Cuando muchos profesores de distintas edades, estudiantes, periodistas, escritores, hacedores culturales, etc. hablan maravillas de una docente, recuerdan sus clases y opinan que “fue la mejor profesora que tuvieron”, nos despierta un enorme interés por saber más de ella.
Cuando además nos enteramos que tiene 86 años cumplidos ( y sigue trabajando como si nada) que es Doctor Honoris Causa (UDELAR), que el MEC en el 2021 le otorgó la Medalla Delmira Agustini y en el 2022 recibió la Medalla del Senado de Francia, que es lingüista, investigadora especializada en teoría literaria, literatura comparada y medios de comunicación, actualmente Catedrática de Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación en la FIC, que se recibió de docente de Idioma Español en el IPA el 1960 y desde entonces no ha parado de trabajar, nuestra curiosidad determina una instancia de conocimiento más profundo de aspectos más personales que rodean a esta personalidad de nuestra cultura.
Toda esta breve presentación, tiene como fin prologar esta entrevista a Lisa Block De Behar
Frente a una personalidad de su talla y con tantas vertientes profesionales, ¿cuál de todas es su preferida y por qué?
Solo las que implican las condiciones de la función docente y sus variaciones; y, en realidad, no son tantas. Tampoco recuerdo haber pensado, y menos deseado, apartarme de ese desempeño para cumplir ninguna otra tarea o actividad.
¿Qué buscó siempre como docente? ¿Usted considera que lo logró? ¿Por qué?
Intentar trasmitir y actualizar parte del valioso legado recibido de profesores y familiares que, sin proponérselo, supieron marcarnos con sus actitudes personales ejemplares y con la esclarecedora generosidad de sus conocimientos.
¿Qué tal su experiencia en la UDELAR? ¿Qué la entusiasma y qué cosas cambiaría?
Más allá de las características generales de conservación y continuidad inherentes a toda institución, destaco la relación gratificante, constante, sorprendente, que se entabla con los estudiantes, una prerrogativa a la que jamás renunciaría ni cambiaría.
¿Cómo ve el proyecto Anáforas? ¿Cómo lo proyecta de acá a diez años? ¿Qué otro proyecto tiene in mente?
Agradezco su interés en Anáforas. Si bien no dejo de advertir su progresiva consolidación, no suelo anticipar conjeturas respecto a tiempos por venir. A veces –y solo porque corresponde hacerlo– adelanto aquellas que requieren las planificaciones universitarias formales.
Ante la prodigalidad inabarcable y duradera del pasado nacional, ante la notable riqueza cultural que reservan las colecciones, libros, periódicos, obras y glorias de otros siglos, ante las figuras, numerosas y desconocidas que soñaron y llevaron a cabo iniciativas extraordinarias, parece inútil o intrépido imaginar lo que vendrá o sobrevendrá más allá de lo inmediato o lo que deba atenderse a corto alcance.
La fugacidad, las urgencias del presente, que se acercan a ese espacio que se pierde en tiempos pretéritos, en su mayoría ignorados, desbordan la contemporaneidad, sin dar lugar a otros compromisos.
Todavía insuficiente, el rescate diario de interesantísimas publicaciones nacionales del pasado, puestas en presente, son apuestas, propuestas para futuros igualmente eventuales. Están y seguirán a disposición de lectores, estudiantes, estudiosos, de ahora en adelante, desde cualquier lugar, a cualquier hora y, esperemos, por mucho tiempo, sin límites.
Sin embargo, es curioso observar que, en francés (como ilustraría una semántica comparada), si entiendo el verbo venir precedido por el prefijo sub- (“debajo”), se alude al pasado, francés souvenir, “recuerdo”. Pero, si a partir del mismo verbo, precedido por el prefijo sur-, en francés survenir, como en español sobre-, “sobrevenir”, aludiendo al futuro, son más las incertidumbres las que se asocian… Pero no importa, ¿no?
Desde su “Retórica del silencio” (1983) hasta hoy, ¿qué ideas fundamentales considera vigentes? ¿Cuáles son los teóricos ineludibles a visitar permanentemente?
