El asunto de Paolo y Francesca podía haber quedado como una pequeña página de la crónica roja, perdida en el mar de la historia, de no haber sido porque Dante se ocupó de inmortalizarlo. Los profesores de Literatura, por su parte, han cooperado celosamente. Mis recuerdos del profesor Castelli, en secundaria se limitan a esa porción infernal de la Divina Comedia, que tiene como signo la lujuria. Apodábamos a Castelli como «el lujurioso», gratuitamente, por cierto.
Este breve y desgraciado romance ha motivado, desde la propia época de su escritura, interpretaciones diversas. Probablemente, el primero en plantear quiénes eran estos Paolo y Francesca haya sido Boccaccio. Su explicación generará, a su vez, una interminable catarata de textos, ilustraciones, composiciones musicales y artículos periodísticos.
Entre los textos se encuentra la obra teatral de Gabriele D’Annunzio, estrenada en 1901, hace de esto ciento veinte años. D’Annunzio escribe Francesca da Rimini para su amante «la divina Eleonora Duse» como reza en su dedicatoria.
Siguiendo a Boccaccio, se trata de un arreglo entre dos personajes: Guido da Polenta, señor de Rávena y Malatesta da Verucchio, señor de Rímini. Estos caballeros güelfos decidieron consolidar su alianza mediante el casamiento de sus hijos. Francesca da Polenta tenía fama de muy bella. Gianciotto da Malatesta, bravo guerrero, era feo y rengo. De ahí su apodo de Lo Scancioto, algo como el Derrengado o Descaderado. Polenta estaba muy interesado en casar a su hija con Gianciotto, heredero del señorío. No obstante, algún amigo le hace notar que donde Francesca conozca a su futuro marido antes de tiempo, no habrá forma de obligarla a aceptarlo. Urden un plan: hacer creer a Francesca que su consorte será el apolíneo Paolo, hermano menor de Gianciotto. Así, lo envían como apoderado a Rímini para engañar a la muchacha. Cuando la mañana siguiente a la boda, Francesca se ve en la cama con Gianciotto, ya era tarde. Tiempo después, Paolo vuelve de sus aventuras guerreras.
Apolo en acción
El resto de la historia lo registra Dante mientras visita el Segundo Círculo del Infierno. El sentimiento afectivo entre los dos cuñados se va transformando. En ese productivo Canto V, la propia Francesca relata su génesis, ante la pregunta de Dante: «¿Qué abrió al deseo de tu seno el lirio?». Ella responde:
«Leíamos un día en grata hora,
Del tierno Lanceloto la aventura,
Solos, y sin sospecha turbadora.
Nuestros ojos, durante la lectura
Se encontraron: ¡perdimos los colores,
y una página fue la desventura!
Al leer que el amante, con amores.
La anhelada sonrisa besó amante,
Éste, por siempre unido a mis dolores,
La boca me besó, todo tremante,
¡El libro y el autor… Galeoto han sido!
¡Ese día no leímos adelante!».
No solo a don Alonso Quijano la lectura de los libros de caballería habían sorbido el seso.
El tal Galeoto obra de intermediador entre la reina Ginebra y Lancelot. El diccionario RAE lo hace sinónimo de «alcahuete».
El texto está tomado de la traducción de Bartolomé Mitre de 1894.
Al escuchar la confesión de Francesca, Dante cae desvanecido. La filiación de los amantes no aparecerá hasta el comienzo del Canto VI. Curiosamente, la traducción de Mitre lo ignora. Al volver en sí, Dante nos dice: «Al tornar de la mente che si chiuse, dinanzi a la pietá d’i due cognati…», que el argentino traduce como «Al retornar a la razón perdida, de los tristes amantes al lamento». Mitre nos escamotea, alegremente, que Paolo y Francesca son cognati. Sus almas suman lujuria e incesto.
600 años más tarde
Cuando D’Annunzio toma el tema no piensa en el infierno, sino en la tragedia humana. En vez de ese discreto «ese día no leímos adelante» el fin del acto III de Francesca da Rimini es más explícito. Paolo le hace decir a ella el papel de Ginebra. Y cuando en el texto la reina besa al vacilante Lancelot, cambiando la redondez de la Tabla por un polígono irregular: «Hace él ese mismo ademán hacia su cuñada, y la besa. Cuando sus bocas se desunen, Francesca se abandona sobre los almohadones. ¡Francesca! Y ella (con voz apagada): ¡No, Paolo!».
Pese a que Boccaccio adjudica la delación del romance a un sirviente, D’Annunzio escoge al hermano menor, Malatestino dell’Occhio, el tuerto. Es él quien denuncia a los amantes. Gianciotto finge un viaje y retorna de improviso. Encuentra a Paolo en la habitación de Francesca. Le tira una estocada, que mata a la mujer que se interpone y luego asesina a Paolo.
El estreno de Francesca da Rimini en el Teatro Costanzi -actualmente Teatro dell’Opera di Roma- el 9 de diciembre de 1901, generó gran expectativa como toda la producción dannunziana y la presencia de la Duse, diva indiscutible. «La más selecta sociedad de […] Europa […]. Había en la sala diplomáticos, políticos, literatos, artistas, cuanto de notable vive en Roma», dice El Heraldo de Madrid (10/12/1901). El medio católico El Siglo Futuro, que sin duda no simpatizaba con el italiano, se refiere a «una obra del fantochista D’ Annunzio» y cita al periódico alemán La Gaceta de Colonia: el público recibió la obra «con silbidos implacables». Le Figaro afirma que«la impresión dominante ha sido de fatiga». Y Caras y caretas (Buenos Aires), el 18 de enero de 1902, informa que la obra «después de breves representaciones fue retirada del cartel».
Pero D’Annunzio no se deprimía por estos insucesos. Ya habría quienes valoraran debidamente su obra. Y sucedió en Rusia. El poeta fue uno de los pocos autores italianos ampliamente traducidos al ruso, en vida. La primera traducción rusa de Francesca fue realizada en el San Petersburgo de 1903. El éxito del poeta fue, sin duda, estimulado por las giras de «Eleonora Duse [que] representando en italiano ante un público ruso que no la entendía, nos hizo llorar» dirá la célebre cantante y bailarina María Kousnezoff en 1915.
En cuanto al uxoricida y fratricida Gianciotto da Malatesta, Dante le consiguió lugar en el Noveno Círculo, donde van los traidores a los parientes, a la patria (y algunos traductores como Mitre).
En 1981, Borges intenta un ejercicio de aritmética absolutoria: «No traicionan a Malatesta, porque la traición requiere un tercero, y solo existen ellos dos en el mundo». No parece un muy sólido argumento.
Cada cual tiene derecho a elaborar su propio Infierno y ubicar a sus habitantes. Y no quiero discutirle al gran poeta, menos aun cuando se celebran en el presente Año de Gracia los setecientos de su muerte. Pero, ¿no fue Paolo quien empezó primero?
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