En conmemoración del natalicio de José G. Artigas, me he dispuesto a ilustrar algunos aspectos de nuestro héroe nacional que hacen a su figura un ser excepcional dentro de lo que fue el ciclo de emancipación de Hispanoamérica. Las características de su personalidad, la profundidad de su conciencia social y política hicieron de él un personaje amado por unos y odiado por otros. Tal como sucede hoy en día con las campañas mediáticas en política, Artigas tuvo que enfrentarse en su momento contra una ofensiva difamatoria que iba en su contra y tuvo que sobreponerse a una leyenda negra que sus detractores, como B. Mitre entre otros, fueron hilvanando con malicia dentro de la historia de Hispanoamérica. De ese modo, lo que me parece interesante destacar en este artículo es considerar cuáles fueron aquellos rasgos que hicieron de nuestro héroe un verdadero republicano y cómo, por ello mismo, tuvo sus fervientes opositores.
Para comprender de algún modo sencillo el ciclo revolucionario, sobre todo desde una perspectiva ideológica, es necesario tener en cuenta que desde el siglo XVII, con la Ilustración, comenzaron a producirse diferentes teorías acerca de cómo debería organizarse la sociedad políticamente. Estas teorías racionales pertenecían todas al “liberalismo”, dentro de la que estaba la “democracia” como Rousseau la entendía, la monarquía parlamentaria al estilo inglés de la que J. Locke fue su principal ideólogo, y algunas otras variaciones entre estas dos según los diversos autores y países. Así, bajo estas improntas ideológicas, se desarrolló el ciclo revolucionario liberal con la Revolución inglesa en 1642, la Revolución norteamericana 1775, la Revolución de Haití 1791, la Revolución francesa de 1789, para llegar a ciclo revolucionario del Río de la Plata que comenzó con la Junta de Mayo de 1810.
Ahora bien, el problema fundamental que surgió en la Revolución del Río de la Plata fue que había diferentes grupos o bandos con sus respectivas ideologías y sus respectivas ideas en cuanto a la forma de gobierno a realizar. Así surgió desde Buenos Aires la idea de hacer una suerte de monarquía liberal y se buscaba a alguien que cumpliera los requisitos para tal función y que al mismo tiempo conservara el dominio territorial de lo que antes había sido el Virreinato del Río de la Plata. En la otra orilla, Artigas comenzaba a delinear su pensamiento político, desde una perspectiva netamente republicana, democrática e inclusiva, pues dentro de su programa de gobierno estaban incluidos también los indígenas y los afroamericanos. A imagen y semejanza del modelo norteamericano, Artigas consideraba que la confederación de Estados libres era la forma ideal de gobierno, pues teniendo cada Estado su autonomía en los asuntos que consideraba propios, tenía también al mismo tiempo dentro del concierto internacional el apoyo incondicional de sus inmediatos vecinos.
Sin embargo, desde Buenos Aires y Río de Janeiro, que era un bastión de la diplomacia inglesa, se comenzó a ver en Artigas a un enemigo, a un estorbo para sus planes. Principalmente había dos puntos fundamentales en los que se oponían a Artigas, el primero era la inclusión de afroamericanos e indígenas en su república, la segunda era todo lo referente a la organización política, económica y agrícola, es decir productiva, como queda testimoniado en las “Instrucciones del año XIII” y “El reglamento de tierras de 1815”.
Epopeya y grandeza
Desde esa perspectiva Artigas se convirtió para sus contemporáneos en un ser fuera de lo común. Zorrilla de San Martín, en “La epopeya de Artigas”, obra fundamental para entender a Artigas, y de las primeras obras históricas uruguayas que realmente compendia la vida y la obra de nuestro héroe patrio, nos narra cómo el verdadero liderazgo de Artigas surge durante el Éxodo del Pueblo Oriental. Artigas, por su experiencia como hombre de campaña, tenía conocimiento suficiente para guiar a su pueblo por aquel viaje que fue peligroso y arduo. Ante aquellas dificultades que surgían, como cruzar los caudalosos ríos que surcan nuestra tierra, era él quien sabía exactamente cómo pasar las carretas y otros enseres a través de ellos, mostrando a cada instante su vasta experiencia y ganando así la simpatía de todos los paisanos.
