Un texto con un título tan impactante atrae. Más aún, si el autor ha sido director ejecutivo del Banco Mundial y afamado periodista celebérrimo por su programa televisivo, “Efecto Naim”. Venezolano de nacimiento, se radicó en EE.UU. siendo distinguished fellow del Carnegie Endowment for International Peace, un think tank clave en la política norteamericana. Director de la revista Foreign Policy (1996-2010), su opinión difícilmente sea fortuita o impensada.
Frente a una lectura apresurada e ingenua que presupondría una crítica al entramado de poder de los centros globalizantes, Naim ha elaborado un detallado manual de cómo detectar gobernantes que, en el acierto o en el error, han tenido la casi inverosímil actitud de cuestionar en algún aspecto los sagrados postulados de la globalización liberal.
“En todo el mundo, las democracias se enfrentan a un enemigo nuevo e implacable que no tiene ejército ni armada; no procede de ningún país que podamos señalar en el mapa, porque no viene de ahí fuera, sino de aquí dentro. En lugar de desafiar a las sociedades libres con la destrucción desde el exterior, amenaza con corroerlas desde el interior. Un peligro como este es esquivo, difícil de identificar, de distinguir, de describir. Todos lo notamos, pero nos cuesta darle nombre. Se derraman ríos de tinta tratando de definir sus elementos y características, pero se nos sigue escapando. Nuestro deber, por lo tanto, es nombrarlo para así comprenderlo, combatirlo y derrotarlo”.
“¿Cuál es este nuevo enemigo que atenta contra nuestra libertad, nuestra prosperidad y hasta nuestra supervivencia como sociedades democráticas? La respuesta es el poder, en una forma nueva y maligna. En todas las épocas ha habido una o más formas de maldad política; la que estamos viviendo hoy es una potente variante que imita a la democracia, al tiempo que la socava y neutraliza los controles que limitan el abuso del poder por parte de los gobiernos. Parece que el poder haya estudiado todos los controles concebidos por las sociedades libres para eludirlos y después contraatacar”.
Continúa la descripción de un ominoso camino que tan solo conduce a que autócratas se adueñen del poder. Pero son autócratas que están definidos por lo que él llama las tres “P”: populismo, polarización y posverdad. Y que utilizan un batería de estrategias que incluye el ataque a los medios de comunicación, el deterioro progresivo de las instituciones, el mesianismo, la criminalización de los rivales políticos y también erigir al caudillo populista como el único freno a la élite antipopular.
Y aquí está el punto central. Naim siente horror frente a cualquier atisbo de cuestionamiento a las élites tradicionales encaramadas en el poder real de Occidente.
Moisés Naim tiende a olvidar las maravillosas promesas del “Fin de la Historia”, cuando los liberales no vacilaban en entonar loas a un tiempo utópico que se abría para toda la Humanidad. El liberalismo de mercado, derribando todas las fronteras, iba a construir sociedades liberales pletóricas de derechos. La dura realidad se impuso, viejos demonios resucitaron; las guerras y los conflictos continuaron. Las desigualdades económicas se agudizaron por doquier. El nihilismo y la anomia pasaron a ser la definición de nuestro tiempo. Quizás antes de evaluar los pecados de gobernantes específicos sea más fértil evaluar cómo algunos sistemas, bajo la promesa de libertades irrestrictas, tan sólo multiplican el dolor para las mayorías.
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