Dudo que las nuevas generaciones lean a ese periodista, cuentista, poeta y novelista inglés nacido en la India británica que fue Rudyard Kipling (1865-1936). En realidad, el hábito de leer parece alejarse cada vez más del horizonte intelectual. Vivimos en la era del resumen. Consumimos grajeas informativas en cantidades intoxicantes. Para descansar de los angustiosos noticieros vemos fútbol. Los libros están donde deben estar: en la biblioteca, así como las antigüedades en los museos. Las únicas cartas que recibimos son facturas o estados de cuenta de alguna tarjeta de crédito. De la obra de los grandes autores nos enteramos por frases recortadas en afiches publicitarios.
Kipling no escapa de ese marco cultural. En su texto Algo sobre mí mismo (1936) hace referencia, entre otras cosas, a su obra y por supuesto a su poema más conocido, escrito en 1895 y publicado como parte de su libro Recompensas y hadas en 1910.Contrariamente al éxito que sigue teniendo el poema, Kipling no le asignaba mayor mérito y estaba genuinamente sorprendido de la recepción que había tenido en crítica y público. Así, emite el siguiente juicio de valor: “Entre los versos de Recompensas había una serie titulada Si…, que se escaparon del libro y durante algún tiempo anduvieron sueltos por el mundo. […] Contenían consejos de perfección muy fáciles de dar. Una vez lanzados, la mecanización de la época les dio impulso de bola de nieve que llegó a asustarme. Las escuelas y otras instituciones docentes tomaron aquellos versos para que los aprendiese la gente joven, lo cual no hizo que mi persona despertara gran entusiasmo entre aquella cuando, más tarde, tuve ocasión de tratarla. (‘¿Por qué escribió usted aquello? Me castigaron y tuve que copiarlo dos veces’).
Los imprimieron en tarjetas postales para colgarlos en oficinas y dormitorios; ilustraron el texto cuidadosamente y los incluyeron en antologías hasta la saciedad. Veintisiete naciones los tradujeron a sus lenguas respectivas y los imprimieron en materiales de toda suerte”.
Si guardas en tu puesto la cabeza tranquila,
cuando todo a tu lado es cabeza perdida.
Si tienes en ti mismo una fe que te niegan,
y no desprecias nunca las dudas que ellos tengan.
Si esperas en tu puesto, sin fatiga en la espera;
si engañado, no engañas, si no buscas más odio,
que el odio que te tengan…
Si eres bueno, y no finges ser mejor de lo que eres;
si al hablar no exageras lo que sabes y quieres.
Si sueñas, y los sueños no te hacen su esclavo;
si piensas y rechazas lo que piensas en vano.
Si tropiezas al Triunfo, si llega tu Derrota,
y a los dos impostores los tratas de igual forma.
Si logras que se sepa la Verdad que has hablado,
a pesar del sofisma del Orbe encanallado.
Si vuelves al comienzo de la obra perdida,
aunque esta obra sea la de toda tu vida.
Si arriesgas en un golpe y lleno de alegría
tus ganancias de siempre a la suerte de un día;
y pierdes y te lanzas de nuevo a la pelea,
sin decir nada a nadie de lo que es y lo que era.
Si logras que tus nervios y el corazón te asistan,
aun después de su fuga de tu cuerpo en fatiga,
y se agarren contigo cuando no quede nada
porque tú lo deseas y lo quieres y mandas.
Si hablas con el pueblo, y guardas tu virtud.
Si marchas junto a Reyes con tu paso y tu luz.
Si nadie que te hiera, llega a hacerte la herida.
Si todos te reclaman y ni uno te precisa
Si llenas el minuto inolvidable y cierto,
de sesenta segundos que te lleven al cielo…
Todo lo de esta tierra será de tu dominio,
y mucho más aún: serás Hombre, hijo mío.
Como bien dice el autor, “consejos de perfección muy fáciles de dar” y no tanto de seguir en este mundo raro en que estamos viviendo. Ser recordado por ese poema, no está nada mal. Pero también, para algunos, hay un lado oscuro en la producción de Kipling, que ha sido una carga sobre los hombros del escritor.
La carga del hombre blanco
El diccionario de la RAE ofrece dieciocho acepciones de la palabra carga. Kipling vivió en los Estados Unidos desde finales de 1892 hasta 1896. Durante ese lapso conoció y trabó amistad con el futuro presidente Theodore Teddy Roosevelt. El escritor inglés estaba profundamente convencido de que el hombre blanco (especialmente el inglés y el norteamericano) tenía la obligación de civilizar y cristianar el mundo. La diferencia con el pensamiento de la reina de Castilla es que ella no lo veía como deber propio de un color de piel, sino de su confesión religiosa. Es cierto también, que con novecientos años de predominio moro en España no se podía tener exigencias cromáticas… Como fuere, el que escribió el poema La carga del hombre blanco fue Kipling. Lo hizo a fines de 1898 para enviarle a su amigo Teddy, entonces electo como gobernador de New York.
El poema en cuestión parece no haber impresionado mucho desde el punto de vista literario al destinatario, pero no le pareció mal la filosofía que sustentaba el escrito, al cual pertenece el siguiente extracto:
Llevad la carga del Hombre Blanco
Las salvajes guerras por la paz
Llenad la boca del Hambre,
Y ordenad el cese de la enfermedad;
Y cuando vuestro objetivo esté más cerca
(El fin buscado para otros)
Contemplad a la pereza e ignorancia salvaje
Llevar toda vuestra esperanza hacia la nada.
Llevad la carga del Hombre Blanco.
No el gobierno de hierro de los reyes,
Sino el trabajo del siervo y el barrendero.
El relato de cosas comunes.
Las puertas por las que vosotros no entrareis,
Los caminos por los que vosotros no transitareis,
Vamos, hacedlos con vuestra vida.
Y marcadlos con vuestra muerte.
Llevad la carga del Hombre Blanco,
Y cosechad su vieja recompensa
La reprobación de vuestros superiores
El odio de aquellos que custodiáis
El llanto de las huestes que conducís
(¡Ah, lentamente!) hacia la luz;
“¿Por qué nos librasteis de la esclavitud,
nuestra amada noche egipcia?”
La idea era pacificar a esos mundos ignorantes, mejorar sus condiciones de alimentación y de salud, sin desfallecer si la pereza e ignorancia de esas gentes salvajes, no daba frutos inmediatos a los esfuerzos civilizadores. Hasta la entrega de la propia vida como acto supremo de servicio.
La carga de Kipling
Años después, la guerra se dio entre imperios de hombres blancos y uno de sus impulsores intelectuales fue Kipling. Claro que no la decidieron, pero en 1914 una cincuentena de autores ingleses suscribió un documento instando al gobierno británico a la intervención militar en respuesta a la invasión de Bélgica por los alemanes. Su hijo John había sido eximido por cuestiones de salud de realizar el servicio militar, según parece, en su segundo intento. Aprovechando sus influencias, Kipling lo hizo ingresar. John murió en la primera acción de guerra. Tenía dieciocho años.
Una cosa es cantar la guerra, otra es hacerla, y lo más difícil, es sobrevivirla y ese peso arrastró Kipling hasta el fin de sus días.
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