“He dicho Escuela del Sur, porque en realidad, nuestro norte es el Sur. No debe haber norte, para nosotros, sino por oposición a nuestro Sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revés, y entonces ya tenemos justa idea de nuestra posición, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de América, desde ahora, prolongándose, señala insistentemente el Sur, nuestro norte”.
J. Torres García, “La Escuela del Sur”, 1934.
Nuestro a país, a pesar de ser pequeño y contar con muy poca población, ha demostrado a través de su historia estar a la altura de las circunstancias, no solo regionales, sino también universales, sobre todo en materia deportiva y cultural. Cuando se habla de las “vanguardias” artísticas del siglo XX, se tiende a pensar en Picasso, en Dalí, en Miró, en Kandinsky y no siempre se pone el foco en la figura de Torres García, quien desarrolló una obra y una teoría que no solo dialogaba con la de sus contemporáneos, sino que también enfrentaba sus postulados, haciendo posible otra posición y otro movimiento dentro de la historia de las vanguardias artísticas del siglo XX.
Joaquín Torres García, hijo de madre uruguaya y padre catalán, vivió en las afueras de Montevideo hasta que en 1891 se mudó con toda su familia a Barcelona. Allí realizó un breve curso de arte, continuando luego sus estudios de forma autodidacta y trabajando al mismo tiempo como ilustrador de libros y revistas. Resulta interesante que ya desde un inicio, Torres García rechazó la imitación buscando formas propias de expresión artística.
Universalismo Constructivo
Las vanguardias artísticas del primer tercio del siglo XX consideraban agotado el naturalismo y también al arte urbano del siglo XIX como lo fue el impresionismo. De ese modo, diversos artistas comenzaron un proceso no solo de exploración del arte hacia el pasado remoto, sino también emprendieron una búsqueda dentro del espíritu humano de algo esencial capaz de regenerar el arte en sí mismo. Así, Kandinsky trataba de pintar como un hombre de las cavernas y Dalí se dejaba sugestionar por las imágenes que poblaban su inconsciente. En esa tendencia Torres García desarrolló sus propios postulados a partir de una investigación que daba un paso más allá al de sus contemporáneos y surgió entonces el “Universalismo Constructivo”.
Sin embargo, antes de eso, en 1916, durante la Primera Guerra Mundial, Torres García tuvo contacto en Barcelona con otros pintores como Rafael Barradas y Salvat Papasseit. En ese ambiente efervescente de ideas y política, las calles, la gente y sus ritmos constituyeron elementos esenciales en su obra. En 1920 se mudó con su esposa e hijos a Nueva York donde la iconografía de la ciudad produjo en él un fuerte impacto que repercutiría en su arte. Años más tarde retornaría a Europa, más específicamente a París, donde se integraría plenamente a las vanguardias.
Debate estético al Surrealismo
En París creó el grupo: “Cercle et Carré (círculo y cuadrado). Este era un movimiento artístico fundado entre él y Michel Seuphor en 1929, cuya finalidad era promover la abstracción geométrica y al mismo tiempo, plantear un debate estético al Surrealismo, movimiento con el que discrepan frontalmente. Un año más tarde creó la revista con el mismo nombre, de la que solo salieron tres números, y tuvieron una exposición colectiva, celebrada en la Galería 23 de París en 1930, en la que participaron varios artistas importantes, entre los que figuraban Kandinsky y Mondrian.
El debate que proponía Torres García a través de sus ideas y obras tenía que ver con dos etapas de la historia del arte primitivo, a saber: el naturalismo de los pintores de las cavernas que pintaron, por ejemplo, los bisontes de Altamira y el arte geométrico de los primeros agricultores y ganaderos del neolítico, que representaban, por ejemplo, la figura humana con una línea vertical y dos semicírculos, uno ubicado en la parte superior y otro en la inferior de la misma. El primero, el arte paleolítico, era un arte naturalista realizado por una cultura de cazadores y recolectores, adaptados a observar minuciosamente a sus presas y que se podría equiparar al impresionismo por la capacidad técnica para pintar el movimiento de las patas de los bisontes en plena carrera.
El segundo fue el arte geométrico propio del neolítico, período en que las comunidades humanas comenzaron la revolución más importante de la prehistoria, que fue la domesticación de animales o sea el inicio de la ganadería y el desarrollo de la agricultura. El arte de estos pueblos agrícolas tendía a ver el mundo desde una abstracción geométrica y simbólica. La razón probablemente haya sido que mediante la práctica agropecuaria tuvieron necesidad de realizar otra clase de operaciones abstractas, como por ejemplo establecer un calendario más eficaz para comprender y precisar con mayor exactitud el ciclo agrícola. Estas dos etapas no ya del arte sino del espíritu humano eran las que de algún modo se confrontaban teóricamente en la primera parte del siglo XX y Torres García tomó posición por la segunda, estableciendo los nuevos conceptos del arte geométrico y simbólico.
Así, en 1934 volvió a Montevideo con el fin de revitalizar el arte en Sudamérica y en nuestro país, y es en este período que surge en él la intensión de unir el arte moderno con el arte ancestral sudamericano, fundando entonces la Asociación de Arte Constructivo primero y luego el Taller Torres García.
Armonía Total
Escribió en 1942: “¿En qué podría consistir nuestra propia teoría y qué relación podría tener con lo que fuese la esencia misma de esa milenaria tradición humana y por eso también la de las arcaicas culturas de América? Difícil me parece decirlo sin herir el concepto generalmente realista del hombre actual”.
La obra de Torres García entablaba un diálogo con el arte de la humanidad en su sentido absoluto y en esa frecuencia podemos decir que él buscaba aquellas formas universales y por lo tanto comunes a todos los pueblos del orbe, capaces de unir la actividad artística americana en un común movimiento. Para él, como para Rodó, el arte constituía no solo un modo de hacer sino también de vivir bajo la égida del “Ideal”. Además, como Rodó, trataba de posicionar la creación artística o literaria de nuestro país en un marco continental.
Escribía en 1942: “Pues sea cual fuere el objeto, se tratará siempre de lo mismo: de esa Armonía Total. Así, pues, la ordenación de este libro habrá de diferir de la de otros sean de estética, de arqueología, o de técnica de arte, pues todo aquí tiene otro objeto: ir derechamente a su esencialidad, a su íntima estructura”, y más adelante afirmaba: “De estructura y universalidad –los dos pilares sobre lo que todo quiere apoyarse– tanto los hallaremos cuando hablamos de un dolmen o de un templo, como de un soneto o de una pintura, y lo mismo si se tratara de un problema religioso o de arquitectura. Pues a través de todas esas cosas solo se quiere llegar a esa esencialidad universal, donde se evidencia que la Regla Constructiva y el Universo se identifican”.
Torres García consideraba que desde el instante en que comprendemos la geometría del universo, adquirimos también el marco formal para construir y crear, siguiendo los ritmos y patrones del espacio que nos rodea. Por ello, para él era fundamental la aplicación de la “medida o proporción áurica”, como también la aplicación de la simbología religiosa antigua dentro de la composición artística.
En definitiva, para Torres García como para Figari, fue muy importante desarrollar la labor pedagógica y así desde su Taller eclosionó una de las escuelas pictóricas de nuestro arte más relevantes a nivel internacional. Además, por medio de su obra escrita dejó constancia de sus ideales, en los que legó a nuestro país, a nuestro continente y al mundo entero un trabajo invaluable para estudiar aquellos elementos siempre presentes dentro del arte simbólico y geométrico.
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