Raros como yo, el nuevo libro de Juan Manuel de Prada, publicado por Espasa, no es una obra de ficción, sino un compendio de textos sobre escritores que comparten su condición de malditos en la época en que les tocó vivir, sostenida en muchos casos hasta el presente. La mirada certera y conocedora del autor, que ha leído e indagado sobre cada uno de ellos, incita a descubrirlos y a valorarlos con prescindencia de las a menudo injustas razones que motivaron su olvido.
No es la primera vez que Manuel de Prada se interesa sobre la vida de otros escritores. Su primera novela, Las máscaras del héroe, con la que obtuvo el Premio Ojo Crítico de Narrativa de Radio Nacional de España, se ambienta en la bohemia literaria española de fines del siglo XIX y comienzos del XX. En ella aparecen casi todos los escritores españoles anteriores a la Guerra Civil.
El título del libro que nos ocupa evidencia que su autor también se considera un raro, entendiendo como tal al escritor que no comulga con las convenciones ideológicas y estéticas de su tiempo. Si bien muchos escritores de esta naturaleza han sido ignorados o censurados mientras se encontraban en actividad debido a su actitud disidente o contrapuesta con la ideología imperante, no es el caso de algunos, como la escritora española Concha Espina, cuya obra fue reconocida y valorada en vida, si bien en la actualidad permanece en el olvido. Sin duda, la condición de escritor ignorado en vida no puede tampoco aplicarse al autor, dado que Juan Manuel de Prada tuvo un éxito temprano, desde la publicación de sus primeros libros Coños (1995) y los relatos de El silencio del patinador.
A la edad de veintisiete años recibió el Premio Planeta con su novela La tempestad, que tuvo gran repercusión internacional. A esta siguieron Las esquinas del aire y Desgarrados y excéntricos. En 2003 recibió el Premio Primavera y el Premio Nacional de Narrativa con La vida invisible. En 2007, con El séptimo velo, recibió el Premio Biblioteca Breve y el Premio de la Crítica de Castilla y León, galardón que también obtuvo en 2015 con su novela El castillo de diamante.
Sin embargo, estos reconocimientos a una obra indiscutiblemente valiosa se concentran en un tiempo en el que el pensamiento del autor no era lo suficientemente conocido para situarlo entre los que disienten del discurso oficialista y del pensamiento único que se pretende imponer cada vez de un modo más desenfadado. Por tanto, se entiende admisible que el autor sienta que comparte su condición de raro, con los escritores cuyas vidas y obra refiere en el nuevo libro.
Los malditos
En las palabras liminares, Juan Manuel de Prada explica la condición de escritor maldito y se remonta a los escritos del poeta Rubén Darío, publicados en el diario argentino La Razón, que después fueron recopilados en un volumen. Entre los malditos referidos figuran Edgard Allan Poe y el Conde de Lautremont, muy vinculado a Uruguay, nacido en Montevideo a mediados del siglo XIX.
Eran estos, como Paul Verlaine, escritores geniales que al sentirse rechazados por la sociedad burguesa de la época adoptaban actitudes contestatarias. Esta figura del maldito va siendo asimilada poco a poco por el sistema que termina tolerándola, a la vez que el transgresor va deponiendo su actitud rupturista con las convenciones de su tiempo.
No todos los más de cuarenta autores incluidos en el libro son genios ignorados, víctimas de la insensibilidad y estrechez de miras de una sociedad manipulada. También encontraremos escritores con una obra modesta y en ocasiones poco extensa, pero en la que puede reconocerse una voz personal, capaz de contraponerse al sentir más o menos obligado de su tiempo.
El uruguayo Felisberto Hernández integra con toda justicia la galería de raros. En su caso, estamos ante un escritor que fue reconocido después de una vida en la que fue, de cierta manera, menospreciado.
Ignorado, a la vez que combatido en vida y deliberadamente olvidado tras su muerte, el jesuita argentino Leonardo Castellani encarna quizá la mejor representación del escritor maldito contemporáneo. Juan Manuel de Prada dedica varias páginas a la semblanza de este sacerdote, cuya obra tanto literaria como ensayística ha tenido gran impacto en su vida personal y literaria a partir del momento en que la descubrió durante una visita a Buenos Aires.
Leonardo Castellani ingresó en 1918 a la Compañía de Jesús y fue enviado a estudiar a la Universidad Gregoriana de Roma y a la Sorbona de París, en donde obtuvo doctorados en filosofía y teología. De regreso a Argentina escribe numerosas y bien logradas obras literarias y destaca como articulista, con escritos brillantes en los que ataca el fariseísmo y abunda en comentarios políticos acertados y punzantes que le granjean no pocos enemigos, incluso dentro del ámbito eclesiástico. La creciente tensión con sus superiores hace que terminen expulsándolo de la Compañía de Jesús. Pese a todas las vicisitudes por las que tuvo que pasar años después, en ningún momento renunció a su fe, así como tampoco dejó de escribir obras magistrales, muchas de temática religiosa, pero también novelas y obras de ficción no exentas de un fuerte contenido filosófico.
Otro gran olvidado de la que Juan Manuel de Prada llama con justeza “hemipléjica memoria histórica” es el escritor navarro Rafael García Serrano. Si bien fue respetado en vida y obtuvo reconocimientos como el Premio Nacional de Literatura, el hecho de ser autor, entre otras muy bien logradas novelas, de Plaza del Castillo, novela cumbre de la literatura falangista, le han condenado al obligado silencio sobre su producción literaria, por más que él, tanto en la literatura como en su vida, haya tratado siempre al enemigo con cierto espíritu fraterno, acorde con su condición de ferviente católico.
El libro, en una sección titulada Rosas de Cataluña, no olvida a las escritoras catalanas, casi todas de la misma generación, que incluye autoras como Carmen Guasch, María Luz Morales, María Teresa Vernet, Elvira Augusta Lewi, Rosa María Arquimbau, Irene Polo, Llucieta Canyá, Anna Muriá y Elisabeth Mulder.
En suma, Raros como yo abre las puertas al descubrimiento de muchos escritores que la intolerancia y estrechez de miras han condenado al olvido, por más que este nunca será definitivo en el camino errático y cambiante de la historia.
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