Hace unos días que vengo notando un cambio en la vecindad.
Los otros días, caminaba por las “callecitas perfumadas de mi barrio”, cuando una jovencita de unos escasos 20 años, que si bien había visto en alguna oportunidad, nunca intercambiamos salutación alguna, no solo me saludó amablemente a lo que yo le correspondí -como es debido a las normas de educación- sino que agregó un:
—¡Qué bien se lo ve vecino! —A lo que agregó—: ¡Ha perdido peso!
Mi sorpresa fue mayúscula ya que nunca imaginé que una jovencita reparara en el volumen de mi cuerpo.
Seguí caminando y un muchacho que vive en el edificio de apartamentos contiguo a mi casa me miró fijamente y dijo:
—Me detengo ante usted, apreciado vecino, para indicarle que usted es todo un referente en materia cultural y he decidido estudiar canto y guitarra porque el intenso deseo de ser como usted, me subyuga.
Ahí ya la sorpresa pasó a mayores y se podría decir que la incredulidad ganó terreno.
Le agradecí y de paso le pedí disculpas por si mis ensayos lo molestaban, y él contestó:
—¡Para nada! Es más, lo animo a que lo haga con mayor volumen.
Allí ya la desconfianza ganó terreno.
Yo sé que nadie es “monedita de oro” para que todo el mundo lo quiera y he tenido bastantes muestras de desprecio, pero esta situación de tanta amabilidad empezó a sentirse agradable y graciosa.
Hace bastante tiempo que no paso por la ferretería del “Gordo Hugo”. No solo me resultan caros sus precios, sino que su fanatismo oficialista lo hacía siempre hablar de más a favor del gobierno y no es bueno estar al frente de un comercio y agitar banderas partidarias, pero así es el gordo, un bocón fanático… Yo justo ese día precisaba un rollo de cinta aisladora de apuro y decidí pasar por allí.
Menuda sorpresa me llevé, cuando el ferretero de marras me recibió, casi que con bombos y platillos, una amplia sonrisa y un:
— ¡Muy buenos días vecino! ¡Qué alegría verlo! Hace tiempo quería saber de usted. ¿Cómo está la familia? —Y agregó—: ¿Y ese canto? Usted es como Gardel, cada día canta mejor.
Si hay alguien que siempre me ha criticado por lo que escribo y canto y no me perdona una, ese es el ferretero.
Yo, apabullado por tanto afecto, agregué a mi compra unos tornillos y tacos Fischer y a la hora de pagar me hizo un descuento del veinte por ciento que casi me produce un desmayo ante tanta extraña generosidad.
Mientras me dirigía a casa, pensando en la nueva forma de relacionamiento con mis vecinos, me topé con un matrimonio que hace años ofician de caseros del comité de base. Él, al verme, hizo un movimiento con la cabeza y la señora me regaló una amplia sonrisa, jamás me saludaron antes.
Ya en casa y luego de matear con la patrona, mientras disfrutamos de los informativos, tan amplios ellos, ofreciéndonos todas las noticias y ensalzando las virtudes del actual gobierno, dijo mi señora:
—¿Vamos hasta la heladería?, ya no aguanto más tanto lenocinio entre periodistas y gobierno.
Salir de casa rumbo al comercio de helados implica pasar por la puerta del comité de base que además tiene un amplio ventanal.
Menuda sorpresa me llevé al ver en el interior al gordo Hugo, junto a los jóvenes vecinos que tan bien me trataron, todos cabizbajos con la mirada internada en el nuevo manual de convivencia y a un dirigente que decía en voz alta:
—Somos todos Batlle, somos todos Wilson, un opositor es un amigo, no hay que estigmatizarlos y debemos mostrarnos empáticos todo en pro de la victoria de Martínez nuestro candidato.
Todo volverá a la realidad después de las elecciones.