No me resulta fácil responder a estas dos preguntas que formula de una vez y que igualmente le agradezco. Es cierto que fueron bien relacionadas, pero contestarlas requeriría una relectura de ese libro que menciona, que escribí con especial cuidado, pero no recuerdo haberlo leído luego, y mucho menos, releído. En la actualidad no podría referirme a mucho más que al título o al subtítulo de esa publicación. Entiendo que, en efecto, la retórica, que se menciona, va más allá de la contradicción que aparenta enunciarse ahí; la retórica es una técnica o un arte siempre vigente, así como el silencio, tal vez un bien cada vez más necesario y más elusivo. Si lo nombro, lo revoco. También en eso, el silencio se confunde con la palabra. Las funciones del lector, consideradas subsidiarias en el pasado, crecen y se afianzan cada vez más. Una democratización progresiva las atiende no solo en teorías, acompasándose a los tiempos de técnicas que la habilitan y propician, así como a tecnologías que las estudian, extiendiendo y examinando un campo, hasta hace poco, poco recorrido y en barbecho.
¿Cómo ha sido el relacionamiento con la intelectualidad de nuestro medio?
Si no tiene inconveniente, preferiría no hacer referencia a “la intelectualidad” sino a los amigos y allegados con los que hemos compartido afinidades, las más profundas. Pienso en Carlos Real de Azúa, Emir Rodríguez Monegal, Arturo Sergio Visca, Nieves A. De Larrobla, Aníbal Barrios Pintos, Egon Friedler, Nelson Di Maggio, Evi Camussi, Miguel Ánguel Campodónico, Carlos Pellegrino, Mercedes Ramírez. Más mis seres muy queridos, muy recordados, mi familia… Pude disfrutar de la inquebrantable amistad de todos ellos y de los entrañables afectos de los míos; el alma los atesora y siguen alentando los días.
¿Recuerda algún exalumno y/o colega en especial?
Sí, claro, tengo presente a numerosos estudiantes; por eso, creo que sería extensa en extremo la lista y, a pesar de su extensión, omitiría, injustamente, a tantos.
¿Su amplia experiencia internacional le permitió tener una idea del posicionamiento de nuestro país a nivel cultural?
En nuestro país, en los espacios transitados y que, de algún modo, me conciernen, reconozco que nuestros estudiantes son especialmente atentos, curiosos, ávidos de conocimientos. Considero que es esa condición la más preciosa y que compensa, en grande parte, otros aspectos que vale la pena superar.
Sabemos que su ideal serían varias wikipedias. ¿Por qué? ¿Le teme a la inteligencia artificial? ¿Detecta cuando sus estudiantes la usan?
Estoy de acuerdo, pero, más que ideal, como usted dice, es indispensable que haya varias -pedias, otras, muchas, diferentes enciclopedias. Por una parte, se leerá más, se compararán y completarán las versiones y, por otra parte, se evitaría, si fuera factible, que los lectores se conformaran –por más extensas y minuciosas que sean las referencias– a una única forma de decir, de pensar.
No creo que la inteligancia artificial, más allá de las facilidades que prodiga, sea peligrosa y temible, pero por ese, su mismo simple acceso, es necesario medir y moderar su alcance, administrarla para impedir que se vuelva sustitutiva de capacidades personales. Es un medio más y, si se utiliza con sensatez crítica, y no en forma sumisa y excluyente, no sería grave. Como todo útil, como toda técnica, depende de cómo se apliquen, pero es necesario tener presente que nunca son totalmente inocuos, anodinos ni inocentes.
El ejemplo ya convencional también se aplica a las variantes de la inteligencia artificial. De la misma manera que una herramienta es útil, un cuchillo sirve para cortar el pan, pero asimismo podría servir, y sirve, para acometer las atrocidades que están asolando la actualidad mundial, un utensilo imprescindible y arma violenta, terrible a la vez.
¿Le gustan los juegos de palabras? ¿Y el ajedrez? ¿Cuál es su hobby o entretenimiento favorito?
Inevitables, son las propias palabras, las que juegan, que hacen juego. Conversan entre ellas y con otras palabras, cercanas y distantes, conversan consigo y entre sí. Sus muchos sentidos –que son tanto significados, consonancias y más– reservan y propician juegos, diversiones y armonías; revelan historias, verdades de las que no habría que prescindir.
Durante décadas el ajedrez se jugaba muchísimo, en casa, en familia, con amigos. Desconozco sus reglas.
A sus infatigables 86 años cumplidos, ¿cuál es la clave para tener esa pujanza?
No podría decirle, pero no se trata de un secreto. Tal vez, aceptar los años, sin contarlos, sin pensar demasiado.
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