotamos las tres funciones; y ahí el público es otro, no es el de concierto ni es el de tango. En las vacaciones de julio hicimos un espectáculo con magia sobre la preservación del medio ambiente, hicimos una cantidad de funciones en teatros descentralizados y nueve en el Solís, todas agotadas, y ahí venían los niños con sus padres y los abuelos. Hicimos La Triple Nelson en el Antel Arena y hubo 6.000 personas que no son los que vienen a un concierto de Beethoven o de tango.
Entonces, hay una búsqueda de diversificar las propuestas para convocar y colmar la expectativa de públicos distintos. Lo maravilloso de una orquesta sinfónica es que tiene una versatilidad que puede acompañar, como vamos a hacer en marzo, Lucas Sugo sinfónico, o una noche de música vienesa o música de película. Y cuando se lanza un producto al mercado hay que pensar en el público, si le vamos a llegar o no. No hay que defraudar jamás a la gente, hay que buscar confianza y contemplar que tenga lo que va a buscar, o sorprenderlo con algo que no esperaba, pero que le agrade, que se vaya enriquecido.
¿Cómo ve el nivel cultural de la sociedad uruguaya?
Es muy bueno, con variantes que imponen muchas veces los tiempos, pero impresiona a los artistas extranjeros que recibimos de manera permanente, porque toman un taxi o un Uber y les sorprende el tipo de conversación que pueden tener sobre arte, lo que saben de arte, de historia, o de su propio país. Muchas veces uno está en Europa o en Estados Unidos y no tiene ni idea de que existe Uruguay, entonces, que sepamos de su historia, de sus valores o sus artistas populares y clásicos, los sorprende gratamente.
Acá se percibe que hay un estrato de formación cultural muy rico y que atraviesa toda la sociedad. Es difícil ver cómo impactaron las nuevas tecnologías, donde se hace más complicada la lectura de un libro, donde hoy se manejan con pequeñas frases a través de TikTok o de las redes sociales. Eso sin duda que trajo algún impacto negativo, o una variación de cómo se procesan los consumos culturales de nuestra sociedad, pero estamos viviendo una transformación a nivel nacional y mundial que es importante. Buena parte de la base cultural de nuestra sociedad tiene que ver con los ámbitos familiares, las discusiones, las conversaciones, y el consumo con el que se educa a los niños y a los jóvenes, así que tengo optimismo y confianza.
¿Cuál es la programación prevista para los próximos meses?
Estamos realizando en conjunto con la Universidad de la República la edición revisada de la obra de Eduardo Fabini, y en febrero comenzaremos con la grabación en condiciones de calidad y edición de las partituras de una obra que estaba dispersa con materiales manuscritos de Fabini, Mañana de Reyes. Va a ser una cosa importante y además se va a hacer un concierto abierto al público. Luego, en la temporada de verano, estaremos haciendo un espectáculo que va a ir después a nivel masivo con Cuatro Pesos de Propina. También haremos Moulin Rouge en un lugar al aire libre, y en marzo se presentará en el Estadio Centenario Lucas Sugo sinfónico.
La difícil decisión de dejar una carrera tradicional por la música
Es hijo de un ginecólogo cirujano y una profesora de francés, y su familia siempre fue muy aficionada a la música clásica, lo que le generó interés y afinidad desde su nacimiento. Sin embargo, a la hora de elegir una carrera se inclinó por Filosofía e Historia. Le tocó empezar la facultad en momentos difíciles del Uruguay, en el inicio del período dictatorial, y con la ausencia permanente de docentes no era fácil mantener una carrera, por lo que terminó dejando. En paralelo estudió música, flauta, composición y dirección. Durante varios años tocó la flauta y siguió con la composición. Además, fue armando grupos de estudio a nivel privado, especialmente con el maestro Héctor Tosar.
Tenía claro que su vocación era la música. “Era un aficionado extremo, podía pasar 12 horas escuchando música”, recordó. Al tiempo entró a la Facultad de Medicina, pero un íntimo amigo le dijo: “¿Vas a ser médico vos porque en tu familia son médicos? Si vos sos músico”. Ahí fue cuando decidió definitivamente dedicarse a las artes.
No fue fácil para su familia aceptarlo, porque si bien tenían mucho cariño por la música, se preguntaban de qué iba a vivir. “Ellos creían que no era una profesión cabal, salvo para situaciones muy características a nivel mundial. Igualmente, no me cerraron las puertas, pero no era muy razonable que dejara una carrera tradicional por la música”, explicó el entrevistado.
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