Tal vez usted haya oído hablar de Blanca Valmont. O leído alguna de sus crónicas en La Última Moda, esa revista de aroma parisino que marcó la moda española del ‘900. Pero el tema de esta nota no es la moda. Y tampoco cabe cuestionar su antiguedad, después de todo estamos tomando agua de mesa de la misma fuente que en 1892. Además, y aquí está el quid de la cuestión, Blanca Valmont era una inteligente cronista, y pese a su constante presencia en la revista, no escribía precisamente de moda femenina.
La propuesta de la revista era, además de la obvia, «educar el sentimiento e ilustrar la inteligencia de la mujer, [para] que pueda desempeñar digna y cumplidamente la misión afectiva y social que le están encomendadas; proporcionar esos conocimientos generales que facilitan y amenizan la conversación del trato social; distraer el ánimo con lecturas agradables».
El objetivo final era «evitar el peligro de que la imaginación femenil se extravíe ante la confusión que pueda producir en ella la multiplicidad y variedad de ideas, de noticias, de ejemplos, de modelos que, sin orden ni método, halla actualmente en todas partes». Loable propósito, sin duda. Esto decía nuestra autora en marzo de 1890. De una confusión similar nos hablaría ochenta años después Alvin Toffler advirtiéndonos a todos sobre el «shock del futuro» y dando consejos sobre cómo asimilarlo.
No es aventurado afirmar que Blanca Valmont se le adelantó, por lo menos en su intención hacia las mujeres, aunque se diferenciara en el enfoque del escritor norteamericano.
La revista tenía una orientación conservadora y monárquica, que le imprimía su propietario el periodista y escritor Julio Nombela, seudónimo de Santos Julio Nomblea (1836 -1919). Con estos datos podría pensarse que Valmont era «una operadora del sistema». Pero veamos que escribía unos años después.
Feminista
Después de repasar las opiniones de la activa feminista polaca Mme. Chéliga «distinguida escritora, que tiene buen cuidado de no incurrir en las exageraciones formuladas por otras de sus colegas; […] que tanto se han prestado al ridículo, a la burla y a la sátira» anuncia a sus lectoras que analizará el tema «con más calma y juicio», próximamente, dice el 14 de marzo de 1897.
Dos meses después se produce el incendio del Bazar de la Caridad, tragedia parisina donde muere una gran cantidad de mujeres. Este hecho desgraciado, donde se criticó la conducta poco caballeresca de algunos hombres, imprimió nuevo impulso al tratamiento del asunto feminista.
A pocos días del suceso que tantas víctimas había costado, estalló la tensión en la Escuela de Bellas Artes de París, donde se habían matriculado unas cincuenta jovencitas, que concurrían a clases especiales y horarios diferentes a los masculinos. No obstante los alumnos esperaron la salida de las chicas a los gritos de «¡Mueran las alumnas! ¡Fuera las mujeres!». Doña Blanca solo encuentra una explicación: «el temor de que mañana les hagan competencia». Y no se trataría de un temor infundado, teniendo en cuenta que la mujer es más inteligente que el hombre.
Ya no se habla de igualdad. La superioridad de la inteligencia femenina lo prueba el tamaño de su cerebro. Cita al profesor Léonce-Pierre Manouvrier de la Escuela de Antropología de París. Este caballero habría afirmado que el cerebro de la mujer es «muy superior [al del hombre]; superioridad de relación, puesto que para que la mujer se halle mejor dotada que el hombre respecto del volumen cerebral, es necesario que este volumen sea relativamente superior en ella, a causa de su inferioridad de estatura».
De modo que es ahí donde se debe dar el «combate», en el terreno de la inteligencia. La sana competencia de las «virtudes y talentos», principio de orden natural que reconoce nuestra Constitución, en su cabal interpretación.
En sus más de mil cuatrocientas crónicas, Blanca Valmont abordó los más diversos temas desde la altura de una gran dama, con moderación y tino. En todos sus escritos rechaza la violencia y pugna por un feminismo que niegue el odio de clases y sexos y que vaya «por la persuasión, por la bondad, por el amor».
Delincuencia, progreso y maternidad
El problema de la delincuencia, que siempre lo es del presente no se arregla con paliativos. La policía y la dureza de las leyes no es suficiente «para extinguir el espíritu que inflama a los bandidos», dice. No hay que buscar el remedio del mal en la superficie, «no en la llaga que aparece en el cuerpo, sino en la mala sangre que lo produce». Más eficaz sería seguramente, «cultivar en todos los espíritus el sentimiento religioso y fomentar la práctica de la moral».
«El verdadero progreso está en hallar lo nuevo dentro de lo antiguo, en crear el ideal con la materia eterna». La más alta misión educadora y moralizadora es la de la mujer. «Su suave y deseada autoridad de madre influye y se graba indeleblemente en los temperamentos infantiles; porque las predicaciones y las leyes se olvidan fácilmente con el tiempo, y los sanos y bienhechores consejos de una madre no se olvidan nunca».
Ganando el sustento
Se preocupa por la mujer sola que debe ganar su sustento. Tal situación la transforma en una feminista «inconsciente». Y esto es una consecuencia lógica de «la época actual», escribe en 1913.
«El trabajo ha sido impuesto por Dios, lo mismo a los poderosos que a los humildes». Y agrega que «las señoras se ocupan de la dirección y gobierno de su casa, de la educación de sus hijos; se entretienen en esas mil amenas labores, tan agradables siempre al bello sexo, o emplean el tiempo en practicar la santa caridad».
Aunque algunas señoras van más allá. Llegará el día en que las damas formarán parte del Parlamento. «¿Será un bien […]?, se pregunta. La pregunta es retórica pero «no cabe duda de que en un plazo relativamente próximo la empresa se llevará a cabo». No se equivocaba, aunque ella pensaba en francés -si bien se la leyera en español-, en el año 2000 en un pequeño país sudamericano que hace tiempo contaba con mujeres en la vida política, se formaba la «Bancada Bicameral Femenina para impulsar y trabajar conjuntamente en la promoción de una agenda legislativa con enfoque de género». Un paso significativo sin duda.
Sindicato
Pero hay un tema, felizmente superado, que a la señora Valmont la sacaba de quicio y que siembra ciertas dudas sobre el alcance de su feminismo. Aunque se tratara la suya de una adhesión temprana y bastante moderada. Resulta que en 1913, «las domésticas norteamericanas han formado […] un sindicato para imponer a los amos condiciones tan impertinentes como insoportables. […] las amas de casa, que presienten el efecto […] reconocen que es cosa seria el problema […] temiendo, no sin razón, que el servicio ya pésimo llegue a ser en vez de un alivio una carga, haciéndose imposible de todo punto, no ya tener buenos criados, sino tenerlos, aunque dejen mucho que desear».
Que no nos engañe el masculino de «buenos criados», el sindicato era femenino. Afortundamente el concepto actual es totalmente abarcativo. El manto del «Ni una menos», cubre a todas: escritoras y periodistas, activistas y artistas, domésticas y policías.
Como rezaba un aviso publicitario lamentablemente orientado al tabaquismo femenino, buen ejemplo del uso espurio de un concepto: «Has recorrido un largo camino, muchacha».