“… La influencia moral e intelectual de Julio Herrera y Obes es una fuerza sin la cual no se explicarían 30 años de la historia de la República (…) Como ninguno o muy pocos de sus contemporáneos prevaleció por la triple eficacia del talento, de la atracción personal y de la energía varonil. Poseía en su pluma, penetrante y ática, un instrumento de propaganda y una arma de combate que no han sido superadas en las ideas de nuestro periodismo. Poseía en las seducciones de su cultura exquisita, un medio de dominación que lo mismo se ejercía sobre las inteligencias cultivadas sobre el ánimo de los hombres del pueblo. Y reunía a estos atributos selectos la voluntad entera y el valor viril que le llevaron a afrontar, impávido, persecuciones y castigos”.
(José Enrique Rodó, discurso en el tercer aniversario de la muerte de Julio Herrera y Obes, 6 de agosto de 1915).
Con la serena, apolínea, descripción de los caracteres más relevantes de la personalidad de Julio Herrera y Obes, resumió el maestro Rodó su influencia histórica en el devenir nacional y los rasgos de una peripecia vital signada por la elección y, paradójicamente, por la desventura y el infortunio.
Hijo de Manuel Herrera y Obes, Canciller de la Defensa, y de Doña Bernabela Martínez, integrante de una familia acaudalada del patriciado, Julián Basilio Herrera Martínez nació el 9 de enero de 1841 en la casa paterna de la calle 25 de Agosto Nº 122 de Montevideo. Firmó siempre Julio Herrera y Obes.
Una fuerte personalidad que lo lleva a extravasar los límites de la educación patricia de la época, hace que conviva con la muchachada bravía de extramuros compartiendo competencias y travesuras viriles. Ya en esa época se burilaban los rasgos de una personalidad carismática, convocada por el destino a los más grandes honores republicanos y al estoicismo señorial frente a la desventura.
Cursa los estudios que culminarán con la obtención del título de abogado, pero en uno de los rasgos que signarán su vida, nunca obtiene la habilitación oficial, no obstante lo cual siempre será para la sociedad montevideana de la época el Dr. Herrera y Obes.
Desprecio por las formas, aristocrático desdén por los honores, cierta dosis de dandismo
Es en el periodismo donde su brillo intelectual refulge esplendente, con una dosis nada desdeñable de humor mordaz y satírico. Toda su larga trayectoria estará caracterizada por la circunstancia de ser, como bien señala el Profesor Reyes Abadie en su libro “Julio Herrera y Obes: el primer Jefe Civil”, un gladiador, un luchador en la arena del debate periodístico, donde cultura y convicción, brillo y humorismo, coraje y solidez estarán al servicio de lo que éste agonista histórico consideraba la esencia de su colectividad política: la intuición de la libertad.
Se vinculará tempranamente a las redacciones de El Siglo y La Razón, compartiendo el quehacer periodístico con figuras como los Ramírez, Daniel Muñóz, Aureliano Rodríguez Larreta, etc. No escapa el brillante intelecto de Herrera y Obes a las polémicas y debates que hacen a la atmósfera vital y cultural de una época turbulenta y fermental.
Comienza por esos años su sempiterno romance con Elvira Reyes, de la tradicional sociedad montevideana, hija del Gral. José Mª. Reyes, militar oribista en el Cerrito.
Será esta relación de hondo romanticismo, en la que emerge una devoción casi quijotesca del caballero por la dama, una constante de la romántica vida de Julio Herrera y Obes. Pasaron los años y los sucesos, los avatares y la fortuna política, la deportación y el destierro, el cenit de la Presidencia de la República en el contexto constitucional de la carta de 1830, que consagraba una primera magistratura casi imperial, la pobreza y el olvido, pero ya fuera en su carruaje tirado por un tronco de caballos árabes o en el proletario tranvía de los últimos tiempos, remontó la Avenida Suárez para visitar a Elvira, siempre con el acuerdo tácito de que la cotidianeidad no alterará esa honda, caballeresca, utópicamente romántica relación, que nunca llegará al matrimonio, eternizándose en noviazgo.
La determinación nacionalista de Julio Herrera sentó un precedente y un camino en la defensa de nuestros fueros nacionales
Su primera incursión en la política será su intervención en el banquete del principismo radical, donde pronuncia un encendido discurso, en los primeros años de la década del 70. Nuestro personaje se mantendrá fiel al ideario principista, a su radicalismo defensor de las libertades y la institucionalidad, del liberalismo como utopía orientadora, pero hombre agudo y sagaz de la observación del devenir concreto, dará a la idealidad muchas veces bizantino de los principistas, un toque pragmático, realista.
Julio Herrera y José Pedro Varela, y un duelo
Reyes Abadie menciona una anécdota sumamente interesante que tuvo por protagonista a José Pedro Varela (futuro reformador de la escuela uruguaya) y Herrera y Obes. Varela era contrario al duelo pero había sido desafiado por un personaje de apellido Neto, que había cuestionado su coraje. Unía a Varela y a Julio Herrera una profunda amistad, y estando ambos en Buenos Aires, Herrera encuentra en una calle de la urbe porteña al mencionado Neto y lo desafía a batirse en duelo, en nombre de Varela. Cuando le comunica al futuro reformador, que desconocía el manejo de las armas y el arte del duelo, la realización del lance caballeresco, éste le solicita, imperiosamente que lo instruya en el arte de las armas. El arma elegida era el sable. Cada vez que Varela le solicitaba a Julio Herrera instrucción, éste le decía “más adelante”. Llega la hora de la realización del duelo y recién ahí Julio Herrera instruye a Varela diciéndole que debe embestir a su adversario, atropellarlo. La receta estratégica de Herrera da un feliz resultado, obligando a retractarse al ofensor. El episodio –entre otras cosas- revela el agudo sentido de Herrera, que intuye que en la imposibilidad, en poco tiempo de instruir a Varela, lo más efectivo era una estrategia heterodoxa de lucha.
La reivindicación de la soberanía
Designado Canciller durante el gobierno de Tomás Gomensoro, Julio Herrera defenderá la soberanía férreamente. Dos episodios así lo consignan. Fue costumbre inveterada de la diplomacia de los países centrales durante el Siglo XIX defender los intereses de sus connacionales hombres de negocios con el peso de las presiones y planeamientos imperativos. Generalmente, con la aquiescencia de los gobernantes vernáculos. Ello creaba una situación de excepcionalidad legal para los extranjeros, que estaban en una situación privilegiada en relación a los nacionales. Nuestro personaje, ante el planteamiento de dos potencias europeas, los rechaza por improcedentes y sostiene que solo tendrían sentido si hubiera una denegación de Justicia por parte de los Tribunales Nacionales, lo que no se daba en la especie y que se debía aplicar la Ley del lugar, es decir la oriental, sin que los extranjeros tuvieran un tratamiento privilegiado.
Asimismo, consigna Reyes Abadie en su obra ya citada, que Julio Herrera Canciller se opuso vehementemente a que la correspondencia marítima no llevara sello del correo de la República, y sí los extranjeros, como pretendían las compañías navieras inglesas y francesas. Aquí también la determinación nacionalista de Julio Herrera sentó un precedente y un camino en la defensa de nuestros fueros nacionales.
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