Reflexiones sobre el carácter de los países y el curso de la historia. Debate, 432 págs. 2018, $850.
Publicado en inglés en 2016, y con varias reediciones en español, no es técnicamente una novedad. Pero los hechos recientes hacen necesario acercarse a esta obra que condensa el pensamiento de Henry Kissinger, cuyo mero nombre genera escalofríos hasta el día de hoy en demasiadas naciones.
Nacido en Baviera en 1923, ha sido uno de los intelectuales claves en el diseño de las políticas estadounidenses por décadas. Asesor de Seguridad Nacional, Secretario de Estado, integrante de la Rand Corporation, del Club Bilderberg y de la Comisión Trilateral, su accionar definió la Guerra en Indochina, la política de distensión con la URSS, el restablecimiento de las relaciones con China, el desenlace de la Guerra de Yom Kippur, el golpe de estado contra Allende, el Plan Cóndor…
Con un nivel de erudición más allá de lo admirable y una prosa clara y precisa, el también profesor Kissinger se explaya en su concepción de las relaciones internacionales. Fija en la Paz de Westfalia (1648), como la piedra fundacional de un nuevo orden en Europa basado en el concepto de soberanía nacional. Es en Westfalia donde se establece el principio de integridad territorial como fundamento de la existencia de los estados, con la concomitante ruptura del orden feudal, en el cual territorios y pueblos constituían patrimonio hereditario.
A lo largo de los siglos esta concepción ha quedado en entredicho. Ya esa Paz entre estados pares ha sido sustituida por el enfrentamiento de potencias con una claramente predominante. El esquema globalista contemporáneo recupera el concepto en una visión por la cual Estados Unidos pasa a asumir el papel responsable en la evolución del Orden Mundial del s. XXI.
“Para Estados Unidos, la búsqueda de un orden mundial funciona en dos niveles: la celebración de los principios universales debe ser equiparada con el reconocimiento de la realidad de las historias y culturas de otras regiones. Aunque las lecciones de décadas de desafíos son discutibles, debemos sostener la afirmación de la naturaleza excepcional del país. La historia no da respiro a los países que olvidan sus compromisos o su sentido identitario en favor de un camino aparentemente menos arduo”
Una vez más, la Doctrina del Destino Manifiesto de Estados Unidos en su máxima expresión.