La escritora norteamericana sureña Carson McCullers, heredera de la riquísima tradición literaria sureña cuyo zenit literario fue alcanzado por Faulkner, logra en esta nouvelle (o cuento largo) cimas de excelencia literaria, de lúcida penetración psicológica, y de comprensión de los abismos de la condición humana que hacen de este opus una creación de lectura ineludible y estremecedoramente enriquecedora.
La propia escritora sureña nos da la génesis inspiradora de la balada, que se verificó cuando en compañía de otros escritorios estaba en un cafetín y observó con sorpresa una bizarra pareja formada por una mujer corpulenta, fuerte, casi una giganta y un jorobadito que era, aparentemente, su pareja.
Esa observación disparó los mecanismos creativos de Carson McCullers y fue el fermento que dio origen a esta obra de insoslayable profundidad y valía.
Se trata de una de las creaciones más complejas y logradas de Carson McCullers y, como gran parte de su producción, fue llevada al cine con posterioridad a su muerte.
En “La balada del café triste” asistimos a las complejas relaciones entre Miss Amelia como la protagonista femenina de la nouvelle, el primo Lymon y el siniestro Marvin Macy que conforman un triángulo de amor y desamor que se va desarrollando y estructurando hasta desembocar en la tristeza trágica del final de su psicológicamente abismal relación entrecruzada.
Es obvio que Carson McCullers, así como Flannery O´Connors en su ejemplar novela “La buena gente del campo”, profundamente impregnada de aspectos religiosos, no podía escapar a esa religiosidad que signa y caracteriza la, a veces, primitiva concepción fundamentalista cristiana del sur profundo norteamericano.
Advertimos en la Balada una religiosidad profunda que aborda los caracteres de un inframundo que se cuela en el alma de los personajes, determinando sus acciones y reacciones, y que desemboca en una profunda tristeza, en un raigal desamor, y en una tragedia, con un aparente triunfo de las formas sórdidas del mal.
Esquemáticamente, Miss Amelia es un personaje complejo, duro, implacable, con una exuberante pleitomanía, prestamista inclemente, pero que, y acá está uno de los aspectos más complejos de la nouvelle, se enamora del personaje más simbólico, extraño, e imprevisible del triángulo amoroso que es el primo Lymon, que irrumpe en su vida y logra conquistar su aparente insensibilidad.
En este punto conviene enfatizar que Carson McCullers nos brinda, como en las “delectables fontecicas de filosofía” de la Celestina, una teoría sobre el amor en la que sustenta la tesis de que el amor es unilateral y es el amante el que expresa su reserva espiritual de amor en el ser amado y, en realidad, esa relación concluye en la soledad y es eso precisamente lo que vemos en “La balada del café triste”.
McCullers penetra con espíritu lúcido en un triángulo amoroso en el que el jorobadito, y acá la referencia al jorobadito de Roberto Arlt es pertinente, se revela como un ser misterioso, siniestro, que sucumbe al fulgor del mal que desprende Marvin Macy quien estuvo casado con Miss Amelia y fue destratado y ninguneado por esta y que, como dice Carson McCullers, tenía “una mezquindad esencial que desprendía como una especie de olor”.
Desde que lo ve el primo Lymon queda seducido, colonizado y enfeudado a esa figura maléfica hasta el punto de seguirlo por todos lados y -sin revelar aspectos del cuento que deben quedar librados a la imprescindible lectura de la nouvelle por parte de los lectores de esta nota-, explica la solidaridad del primo Lymon con Mervin Macy, un expresidiario con un historial de crímenes frondoso que regresa y hace dar un giro copernicano a la aparentemente fuerte Miss Amelia, quien llegaba, en su amor por el primo Lymon, a cargárselo en la espalda en los trayectos largos, pese a su orgullo.
El binomio del primo Lymon y Marvin Macy se ensaña con Miss Amelia en una alianza siniestra destrozando sus posesiones materiales, el café y huyendo luego de su sádico comportamiento.
Se trata en su trama de un descenso a las simas de la condición humana con el personaje simbólico del jorobadito que Carson McCullers sabiamente no explica y deja que se exprese en un misterio que enriquece la arquitectura literaria de La balada.
El comportamiento del primo Lymon salvando a Marvin Macy de la hercúlea fuerza de Miss Amelia, ingresa en la categoría de lo ricamente inexplicable, otorgándole al personaje que interviene en la derrota de Miss Amelia una dimensión de inframundo que la literatura hace bien en respetar en su esencia simbólica.
Pero “La balada del café triste”, de la mano magistral de su autora, tiene un final de honda buena nueva evangélica con el coro de presos (doce: siete negros y cinco blancos) que como dice McCullers sus “voces son oscuras bajo la dorada luz; la melodía una intrincada mezcla de goce y melancolía.
La música va creciendo hasta que al fin parece que el sonido no surge de esos doce hombres de la cuadrilla sino de la tierra misma o del amplio cielo. Es una música que ensancha el corazón y que estremece de éxtasis y miedo a quien la escucha”.
Y concluyendo, “¿y qué clase de grupo puede hacer una música así? Solo doce mortales de esta comarca, siete muchachos negros y cinco blancos. Solo doce mortales, juntos”.
El número doce tiene, en nuestra conceptuación, una referencia esperanzadora y apostólica.
Así, “La balada del café triste”, concluye en la esperanza que sustenta y supera la implacable tristeza de la vida, cerrándose la estructura musical de la nouvelle –Carson McCullers fue una eximia pianista antes de escribir- con un coro que da cima y fulgor órfico a esta balada escrita.
Carson McCullers: una vida difícil
Como bien lo señala Rosario Peyrou en la excelente colección de Lectores de Banda Oriental, el nombre Carson McCullers está formado por el apellido de la escritora como nombre y McCullers, el apellido de su esposo, Reeves McCullers.
Carson tuvo una infancia triste y dolorosa, signada por una fiebre reumática implacable. Conoció las zozobras del alcoholismo y la ambigüedad sexual, y una tormentosa relación amorosa y marital con McCullers, que incluyó divorcio y doble casamiento.
La enfermedad fue implacable con Carson quien murió tempranamente a los 50 años en 1967, dejándonos el rico patrimonio de su excelencia literaria.