El Maestro Sun dijo: La guerra es el asunto más importante para el Estado. Es el terreno de la vida y de la muerte, la vía que conduce a la supervivencia o a la aniquilación. No puede ser ignorada.
Sun Tzu, El Arte de la Guerra.
La presente guerra entre Rusia y Ucrania vuelve a revivir el debate en torno a lo que podría llamarse “la ética de la guerra”, una temática que tuvo un resurgir a partir de la firma del “Protocolo de Ginebra” de 1925, mediante el cual se “prohibieron”, dentro del marco del Derecho Internacional, los ataques sobre la población civil y la destrucción de recursos naturales fundamentales para la supervivencia como los cursos de agua y la alimentación, como también se condenó la producción y uso de armas químicas.
Ahora bien, en los hechos, en el transcurso del siglo XX la guerra ha implicado una ruptura con los códigos éticos suscriptos en el protocolo de Ginebra, siendo la destrucción total del oponente por cualquier medio posible la tendencia de este período, como sucedió con el lanzamiento de las bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, o el terrorismo en la Guerra de Argelia que atentaba contra la población civil, y la teoría que desarrolló el ejército francés para enfrentar a estos terroristas, que tuvo su forma reeditada más recientemente por EE.UU. en su lucha contra el fanatismo islámico.
La guerra ha sido, sin lugar a dudas, el tema fundamental de la historia, tal como lo podemos leer en la obra de Tucídedes, “La guerra del Peloponeso”, en la que se enfrentaban no solo dos Estados sino también dos modelos, el ateniense que tenía una preponderancia económica, monetaria y comercial sobre su rival, y el espartano que enfatizaba su fuerza en la calidad de sus guerreros, y en la autarquía agrícola que le proporcionaba seguridad alimentaria en tiempos de guerra. A Tucídedes, por ejemplo, le interesaba explicar cómo los espartanos terminaron venciendo a los atenienses que, sitiados en la ciudad, aquejados por una peste y bloqueados marítimamente, sucumbieron ante la escasez de recursos a pesar del inmenso tesoro público que ostentaban en sus arcas.
La guerra: prolongación de la política por otros medios
Así, como hecho histórico, la guerra ha sido el hilo conductor de la humanidad y sus civilizaciones, estableciendo múltiples y complejas relaciones con la política y el derecho. En definitiva, la guerra significa siempre un conflicto armado y violento entre dos bandos o Estados que, tras no hallar una solución pacífica, por medios diplomáticos terminan imponiendo y midiendo sus fuerzas en los campos de batalla. Por esa razón hay autores que sostienen que la guerra es una prolongación de la política por otros medios, cuyo objetivo es imponer la voluntad de uno sobre otro a través de la fuerza física.
Sin embargo, la historia nos ha enseñado que la guerra no solo se desarrolla en los campos de batalla, y no solo es una medición de fuerzas armamentísticas entre dos o varios oponentes, sino que también se compone de “estrategia”. La estrategia en la guerra ha demostrado ser un arma muy efectiva, aún en desventaja numérica o de otro tipo, y es justamente dentro de lo que es la estrategia que el tema de “la ética de la guerra” se hace presente.
La batalla de Azincourt que aconteció el 25 de octubre de 1415, entre Francia e Inglaterra en territorio francés, en el marco de “La guerra de los cien años”, puede sernos de un ejemplo muy útil a la hora de analizar qué prácticas serían aceptables o cuáles serían nuestros límites éticos durante una guerra.
La guerra de los cien años respondía a una demanda del rey de Inglaterra sobre el trono de Francia. El rey de Francia, Carlos IV (1295-1328) falleció sin dejar descendiente varón, y Eduardo III quien accedió al trono de Inglaterra entre los años 1312 y 1377, sería el heredero más directo en la línea de sucesión al trono de Francia, ya que su madre Isabel de Francia era la hermana del difunto rey Carlos. Sin embargo los franceses se rehusarían a tener un rey inglés en su trono y terminarían coronando a Felipe VI, conde de Valois, provocando así el conflicto. La guerra perduró con sus treguas desde el siglo XIV hasta mediados del XV.
