“El horror que expendía el Número Uno a su alrededor provenía, ante todo, de que podía tener razón, y de que todos los que él había asesinado se vieron obligados a reconocer, aun con una bala en la nuca, que era posible, después de todo, que él tuviera razón. No había ninguna certidumbre de esto; solo queda el recurso a la invocación a ese oráculo burlón que llaman Historia…”.
A. Koestler, El cero y el infinito.
Eso piensa Rubashov, antiguo militante comunista, ahora encerrado en una lóbrega prisión stalinista. Pasa a ser, entonces, una víctima más de ese terrorismo de Estado que es la consecuencia lógica del comunismo. Se repite una constante histórica y Stalin devora a sus hijos. El lavado de cerebro cumple su función y los prisioneros terminan convenciéndose de que deben declararse culpables, aunque no lo sean. Ese será el último servicio que prestarán a la revolución.
Escrito en 1940, cuando ya no trabajaba para el comunismo, será Kruschov, cuando hizo público su célebre informe secreto (aunque no tanto) en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética el 25 de febrero de 1956. Conviene resaltar algunos conceptos de esta pieza oratoria, aun teniendo en cuenta que solo fue gatopardismo: cambiar algo para que todo siga como está.
Dice Kruschov desde su puesto de primer secretario del PCUS: “Stalin inventó el concepto de ‘enemigo del pueblo’. Este término hizo automáticamente innecesario que los errores ideológicos de los hombres expresados en una controversia se comprobasen; este término hizo posible que se usaran los más crueles métodos de represión”. E insiste: “Gente acusada injustamente, que -no pudiendo soportar tanta bárbara tortura se autoacusaban, por orden de los jueces investigadores y de los falsificadores, de toda clase de crímenes graves e increíbles”.
Lo que en la pintura de Koestler supone una especie de autoconvencimiento, se revela en todo su horror. No hay servicio a la revolución, sino individuos quebrados por la tortura. Para Rubashov, la Historia es un “oráculo burlón”. No resulta de mucha solución recurrir a ella. ¿Y para el autor?
Encubierto
Arthur Koestler (1905-1983) tuvo una vida azarosa. Nacido en Hungría, fue escritor, historiador, periodista, activista político, propulsor de la eutanasia y el suicidio asistido. Sus preocupaciones políticas lo llevaron a adoptar distintas posiciones. Le tocó vivir tiempos muy duros.
A los catorce años, después del breve lapso de gobierno de Béla Kun y su estrepitosa caída, acompañó a su madre a radicarse en Viena. Años después, apasionado por el sionismo, intentó una frustrada experiencia de kibutz en Palestina. Si bien regresó a Europa, siguió durante toda su vida promoviendo la independencia del Estado de Israel (1948).
Cumplidos los veintiséis se afilió al partido comunista alemán, el KPD. Recorrió la URSS como periodista y sacó conclusiones sobre el régimen de Stalin, no precisamente favorables. En 1937 estaba en España cubriendo noticias para el periódico inglés News Chronicle. Esa era su apariencia, al menos, porque en realidad, seguía siendo comunista y trabajando para el Komintern, que era lo mismo que hacerlo para Stalin. De modo que cuando los liderados por el general Franco tomaron Málaga, fue hecho prisionero acusado de espía. Y la acusación no era infundada.
La prensa española de la época se ocupó escasamente de Koestler, y siempre desde el lado llamado “republicano”. El medio Ahora, periódico madrileño en sus comienzos ideológicamente de centro (aunque en la guerra el centro político no existe, y en 1937, ya en manos de las Juventudes Socialistas Unificadas, recibía al nuevo año con la novedad de “Ahora, diario de la juventud combatiente”), hace de Koestler una breve mención. Se trata de un “relato objetivo” cobre ciertos hechos de sangre en La Coruña revelados por el cónsul portugués a un ministro de Estado y de los que “tuvo conocimiento” el embajador español en Lisboa, quien se lo contó a Koestler. No fue, ni mucho menos, una experiencia directa, recogida por un medio parcial. ¿A este tipo de información aludió Koestler cuando habló de la “historia como un oráculo burlón”? Recuérdese que en ese tiempo era informante del Komintern.
La prisión
El periódico madrileño El Sol, inicialmente de orientación liberal, pero en esos momentos incautado por el partido comunista, en su edición del 21 de mayo de 1937 también se ocupó del periodista: “El corresponsal del News Chronicle, que fue detenido en Málaga y condenado a muerte por espionaje, indultado después […] ha llegado hoy a Plymouth […] y no se halla aún repuesto de los sufrimientos que pasó en la cárcel”.
Según se afirma, su libertad había sido posible gracias a la presión internacional, ante lo que se tildaba de incalificable atropello a la libertad de prensa. Los servicios de inteligencia de los rebeldes sabían bien que esta inocente paloma actuaba como mensajera de la III Internacional. Los detalles de su liberación los relata Koestler así: “La puerta de mi celda se abrió y se me sacó de la prisión [hacia] un pequeño aeroplano de dos asientos. Una hora más tarde aterrizábamos en La Línea [población limítrofe con Gibraltar] donde supe que iba a ser canjeado por un prisionero del Gobierno de la República, la señora Haya, esposa del piloto que me había llevado allí. Parecía un sueño. […] el día 14 de mayo, pasé por la cancela de hierro que separa la tierra de la guerra de la tierra de la paz. Y entré en Gibraltar”. Solidaridad Obrera,Barcelona 3/9 /1937
Es decir, que fue canjeado por una señora que, sin más delito que estar casada con un capitán franquista, era mantenida como rehén por los “republicanos”.
Tampoco está comprobado que hubiera sido en algún momento condenado a muerte y por ende no se trató de indulto, sino de un canje: espía por rehén.
Rico y famoso
La próxima mención deberá esperar casi veinte años. El Boletín de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas 6/1955, correspondiente al mes de abril replicó una publicación francesa sobre los libros más vendidos en los últimos diez años. El cero y el infinito, con 450 mil ejemplares figuró en cuarto lugar. La primera edición de su obra no tuvo el resultado esperado, pero la de 1945 le trajo fama y dinero. Ello no sofrenó su vida andariega.
Ya había renunciado al comunismo en 1938 y su actitud antisoviética se fue profundizando con el tiempo. Ese año viajó a Palestina como periodista, y volvió al ya Estado de Israel en 1948.
Mientras no escribía, daba conferencias, abogaba por abolir la pena de muerte, se embarcaba en una de esas empresas en que ponía toda su pasión, o trataba de convencer a Begin, infructuosamente, de que aceptara la idea de los dos Estados, se dedicaba a su otra actividad favorita: las mujeres. Según parece solía seducirlas con su consentimiento o sin él. Como Neruda, era capaz de “escribir los versos más tristes esta noche” y violar a una mujer sin remordimiento alguno.
Se casó tres veces. La última con Cynthia Jefferies, que había sido durante años su secretaria, colaboradora y amante. Y a quien, según alguno de sus biógrafos había ya hecho abortar tres veces, pese a ser defensor de la abolición de la pena de muerte.
Integró la Sociedad Exit, que propugna la eutanasia y el suicidio asistido. Cuando enfermó de Parkinson, a lo que se agregó el cáncer, decidió aplicar sus teorías. Él y su esposa aparecieron envenenados un día de marzo de 1983.
El mundo había perdido a un gran escritor, no a una buena persona.
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