Uruguay ha asistido en los últimos años a un proceso de búsqueda de su ascendencia indígena, pudiéndose ver en este movimiento un interés cultural de reindigenización, que se puede observar en la proliferación y el aumento de agrupaciones de carácter indigenista en las que sus integrantes se autoidentifican como descendientes de la etnia charrúa. Otro dato que hace palpable este proceso es la cantidad de nombres propios de carácter indígena otorgados a los niños nacidos durante este período, como Abayubá, Irupé, Tacuabé, Yara, etc. (M. Coll, V. Bertolotti, Retrato lingüístico del Uruguay, Ediciones Universitarias (UDELAR), Montevideo, 2014, p. 93).
Pero un hecho curioso que vale destacar es que casi en el 100% de los casos, la identificación se desarrolla con la parcialidad charrúa y no con otras etnias que estuvieron presentes en nuestro territorio, como por ejemplo la guaraní, sobre todo cuando esta ha dejado un legado perdurable en la toponimia (Aiguá, Aceguá, Arerunguá, Arapey, Bacacay, Carapé, Caraguatá, Casupá, Merím, Queguay, Tacuarembó, etc, y por supuesto al vocablo que da nombre a nuestro país: Uruguay) como también en la flora y la fauna (ají, ananá, arazá, caraguatá, cuatí, jacarandá, mandioca, ñandú, ombú).
El Retrato Lingüístico del Uruguay publicado en 2014 tiene un artículo llamado “Lenguas indígenas en el Uruguay” en el que dice lo siguiente:
“El reciente Diccionario del español del Uruguay elaborado por la Academia Nacional de Letras (2011) consigna como de origen guaraní los siguientes vocablos: aguaí, aguará, aguaribay, apereá, atí, bacaray, batarás, –a, batitú, biguá, burucuyá, caa iquí, caburé, cambará, camoatí, capororoca, caracara, caracú, caraguatá, caranday, cipó, curupay, curupí, cururú, envira, guabiyú, guaycurú, hocó, ibá– iyú, ibirapitá, ingá, isaú, isipó, macá, mambí, ñacundá, ñacurutú, ñandutí, ñangapiré, ñapindá, ombú, pindó, pitanga, pororó, quillapí, sarandí, tacuara, tacuaruzú, tapera, tayuyá, tembetarí, tembetá, timbó, tipoy, tarumán o tarumá, vacaray, viraró, yacaré, yaguané, yarará, yatay, yuá. Pero quizás el más interesante de los préstamos, por su fuerza expresiva, sea el che, cuya etimología guaraní ha sido defendida por Rona (1963) con razones históricas y confirmada por Bertolotti (2010) por razones ligadas a la teoría del cambio lingüístico”.(Ibídem, p. 103)
El “che”
Es interesante observar aquí primero lo que se dice acerca del “che”, que se incorporó a nuestra lengua popular como una suerte de muletilla fonética teniendo al parecer un origen guaraní y, segundo, me parece importante considerar cómo en muchos casos, sobre todo literarios, se ha tendido a confundir vocablos guaraníes con Charrúas; por ejemplo, Zorrilla de San Martín y Eduardo Acevedo utilizan nombres propios guaraníes para nombrar a sus personajes charrúas, lo que acentuó aún más la confusión sobre nuestros orígenes indígenas y, sobre todo, desvirtuó la etimología de estas palabras.
Otro dato de mucho interés que nos ofrece el Retrato lingüístico del Uruguay es el siguiente:
“Del quechua conservamos también abundante léxico: ¡achalay!, achira, achura, cacharpas, cancha, catanga, chacra, charque, charqui, chasque, chasqui, chaura, chinchulín, chino, –a, choclo, chorito, chúcaro, –a, chucho, chuño, chuzo, –a, guacho, –a, guasca, gurí, mate, molle, morocho, nana, ojota, opa, palta, paspar, payana, pitar, pucho, pupo, quincha, quinoa, tala, tambo, totora, vincha, yapa, yuyo, zapallo, entre los más frecuentes (Diccionario del español del Uruguay, 2011)”. (Ibídem, 104.)
Raíces lingüísticas
Podemos ver que nuestras raíces indígenas, sobre todo en relación a lo lingüístico, devienen principalmente del guaraní y en menor medida del quechua, siendo así que nuestra identidad charrúa, y esto lo digo sin ofender a nadie, se acerca más al mito que a la historia. De ellos no nos ha quedado una cultura, sino un símbolo cuyas características intrínsecas son la fuerza, el valor, la rebeldía, que como explica D. Vidart: “La riqueza de estos pueblos nomádicos fincaba en ellos mismos. Su principalía no se expresaba en los caudales del Tener sino en los valores del Ser. Eran independientes, soberbios, orgullosos: no toleraban el dominio del Otro ni la presencia del extranjero en sus cotos de caza, que al cabo constituían los nichos ecológicos y los espacios vitales de una estirpe que los poseía y usufructuaba desde el fondo de los milenios”. Estos valores tan patentes actualmente en nuestra conducta futbolística son la característica principal del símbolo “charrúa” que nos ha quedado.
