«La nomenclatura de una ciudad, decía el Dr. Gustavo Gallinal en 1925, […] es una obra delicada y difícil. Una exclusión inmerecida nos tienta a la reparación. Un nombre indigno ofende y subleva nuestros sentimientos ciudadanos». En la cuarta edición de Nomenclatura de Montevideo editada por la IMM durante la administración del Arq. Arana y actualizada a 1991 por el Prof. Castellanos, aparece una precisión similar. La Reseña Histórica que precede al trabajo de Castellanos termina señalando que las autoridades municipales han seguido actuando «sin plan de conjunto e incurriendo también, en muchos casos, en denominaciones inapropiadas a la naturaleza y finalidad de una nomenclatura urbana, bajo el dictado de la emoción, la simpatía o la pasión del momento».
No queda claro que se entiende por «nombre indigno» en el discurso de Gallinal, o «denominaciones inapropiadas» en la publicación municipal. Pongamos un par de ejemplos tomados de la Nomenclatura.
Dr. José Irureta Goyena: «Abogado, catedrático, jurisconsulto uruguayo (1874-1947). Graduado en abogacía, en 1903, catedrático de Derecho Penal (1903-31), decano de nuestra Facultad de Derecho (1927-31), presidente del Colegio de Abogados (1932), de la Corte Electoral (1933), de la Asociación Rural (1914), y de la Federación Rural del Uruguay (1918). Autor de varias y valiosas obras en materia penal, que siguen siendo objeto de estudio y consulta de alumnos y profesionales; redactor del Código Penal de la República (1934)».
Líber Arce: «Estudiante, dirigente gremial, incansable luchador en defensa de sus ideales, murió en un enfrentamiento con fuerzas policiales, en los años previos al golpe de Estado de junio de 1973».
Irureta Goyena
En el tomo I de la Antología del ensayo uruguayo de Carlos Real de Azúa, encontramos una semblanza del distinguido jurisconsulto. El crítico lo coloca dentro del espacio conservador, caracterizado por: el rechazo de la política impositiva y al «fiscalismo asfixiante»; el anti estatismo; la denuncia de la inflación burocrática; la antipatía por la política, los políticos y el electoralismo; la exaltación del trabajo y del ahorro privado; la desconfianza hacia el proceso industrializador; la voluntad de atenuar (caso de los rancheríos) los males sociales del campo; la reivindicación de la tolerancia y la diatriba del sectarismo; la hostilidad al Colegiado, del que afirmaría que era «un máximo de gobernantes y un mínimo de gobierno». Y una postura antimperialista, «vuelta singular pero no imprevisible» desde 1923.
Fraternidad peligrosa
El texto que incluye Real de Azúa es un fragmento de un discurso pronunciado en la Academia Nacional de Letras, titulado «El peligro de la Fraternidad»
¿Y cuál sería el peligro de la fraternidad? ¿Qué cosa más linda que tratarse afectuosamente como hermanos? El Diccionario de la lengua española, en su tercera acepción se refiere a las fraternidades estudiantiles universitarias norteamericanas. No sabemos si son como en las películas, pero si lo fueran, no están exentas de peligro. La RAE tiene un abanico de diccionarios y en el Diccionario panhispánico del español jurídico, dice:«uno de los principios a los que se acoge la Revolución Francesa».
Es justamente a lo que se refiere Irureta: la Revolución Francesa trajo la primacía del individuo sobre la sociedad y ahora, [en 1944] marcha por el camino inverso, la sociedad sobre el individuo. Debemos rogar a Dios, dice, para que ambas tendencias se sinteticen en un «milagro sinfónico». Estos conceptos cristalizaron al influjo de las «místicas palabras» de libertad, igualdad y fraternidad. Conceptos que comenzaron siendo más filosóficos que económicos y terminaron siendo más económicos que filosóficos. Porque si la libertad en sentido económico es el derecho del hombre de ejercer sus facultades y atenerse a sus resultados, la igualdad es exactamente lo mismo para todos. Pero no todos los seres humanos son iguales. Lo de las «virtudes y talentos» no es un invento del derecho, sino el reconocimiento de las desigualdades naturales. Es la fraternidad la que viene a actuar «como la llama de un soplete» para fundir los elementos. Porque si libertad e igualdad apuntan a que a cada uno se dé lo suyo, la fraternidad impone que a cada uno se quite algo para dar a otros cuando lo obtenido por ellos sea insuficiente.
Dos principios individualistas seguidos por uno socialista. Hay que encontrar el equilibrio necesario que mantenga la paz social. Y no lo encontraremos, dice, «en los preceptos del individualismo, en las ficciones del socialismo, en las paradojas del comunismo, ni en los dispersivos extravíos del anarquismo». Se ha podido implantar la igualdad civil y política, pero no la igualdad económica. Una sociedad en que la distribución se ajuste a la necesidad, en vez de a las aptitudes, no es sostenible.
En busca del justo medio
Hay que encontrar una fórmula de equilibrio que contemple la insolvencia de los demás, sin segar la fecundidad del esfuerzo individual. El «coeficiente de resistencia» de la colectividad para soportar el peso de la fraternidad. ¿Cuál es el coeficiente de resistencia que admite sobrellevar jubilaciones, pensiones, enfermos, niños, desocupados…? Una pregunta formulada por Irureta hace más de setenta y cinco años y que todavía no parece haber sido respondida.
El temor del conferencista era que esa hipertrofia de la fraternidad viniera a ser impuesta por la fuerza. Que lo que no pudieron lograr los apóstoles del cristianismo por la caridad se procure violentamente «por los abanderados de las doctrinas extremistas».
Termina citando a Saint Just y a Robespierre: «La República no tiene la virtud por principio sino el terror» y «Lo que constituye la República es la destrucción de todo lo que resista».
Escrito en 1944, Real de Azúa comenta que «no hay aquí el horror extrarracional y sagrado al comunismo que los voceros posteriores a él tratan de fomentar». Que el texto «rezuma en ciertos pasajes el lenguaje de 1910. Así esas ficciones del socialismo, esas paradojas del comunismo, esos dispersivos extravíos del anarquismo…». Recordemos que, en 1910, el Dr. Luis Alberto de Herrera publicó La Revolución francesa y Sud América un texto de casi trescientas páginas donde en sustancia dice: «Mala o buena la metrópoli, acertada o no en el cultivo de la libertad política, los sudamericanos éramos su obra más genuina, sangre de su sangre, y sólo la insensatez teórica pudo aconsejar la rebelión fulminante contra su herencia, avasalladora todavía». La fascinación francesa de la Revolución persistía un siglo después del inicio del duro proceso de emancipación. La crítica se reducía al aspecto político de la cultura francesa adoptado sin beneficio de inventario. Y en particular «al jacobinismo y a sus degeneraciones, fruto genuino de las entrañas francesas». Unos años antes José Enrique Rodó había definido con meridiana claridad las diferencias entre liberalismo y jacobinismo.
Sobre la exposición de Irureta Goyena, concluye Real de Azúa en que el planteo contrasta «el liberalismo democrático, de importación individualista y capitalista y las formas de la democracia radical de masas que el jacobinismo francés primició, que tuvieron su expresión nacional en el Batllismo de las primeras décadas del siglo y respecto a las cuales las corrientes marxistas, (o “social-comunistas”) no podían aparecer, a contextura mental como la de Irureta, más que como una superlativa pero lógica conclusión».
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