La Monarquía como mejor forma del gobierno en Sud América. Juan Bautista Alberdi. A. PEÑA LILLO editor. 538 págs., 1970.
Pocas figuras han logrado un sitial en el Olimpo liberal rioplatense tan encumbrado como Juan Bautista Alberdi. Fue un abogado, jurista, economista, político, diplomático, periodista, pero ante todo el autor intelectual de la Constitución argentina de 1853. Es considerado como uno de los librepensadores más influyentes del siglo XIX y el máximo representante del liberalismo hispanoamericano, tanto por ser uno de los pioneros como por su grado de incursión e influencia póstuma en la política económica y jurídica en la historia de la Argentina. Integrante de la Generación del 37, participando en el llamado “salón literario” fundado por Marcos Sastre y frecuentado por Juan María Gutiérrez, José Mármol y Miguel Cané. Opositor a Juan Manuel de Rosas, exiliado en Uruguay y París, se integra a una logia denominada “La Joven Argentina” y redacta sus estatutos. Es en el exilio montevideano donde, curiosamente, redacta los estatutos de una nueva asociación bajo el título de “Dogma Socialista”, respaldando activamente la intervención europea contra el Gobierno de su país. Luego de una estancia en París, donde estudia profusamente a Montesquieu y la Constitución estadounidense, se radica en Valparaíso, actuando como abogado de los intereses mercantiles primordialmente británicos. Derrocado Rosas, comienza a redactar las bases de la propuesta constitucional. Una de sus obsesiones era el tema demográfico: “gobernar es poblar”. “Aunque pasen cien años, los rotos, los cholos o los gauchos no se convertirán en obreros ingleses… en vez de dejar esas tierras a los indios salvajes que hoy las poseen, ¿por qué no poblarlas de alemanes, ingleses y suizos”. Acérrimo enemigo de cualquier esbozo estatista por considerarlo parte de la herencia nefasta colonial española, que era vista como la principal barrera del progreso de América independiente, clarificó para los incautos a cuál liberalismo realmente abocaba todas sus energías. Poco le interesaba la libertad política y la forma de gobierno que pudiera adoptarse. Tanto es así que cuando fue sancionado el proyecto, se mostró escéptico de su aplicabilidad. Esos artículos eran un mero relleno para envolver las disposiciones económicas favorables a los intereses británicos y facilitar su votación inadvertida.
“Tomad los cien artículos, término medio de toda constitución, separad diez, dadme el poder de organizarlos según mi sistema (económico) y poco importa que en el resto votéis blanco o negro”. “Dejad que el pueblo sud americano ame el ‘ideal’ en el gobierno, aunque en el hecho soporte el despotismo, que es el resultado de su condición atrasada e indigente. Dejad que escriba y sancione la república en los textos… Todo eso es aplicable a la libertad política más bien que a la libertad económica, objeto de nuestro estudio, la menos difícil, la más modesta y practicable de las libertades conocidas…”.
“La Monarquía como mejor forma de gobierno” es una rareza bibliográfica por un cúmulo de razones dispares. Un texto básicamente agotado y maldecido por demasiados que vieron que no era buen ejemplo que un liberal ecuánime abominara en privado de todas las libertades políticas en aras de garantizar rentabilidades a sus amigos europeos. Obviamente lo editaron, casi como panfleto propagandístico, los revisionistas que lograron encontrar sobre blanco y negro la confirmación de lo que es un cipayo. Que un liberal estuviese mendigando por algún Habsburgo ocioso puede ser la base de una novela que muestre cuán fantástica es la realidad de los sufridos pueblos hispanoamericanos. En pocos textos encontraremos tantos ejemplos del enorme desprecio de ciertas élites que en aras de sus intereses económicos asumen conspirar una y otra vez contra los pueblos de nuestra América.
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