Límites éticos durante una guerra
El 14 de agosto de 1415 Enrique V, rey de Inglaterra, desembarcó en Francia e invadió Normandía con sus tropas que constaban de 2000 hombres de armas y 6000 arqueros. Tras casi dos meses de asedio, conquista Harfleur y se dirige de vuelta a Calais soportando un brote de disentería entre sus filas. Tras dejar una importante guarnición al cuidado de la fortificación de Harfleur, Enrique V quiso volver a Inglaterra ya que el invierno se avecinaba; sin embargo, tras vadear el río Somme, el ejército francés lo estaba aguardando cerca de Azincourt. Se estima que las tropas francesas que le cerraron el paso al rey de Inglaterra contaban con 10.000 hombres de armas y unos 4000 tiradores; o sea, los ingleses estaban en desventaja numérica con respecto a los franceses, lo que provocó que Enrique V apelara a una estrategia que para la época era de dudosa ética.
El ejército francés estaba compuesto entonces por la flor de la caballería europea, sus caballeros pertenecientes a diversas órdenes guerreras cumplían los viejos preceptos medievales que todo hombre de armas debía cumplir. Resulta muy interesante al respecto la obra de Raimundo Lulio sobre la caballería medieval, ya que la caballería era entendida como un modelo de vida regida bajo la égida del honor, la justicia y la caridad en Dios.
La batalla de Azincourt se desarrolló sobre un terreno en extremo complejo, ya que era un bajo, anegado de humedad por las continuas lluvias que habían caído recientemente, rodeado de dos colinas boscosas, formando entre las tropas inglesas y las francesas una suerte de embudo. Los ingleses, en disminución numérica, buscaron fortalecer sus posiciones poniendo en los flancos a los arqueros que con sus arcos largos disparaban flechas capaces de atravesar las armaduras de los caballeros. Por su parte los franceses, confiados en su superioridad numérica, atacaron frontalmente con todas sus fuerzas a los ingleses. En aquel lodazal las tropas francesas comenzaron a avanzar con dificultad y lentitud, recordemos que las armaduras de los caballeros pesaban alrededor de 35 kg. Aprovechándose de esta circunstancia, los ingleses atacaron desde la lejanía con sus flechas.
Era tal el amontonamiento de las tropas francesas en el campo de batalla que se podría decir que en Azincourt un caballero que caía al suelo tras perder el equilibrio era un caballero muerto. De hecho, en aquel terreno, la numerosa cantidad de hombres que puso Francia en el campo le jugó en contra, ya que sus guerreros quedaban amontonados detrás de sus propias filas, hundidos en el lodo, sin poder atacar. Los arqueros ingleses, cuando hubieron acabado sus flechas, desenvainaron sus cuchillos y se pusieron a dar muerte a los caballeros franceses confundidos en el barro, y a su vez tomaron una gran cantidad de prisioneros, a los cuales Enrique V les dio muerte a pesar de que esa no era la costumbre de la época, ya que generalmente a los caballeros se les perdonara la vida una vez hechos prisioneros. Así que a pesar de la inferioridad numérica, los ingleses vencieron a los franceses, poniendo en evidencia la eficacia de sus arqueros para hacer la guerra que ponía mayor énfasis en la estrategia que en ideales de honor y justicia.
En conclusión, podemos decir que la batalla de Azincourt significó de algún modo el fin de la caballería medieval, para pasar a una forma más moderna de guerrear, en la que los valores guerreros, como honor y nobleza, quedaban relegados con respecto a la idea de alcanzar la victoria por el medio que fuese. Es entonces que cabe preguntarnos sobre qué bases se ha sustentado la ética de la guerra y cuál sería el modo ético de guerrear. Si observamos la historia, vemos que no hay una regla plausible que determine una única verdad. Sin embargo, podemos todos estar de acuerdo al menos en la actualidad, que un ataque sobre la población civil, que contraviene los códigos de todos los tiempos, ya se trate de los valores de los antiguos caballeros medievales, como de los fríos y duros guerreros que desde Hanoi defendieron su independencia cuestionada por tres imperios.
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