La ciudad de las palabras. Mentiras políticas, verdades literarias. Alberto Manguel. DEL NUEVO EXTREMO. 192 págs., 2010
Hijo del primer embajador argentino en Israel durante el gobierno del Gral. Perón, Alberto Manguel fue, de joven, la persona elegida por Jorge Luis Borges para leerle durante largas veladas cuando su ceguera fue definitiva. Es autor de una multiplicidad de ensayos y de una narrativa deslumbrante. Del largo listado es necesario destacar Diccionario de lugares imaginarios y uno de mis libros favoritos: Historia de la lectura.
En la presente antología de artículos, el nexo es la peculiar relación entre palabras y sociedad, entre palabras y poder. Y todas las preguntas que generan estas relaciones.
La lengua es nuestro denominador común. No existe sociedad humana sin lenguaje. Las palabras nos permiten establecer un intercambio intelectual y emocional pero también un intercambio físico y material, al identificar, describir y legislar. Las palabras definen nuestro espacio y nos otorgan un sentido del tiempo. Las palabras confirman nuestra existencia y nuestra relación con el mundo y con los otros.
Por otra parte, tras las dos guerras mundiales y la caída del Muro de Berlín, se presentó conjuntamente con los vientos globalizantes de un pretendido mundo unipolar, un impulso de diversos bloques de naciones buscando un común denominador. Concomitantemente hubo otro proceso: el impulso por reducir la sociedad a un mínimo común denominador, basado en antiguas raíces étnicas o religiosas. “Compuesta o singular, toda sociedad cuya existencia concebimos busca su definición tanto en una visión múltiple de sí misma como en su oposición a otra. Toda frontera excluye tanto como incluye, y estas sucesivas definiciones de nación actúan como los círculos en la teoría de conjuntos numéricos, solapándose y cortándose unas a otras. Atrapada entre definiciones de nacionalidad y globalización, entre lealtades endémicas y un éxodo impuesto o elegido, la noción de identidad, tanto personal como social, ha llegado a ser difusa, incierta”. Pero somos gregarios, somos sociables. Es entonces que Manguel nos empuja a plantearnos diversas interrogantes: ¿Cuál es el papel del narrador en la sociedad del siglo XXI? ¿Cómo nos ayudan los relatos a percibirnos a nosotros mismos y a entender a los otros? ¿Pueden estos relatos proporcionar a toda una sociedad una identidad, sea verdadera o falsa? ¿Es posible que los relatos nos cambien y cambien el mundo en que vivimos? ¿Cómo determina, limita y amplía el lenguaje la forma en que imaginamos el mundo?
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