Hitch-22. Memorias. Christopher Hitchens. 511 págs. 2011.
Nacido en Portsmouth, Inglaterra en 1949, se licenció en Filosofía, Ciencias Políticas y Economía en Oxford. Periodista y escritor, en 1981 emigró a Estados Unidos, colaborando tanto con el The New York Times, The Nation y The Times a ambos lados del Atlántico.
Famoso como polemista irónico y salvaje escriba, su obra incluye “Juicio a Kissinger” (2002), “La victoria de Orwell” (2003), “Cartas a un joven disidente” (2003). Pero son sus discusiones teológicas las que le proporcionaron una enorme celebridad. “Dios no es bueno” y “Dios no existe” fueron centro de ardorosos debates. Hijo de un comandante militar británico de filiación conservadora, destacado en cierta etapa en las Islas Malvinas, tuvo el joven Christopher una pronta e inicial cercanía a los grupos socialistas y en especial aquellos de inspiración trotskistas. Su tumultuosa relación con el Partido Laborista finalizó por graves discrepancias sobre la política implementada en Irlanda, donde, en ese contexto turbulento signado por la guerrilla desarrollada por el IRA, el ministro laborista a cargo defendió la utilización de los apremios en determinados contextos. Sus crónicas sobre América Latina y en especial sobre Chile en los siniestros años del Plan Cóndor son memorables. También su anecdotario sobre sus encuentros con Jorge Luis Borges, en el cual se recupera una semblanza entrañable.
En sus memorias hay un quiebre fascinante. Es el enfrentamiento entre ese comandante militar escéptico de la pertinencia de defender viejas banderas coloniales con su hijo, un ardoroso militante izquierdista que comienza a acercarse sin disimulo a la posición beligerante y ultraimperialista de Margaret Thatcher. Pero será a partir del 2001 donde será el abanderado de un occidentalismo muy discutible. Pasa a apoyar sin ambages las líneas más duras de la intervención patrocinada por Bush, en aras de la hipotética defensa de una cristiandad enfrentada a un islam que condensaba yodo el mal del universo. Como siempre, la historia puso en su lugar los numerosos grises. Había demasiados intereses petroleros en juego, la mayor parte de las víctimas del siniestro y el incalificable terrorismo de cuño wahabita eran los propios musulmanes que soñaban con una sociedad más justa y más tolerante.
Pero Hitchens era todas esas contradicciones y muchas más. Quizás en las páginas que relata su amistad con Edward Said, el intelectual palestino, muestra otro aspecto de su compleja personalidad. Un intrínseco humanismo, en el acierto y en el error.
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