Decía José Enrique Rodó en su texto “La grandeza de Artigas” acerca de esta síntesis que Artigas fue capaz de realizar:
“La sociedad europea de Montevideo y la sociedad semibárbara de sus campañas, dándose recíprocamente complemento, fueron mitades por igual necesarias en la unidad de la patria que se transmitía al porvenir. Y el lazo viviente que las juntó dentro de un carácter único es la persona de Artigas, hombre de ciudad por el origen y por la educación primera; hombre de campo por adaptación posterior y por el amor entrañable y la comprensión profunda del rudo ambiente campesino. Son este amor y esta comprensión los que definen la original grandeza de Artigas, el secreto de su eficacia personal, la clave de su significación histórica. Haber profesado con inquebrantable fe, cuando todos dudaban, los principios de la independencia, la federación y la república, bastaría para revelar corazón entero y mente iluminada, pero no bastaría para determinar la superioridad de hombre de acción”.
Rodó veía que Artigas desde su gobierno de Purificación sintetizaba justamente los diferentes caracteres que fueron el germen de nuestro futuro país. Podemos decir que el sueño artiguista, el sueño de los orientales de Purificación, duró poco, pero mientras duró fue realmente hermoso. Prueba de ello son los documentos del propio Artigas en los que se puede ver cómo él mismo se ocupaba de los más diversos asuntos que iban desde la entrega de vacunas contra la viruela en poblaciones afectadas indígenas, como la fundación de bibliotecas, como el desarrollo de comercio, etc. Sin embargo, a partir de 1816, cuando las potencias europeas coordinadas, con sus bases en Buenos Aires y Río de Janeiro, invadieron la Provincia Oriental con el plan de hacer una campaña relámpago que durase tan sólo tres meses para establecer la ocupación, se encontraron con una resistencia inaudita, que perduró durante cuatro años. Zorrilla de San Martín cuenta cómo Artigas era capaz de armar un ejército tras cada derrota que sufría, pues de todas partes venían gauchos, indígenas, afroamericanos dispuestos a ayudarle en su causa. Sin embargo, al final de esos cuatro años, Artigas, como el rey Lear, estaba cansado, y aunque recibió una embajada norteamericana que le permitía un salvoconducto hacia Norteamérica, prefirió exiliarse en el Paraguay que bajo el mando del doctor Francia hacía caso omiso a las potencias europeas.
“Los pobres lo veneran por su dedicación”
Sin embargo, Artigas aún en el exilio en Paraguay conservó intacto su carácter, ese carácter que lo hizo amado y respetado por los humildes. Por ello, me parece relevante tratar también aquí algunos versos de la poesía del afroamericano Joaquín Lencina, más conocido como “Ancina”, que ofrecen un testimonio interesantísimo acerca de las impresiones que produjo Artigas en sus contemporáneos. Estas poesías fueron recopiladas en 1951 por Hammerly Dupuy, pastor evangélico, autor de innumerables trabajos de diversa índole. Los poemas tienen un carácter testimonial indudable. Algunos fragmentos del siguiente poema titulado “Viva el oriental que ama el Paraguay”, donde habla del exilio en la tierra paraguaya.
“Ansina me llaman, y Ansina yo soy…/ Sólo Artigas sabe hacia dónde me voy/ Desde que hemos llegado, al ceibo buscamos/ por el rojo legado de nuestros recuerdos. /Aunque vimos el ombú con su densa sombra/ falta aquí el ñandú que al correr asombra […]/ Hasta el benteveo sabe que nacimos/ en Montevideo de donde nos fuimos/ A Artigas lo obedecen los tigres y los bueyes /porque reconocen que él dictó las leyes / los ricos lo respetan por su instrucción/ los pobres lo veneran por su dedicación…”.
En conclusión, podemos decir que Artigas fue un visionario y pudo adelantarse a los hechos de su tiempo. Su grandeza no estuvo en sus éxitos militares sino en su forma de gobernar, en la manera en que podía contemplar las necesidades de unos y otros, sobre todo de los más humildes y desposeídos. Para los pueblos originarios de la cuenca del Plata, como para las comunidades cimarronas de afroamericanos orientales, como para el gauchaje descendiente del español, Artigas fue un símbolo de resistencia, libertad y justicia, por eso mismo fue en el seno del medio rural que su legado perduró, hasta que la historia sobre el final del s. XIX reivindicó su figura como héroe de todos los orientales.
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