Jose Enrique Rodó. Wilfredo Penco. ARCA-Figuras. 1978, 83 págs.
Todo un hallazgo este esbozo biográfico del Maestro de América surgido de la pluma de don Wilfredo Penco, integrante de la Academia Nacional de Letras.
Con certera mirada logra dar las claves biográficas para luego recuperar media docena de juicios críticos que abarcan a Arturo Ardao, Carlos Real de Azúa, Osvaldo Crispo Acosta, Roberto Ibáñez, Washington Lockhart y a Emir Rodríguez Monegal.
Pero hoy estamos releyendo el presente ensayo por la más que precisa recuperación de textos prácticamente inéditos o de muy difícil acceso de José Enrique Rodó. Y dentro de ellos está ¿Soy un conservador?, una pieza oratoria sublime por su concisión y su vigencia.
“(…) No digo esto con el espíritu ni con los propósitos de un conservador. No lo soy, no creo serlo; y, además, he vivido lo bastante para no pagarme demasiado de denominaciones y palabras. Para quien quiera que se detenga a analizar el significado real de las palabras, el calificativo de reformista, de progresista, de liberal, como el calificativo de conservador, son términos esencialmente relativos que no encierran significado alguno si no se les refiere a cierto tipo de comparación y a cierta realidad política y social. Los más radicales reformistas pueden resultar conservadores si se les compara, y los más empecinados conservadores pueden resultar reformistas si se los somete a cierta unidad de medida o si se los pasa de un medio a otro medio. El gobierno actual, que para una gran parte del país, -incluyendo en ella a muchísimos elementos liberales- es un gobierno de extremo radicalismo, resulta un gobierno moderado, puesto que es esencialmente, todavía, un gobierno burgués, si se les juzga del punto de vista de las ideas que con tanto brillo representa en esta Cámara el señor diputado Frugoni, y este mismo elocuente compañero nuestro, que a nuestro lado, en el seno de esta cámara, es el defensor avanzadísimo de ideas revolucionarias, resulta no diré un conservador, pero si un innovador moderado, si se les mira desde las posiciones que ocupan los anarquistas de la calle Río Negro, cuya bandera es la absoluta y total destrucción, y para quienes el socialismo no es más que la última transformación de esa tiranía del estado que es necesario segar en sus raíces para asegurar la dicha y la regeneración de la Humanidad”.
“(…) No soy de los que creen, Señor Presidente, que la tendencia a asimilar e imitar todo lo nuevo de acierto, ni siquiera de progresos real y efectivo. Es más; considero que es una tendencia que no tiene sentido bueno ni malo, sino apreciada en cada una de sus manifestaciones particulares. Tan irracional como la pasión de lo viejo que considera buenas las cosas sólo porque tienen a su favor los prestigios de la tradición, es la pasión de lo nuevo que las considera buenas sólo porque tienen a su favor los prestigios de la novedad. Esa concepción del progreso humano en línea recta y a paso acelerado, de modo que lo que se piensa y se propone hoy sobre determinado punto sea forzosamente superior a lo que se propuso o se pensó hace medio siglo, es falsa para quienquiera que se levante un palmo sobre la interpretación vulgar de estas cosas. Cada época, cada sociedad, tiene sus supersticiones políticas y sociales, sus ‘ídolos del foro’, como decía el gran pensador inglés, y la superstición de lo nuevo es en nuestros días una idolatría sofística, más generalizada quizá que la superstición de lo antiguo. La garantía de la verdad no está ni en la pasión de lo nuevo ni en la pasión de lo viejo. La garantía posible de la verdad y también del mejoramiento positivo de las sociedades y de los hombres, la garantía de esa libertad interior, fuente y origen de todas las libertades reales y efectivas, es la independencia del criterio individual, que se aplica sin prejuicio a cada reforma en particular, a cada idea concreta, a cada iniciativa determinada, y las examina con soberana libertad, y las acepta si las considera buenas aunque tengan siglos de uso, y las rechaza si las juzga malas aunque coincidan con las ideas, o los sueños, o los caprichos de los últimos innovadores”.
El trabajo de Penco es una muy buena oportunidad para recuperar a un Rodó fermental, un Rodó que nos alienta en la permanente renovación.
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