Hace una semana la orquesta juvenil de Florida sonaba bajo la batuta del maestro Luis Valladares, director de orquesta de origen venezolano que, al igual que nuestro compatriota Ariel Britos, ha continuado la escuela de práctica y pensamiento en la música de José Antonio Abreu, más conocida como la “práctica orquestal intensiva” (POI). El espectáculo se dio en la Residencia de Uruguay en Buenos Aires, Argentina, y la orquesta seguirá una notable gira latinoamericana tanto por los países que recorrerá como por su repertorio contando con el mítico Danzón nº 2 de Arturo Márquez, La Cumparsita de Gerardo Matos, Caballería Ligera de Franz Suppé, una selección de Carlos Gardel y Alfredianas del gran Alfredo Zitarrosa.
El año pasado, al cumplirse diez años de la orquesta juvenil del SODRE, tuve el gusto de entrevistar a su director y fundador, Ariel Britos, además de ser parte de esa misma orquesta durante casi un año (véase La Mañana, 13/VIII/2021, “El arte es lo único que puede convertir una población en un pueblo”). Este método ha sido replicado en toda Latinoamérica por distintos discípulos de Abreu y ha contado con diferentes niveles de éxito, con la orquesta Simón Bolívar siendo la más destacable.
El maestro Abreu inventó en Venezuela una forma de trabajar la música con los jóvenes, que implica aprender y tocar el instrumento en conjunto, la POI. En palabras de Ariel Britos, el referente esta escuela en nuestro país: “La POI genera y abate un montón de paradigmas y mitos preestablecidos, como que hay un límite de la concentración o un límite físico; que el arte no se basa principalmente en la repetición, etc.”. Este discurso, además de la idea de Abreu de la música como una solución estructural para los problemas que enfrentan millones de personas en el continente es, como poco, erróneo. No quiero decir con esto que la POI sea inefectiva ni que no haya tenido grandes efectos en distintas poblaciones, en especial en comunidades marginadas. Pero la idea de Abreu que él describe así: “La lucha por los Derechos Humanos, que nos incorporan con fuerza el derecho del niño a la música sublime, en cuyo seno brilla Existencia en su esplendor y su misterio inefable. Vamos a mostrar a nuestros hijos la belleza de la música y la música revelará a nuestros hijos la belleza de la vida”, es, como diría Carlos Maggi, “arielista”.
La sola consagración del arte como un medio que religue los problemas de la sociedad es algo que debe estar apoyado de cerca por todos los agentes del Estado, y en especial validando todos los niveles de aproximación al arte, no solo la profesionalización de él. Esto lo pensó el uruguayo Jorge Rissi cuando creó los famosos “grupos sonantes”, que no solo daban lugar a la formación musical profesional a niños del interior, sino que también se la daba a adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos sin buscar una profesionalización ulterior. La música y el arte son armas cargadas de futuro, como nos ilustra sublimemente Gabriel Celaya:
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque a penas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica, qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.
TE PUEDE INTERESAR: