Hace prácticamente medio siglo que esta pequeña obra maestra estaba totalmente agotada, gracias al esfuerzo esta editorial nacional, gaucha de ley, vuelven a ver la luz estas páginas.
Wenceslao Varela (1908-1997) nació en los pagos de San José en un contexto signado por las adversidades económicas, abandonando desde temprano la escuela para trabajar en las más diversas labores rurales. Es su madre la que le completa su educación. Pero es ese tropero, esquilador, domador, alambrador, molinero con el tiempo deviene en una de las más sólidas voces de la poesía gauchesca.
Musicalizado por infinidad de payadores y por exponentes claves de la canción popular como Santiago Chalar o Carlos Maria Fossati, su obra está impregnada por las vivencias de los derrotados del campo. No hay una mirada bucólica o edulcorada, como pocas veces en la literatura nacional la pobreza, el dolor, la marginación encuentran un tono lírico.
Este ramillete de cuentos breves, precedidos por un muy buen estudio de Humberto Ciganda que sumado a la presentación de Hamid Nazabay acercan al lector, son duros e implacables. Conjuntamente con “Alabardones” son la muestra de lo mejor de la prosa gauchesca y también algo poco frecuente en un autor volcado habitualmente a la poesía sentida. Son un Wenceslao de la madurez plena.
Cada lector, y esa es la magia de la lectura, emprende un diálogo con el autor y algunas veces se retrotrae a otras lecturas. Obviamente mis primeras asociaciones fueron con el Serafín J. García más implacable, el de “Carne viva”, quizás con “Muchachos” de Morosoli. Luego intuí la cercanía y la lejanía con Ambrose Bierce, un norteamericano que plasmó narraciones breves sobre otros campos, otros hombres, pero siempre buscando la dignidad en la adversidad.
Recomiendo calurosamente esta enyetada compilación de trece cuentos, pero con la advertencia que será difícil que olviden la tensión ética y la contradicción de los viejos códigos de la mores gauchesca de “Hombres Malos”. Una joya.