Pero de ahí a la «invisibilidad» en el sentido de inexistencia hay un abismo. No olvidemos la famosa frase de Saint-Exúpery… Repasaremos un par de episodios con visible presencia femenina en la época de don Juan Lindolfo Cuestas.
A fines del siglo XIX, un conjunto de damas cristianas -«operadoras del control social del sistema» dirá alguno-, gestionó ante las autoridades la creación de un establecimiento de reclusión para mujeres, considerando inconveniente un establecimiento inclusivo.
El proceso es recogido en los Anales de la 2a. Casa de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor de Angers en Montevideo, congregación a la que se encomendó la tarea.
Una aberración
«Si el delito en el hombre es un acto sensible, en la mujer es una aberración», dice un diario católico, citado por la cronista de los Anales. El articulista se explica: es que «la mujer parece destinada especialmente al bien. Y […] la que delinque, por su naturaleza sensible y tierna, tiene más posibilidades de regeneración».
De hecho, no se aplicaba la pena de muerte para las mujeres, y el código de 1889 lo establecía expresamente. Un «acto sensible» podía terminar ante un pelotón de fusilamiento; y es más fácil salir con vida de la cárcel…
Mejor amigo
El 2 de marzo de 1899, el ahora presidente constitucional Juan Lindolfo Cuestas: «Al ofrecerle nuestros saludos y felicitarle por la efectividad de su cargo nos envió la visita de su esposa […] y su hija Ángela […] haciéndonos la promesa de ser el mejor amigo de esta Casa y amparar nuestra obra que le era muy de su agrado […]». Ya veremos si así lo fue.
El satánico Dr. Etchepare
El Dr. Bernardo Etchepare (1873-1925) oficiaba como médico de la Cárcel Provisional de Mujeres y Asilo Correccional de Menores. El tercer día de 1901, el médico hizo una solicitud para ser asistido por un practicante de medicina. Ya había obtenido el apoyo verbal del Consejo Penitenciario.
Entendamos cómo funcionaba el sistema. La Comisión del Patronato de Damas se ocupó de proveer los fondos para la instalación de la Casa, su alhajamiento, de cubrir el presupuesto mensual, es decir: eran recursos privados. La dirección interina fue confiada a las religiosas del Buen Pastor.
Sobre esta, ejercía superintendencia el Consejo Penitenciario, dependiente del Ministro de Gobierno.
El Dr. Etchepare había obtenido la anuencia verbal del Consejo y ahora iba por la aprobación de la directora del Buen Pastor. La solicitud tenía varias puntas. Por un lado, un practicante dejaría sin funciones de asistencia a las Hermanas, o por lo menos las cuestionaría, y por otro, introducía un hombre joven en un recinto femenino. ¡Vade retro! La Madre Superiora le contestó, elegantemente, que no.
A Dios rogando
Las cosas habían quedado aparentemente tranquilas, pero como consignan los Anales «el demonio no se queda contento cuando se trata de salvar almas», de modo que las religiosas se pusieron «en guardia con las armas poderosas de la oración».
Unos meses después, el Consejo Penitenciario, con la firma de su vicepresidente el Dr. Pedro Figari, le comunica a la directora que ha autorizado al practicante. Rápidamente la directora oficia a la presidenta del Patronato doña Catalina O´Neill de Fernández, señalándole «los gravísimos inconvenientes que produciría como fácilmente lo comprenderán las virtuosas Señoras de esa Comisión».
Y con el mazo dando
Doña Catalina velozmente se comunicó con el ministro Mac Eachen y obtuvo la promesa de Cuestas de que el practicante no pasaría. Pero el demonio insiste, y el Consejo Penitenciario le ordena a Etchepare que se presente en la Cárcel, con el practicante, un domingo; día elegido con la intención de que no se pudiera dar aviso a las autoridades. La directora no los dejó entrar y telefoneó a doña Catalina. La señora se le apareció en la casa al ministro Mac Eachen que «a pesar de ser protestante», se indignó de tal modo, que al día siguiente ordenó al presidente del Consejo que revisara la medida.
La directora temía que Figari, desautorizado, se convirtiera en un fuerte opositor, y se enturbiaran las relaciones con el Consejo. Pero Figari visitó la cárcel, y se retiró «completamente satisfecho y […] enteramente a las órdenes de la Comunidad». Esto parece verosímil, teniendo en cuenta que le pidió la renuncia al Dr. Etchepare, que por supuesto, se fue.
El capellán en capilla
En 1902 había un fuerte movimiento en el parlamento para quitar la administración de religiosas en todos los establecimientos dependientes del Estado. Cuestas hace publicar un informe en el Diario Oficial muy elogioso hacia la contabilidad de la Cárcel de Mujeres «tan bien llevada como puede serlo cualquier oficina bien organizada del Estado».
Y aquí, una jugada típica del maquiavelismo político. Es tan buena la obra, dice, que lejos se está de cuestionarla al sugerir «innecesario asignar en el Presupuesto una partida expresa para Capellán de la Cárcel de Mujeres». Los legisladores se entretienen con la cabeza del capellán y aprueban el Presupuesto. Mientras tanto, Da. Ángela Cuestas comunica a la Madre Superiora que no se preocupe por el capellán: su padre sacará los recursos para su sustento «de la partida de eventuales de Gobierno».
El 25 de agosto, el Arzobispo bendice una estatua de la Virgen regalada a la Congregación por Da. Carmen Cuestas de Nery «hija del actual Presidente de la República don Juan Lindolfo Cuestas», consignan los Anales con regodeo caligráfico.
El documento termina con el año 1908. Después de Cuestas no hay menciones a presidente alguno.