Ya Daniel Vidart, uno de los antropólogos más notables de nuestra tradición intelectual, cuestionaba el hecho de la “reindigenización” en el Uruguay, deduciendo que esa fijación contemporánea con los charrúas tenía más que ver con un interés por lo legendario que por lo estrictamente científico.
Vidart se preguntaba: “¿Hasta qué punto podemos reivindicar los uruguayos al ancestro charrúa?”. En su libro El mundo de los Charrúas, constituido exclusivamente por artículos publicados en el Suplemento Cultural de El Diario entre octubre y diciembre de 1995, explica algunas de estas cuestiones.
Para él los charrúas no son un pueblo originario de la Banda Oriental, sino que estaban vinculados genéticamente a los indígenas asentados desde hacía más de 10 milenios en la Patagonia que así mismos se llamaban “Chonick” que quería decir: hombres verdaderos, y que emigraron en sucesivas etapas hasta cruzar el río Uruguay. En definitiva, los dos contingentes principales que poblaban nuestro territorio eran pámpidos patagónicos y grupos guaraníticos que provenían del territorio que hoy es Brasil.
Según los estudios de Paleohistoria citados por Vidart, se calcula que para grupos recolectores y cazadores se requerirían 200 km2 por habitante para obtener sus alimentos, siendo así que para él, no habría en Uruguay más de 6000 indígenas al momento de la conquista. Deduce también que es posible que, con la proliferación del ganado cimarrón, este número haya aumentado por la disponibilidad de alimento y de materia prima que este hecho significó. Sobre la demografía de los pueblos indígenas en el Uruguay, aún hasta la actualidad no hay datos fehacientes que nos den una respuesta.
Pero lo que recalca en definitiva es que los documentos que disponemos, especialmente crónicas de viajeros, están viciados por el imaginario de la época en el que el cronista u observador creía ver caníbales y gigantes en cada indígena que se cruzaba, además de establecer diferentes confusiones lingüísticas, especialmente en lo que respecta a los nombres con que se designaba a esto pueblos americanos. Afirma Vidart: “A los charrúas, valga el ejemplo, se los denominó jacroas (término que también puede servir para designar a los yaros), churruchíes, zechurrúas, charruases, charrucas, etc. Pero no se sabe cómo se llamaban a sí mismos”. (D. Vidart, El Mundo de los Charrúas, Banda Oriental, Montevideo, 2010, p. 20).
Búsqueda de identidad
No está en cuestión aquí la existencia de la etnia charrúa, sino más bien tratar de comprender cuál ha sido su verdadera influencia en nuestra cultura, y ver qué ha sido parte de la fantasía y qué de la realidad en nuestra historia arcaica. Al final de cuentas, desde hace varias décadas hombres y mujeres occidentales en una búsqueda por huir de su monótona y mecanizada vida moderna han puesto su mirada en los pueblos originarios de América, como también en los antiguos orientales asiáticos (basta ver la proliferación de asociaciones de carácter budista o de enseñanza de yoga que han ido en aumento desde entonces hasta la actualidad en todo Occidente). Sin embargo, hoy en día, tiempo de la “postverdad”, importa más la adhesión a un discurso determinado que verificar su validez o contenido. De ese modo, la historia y el mito corren el peligro de confundirse.
En nuestro país también ha sucedido este proceso de búsqueda hacia el pasado, no desde un afán científico, arqueológico o antropológico, sino desde el discurso panfletario tan común en las redes sociales, en el que se reivindica a los charrúas como a Buda o a los vikingos de Islandia.
Vidart concluye que, aunque la influencia de los charrúas en nuestra identidad nacional no ha sido históricamente significativa, al mismo tiempo nos exhorta a “recopilar, comparar, anotar y editar todo, absolutamente todo el material que se haya publicado sobre la macroetnia charrúa, tanto en el Uruguay, la Argentina y el Brasil como en el resto del mundo”. Y culmina: “Con las fuerzas que me restan, pienso seguir adelante en este deambular, que ya lleva medio siglo, en pos de la trama de nuestra identidad nacional. Siento que detrás de mí empujan con incansable coraje, alentándome, los muertos y los vivientes de mi estirpe sanducera, gentes de armas tomar que siguen ardiendo, como un trasfoguero, en el rescoldo de mi corazón”.
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