Cada vez que nos llega la noticia de un nuevo estreno en materia artística, en especial de un espectáculo musical uruguayo, desde el principio nos sentimos solidarios con sus creadores, sabedores del gran esfuerzo que significa llegar a concretarlo en este medio, tan esquivo en reconocer y sostener lo nacional.
Esta empatía se vuelve asombro cuando detrás de esos emprendimientos artísticos no hay ni apoyos, ni sponsors, ni ventas anticipadas, ni una estructura institucional que ayude a sustentarlo.
Pero cuando, además, la propuesta transita un rumbo diferente de cualquier moda de turno, alejada de circunstanciales y oportunos estrellatos apelando a un sentir auténtico con calidad artística, tanto en su concepción como en su interpretación, ahí el asombro se convierte en un sentimiento de cálida esperanza de que aún hay artistas que más allá de las reglas del mercado, sienten la necesidad imperiosa de “hacer”. Ese es el caso de este musical (editado por Sondor) con la exquisita música de Beatriz Lockhart y textos de Raúl “Ciruja” Montero, productor artístico, concertador e intérprete.
La obra se estructura en cinco partes inspirada en unos pocos hechos reales de la vida de la cantante Lágrima Ríos, pero es en definitiva una ficción realizada con gran sobriedad de recursos. Las voces y los instrumentos en un fino ensamblaje, armonizan alternando timbres y dando lugar al destaque solista en breves introducciones o intermezzi. La obra respira, tiene sus clímax con crescendos sin estridencias, todo ello en una concertación que denota conocimiento y experiencia, tanto en el armado como en lo vocal e instrumental.
La edición de Sondor, con un muy buen trabajo de su ingeniero de sonido, se ve enriquecida por la participación de cantantes de gran nivel como Alicia Costa, Raquel Pierotti, Eduardo Reyes y el propio Raúl Montero, los magníficos instrumentistas Néstor Vaz, Martín Troche, Carolina Hasaj y los estupendos integrantes del grupo “Bantú” Wellington Suárez, Mario Suárez y Tomás Olivera Chirimini. Muy destacable la labor de Anita Pierotti en su doble función de guitarrista y en su asistencia a Montero, que incluye la guitarra en la obra y dos solos de bandoneón.
Si bien en La Perla Negra, se pueden reconocer elementos del género operístico, la utilización medida de recursos, el lenguaje simple y la síntesis de lo culto con lo popular que se da en esta obra habla netamente de “lo montevideano”. Es fundamental el uso de tamboriles para los elocuentes candombes y milongas, como algunos de los elementos más reconocibles en primera línea, pero la exquisitez melódica de Lockhart está presente en todas las melodías que abordan los instrumentos y afloran en sus tangos.
Esta exaltación de nuestros hermanos negros, se encarna en la figura de la protagonista, pero no es excluyente. También hay menciones a manera de reconocimientos a símbolos como Artigas, Ansina, Manuel Oribe, Dionisio, los Andrade, Obdulio Varela, una alusión a Discépolo y por supuesto a Gardel, que irrumpe sin palabras como espíritu inspirador de Perla, en insinuados pasajes de “Golondrinas” y definidos al cierre de la obra. La complicidad de “lo culto” con” lo popular “se percibe del principio al fin. No debe extrañarnos esta simbiosis: Montero puede afrontar (y salir airoso) de los más difíciles retos del belcanto, así como en la tesitura y estilo de un tango arrabalero.
Lockhart, por su parte, es de gran fuerza expresiva melódica, con recursos de ricos cambios tonales tanto en una variación milonguera como en un juego de repique aplicado a la guitarra. No hay estruendos, ni desbordes, ni efectismos. Solo con la buena música y efectivo texto se logra un milagro de emoción auténtica sin fisuras. Ojalá creaciones tan significativas como ésta, tuvieran la visibilidad adecuada para llegar al gran público.
(*) Autora de la Guía de la música uruguaya
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